´Katyn, Nanking´, Miquel Molina

Katyn y Ciudad de vida y muerte son dos películas que indagan en la desmemoria histórica. La primera, de Andrzej Wajda, señala la autoría soviética en la matanza de miles de oficiales polacos en el bosque de Katyn, en 1940, al tiempo que denuncia cómo el propio gobierno de Varsovia perpetuó la versión de que los crímenes habían sido obra de los nazis. La segunda, más reciente, se centra en la matanza de cientos de miles de civiles chinos en Nanking, en 1937. Una de las aportaciones de la valiente película de Lu Chuan es la descripción de los agresores japoneses como seres humanos, y no como máquinas de matar o violar. Es posible que no haya otro pueblo más denostado por el cine que el japonés. Recordamos la profusa filmografía bélica en la que todos los soldados del emperador, sin excepción, eran caricaturizados como fanáticos enloquecidos. El cine contemporáneo se ha encargado de revisar esa simplificación, proceso que en EE. UU. culmina con Cartas desde Iwo Jima de Clint Eastwood. En este contexto, Ciudad de vida y muerte se presenta como un relato de la matanza que huye de maniqueísmos.

La capacidad que tiene la buena ficción cinematográfica de fijar la memoria colectiva se demuestra en el efecto que han tenido estas dos películas en la sociedad de nuestros días: ambas han sido acogidas con hostilidad por los sectores más comprometidos con la versión oficial de la historia,

A pesar de que ha habido dignas aportaciones en este sentido -la Tierra y libertad de Ken Loach, por ejemplo, sacó de sus casillas a los viejos comunistas españoles, señalados en ella como los verdaderos contrarrevolucionarios-, nuestra Guerra Civil sigue siendo un campo relativamente virgen para incursiones desmitificadoras. Por ejemplo, en los últimos años se han publicado trabajos que analizan, sin condicionantes ideológicos, los desmanes de la retaguardia republicana. Diari d´un pistoler de la FAI y El preu de la traició, de Miquel Mir, o L´òmnibus de la mort, de Toni Orensanz, son sólo dos ejemplos recientes de incursiones en un terreno que hasta hace poco era visto como un reducto para historiadores franquistas. El de Orensanz, que narra el periplo siniestro por los pueblos del Ebre de un autobús cargado de pistoleros de la FAI -y el intento de la propia CNT de neutralizarlos-, daría pie a un buen guión.

Y, puestos a sugerir, diríamos que está por rodar la película en la que la Guerra Civil se muestre no como un conflicto en sí mismo, sino como la primera batalla ganada por Hitler en el tablero europeo. O, en el género del biopic, un filme de rabiosa actualidad en el que un magistrado que explora los límites de la ley para poder dar justicia a los familiares de las víctimas de la guerra se ve expulsado de la carrera, en el 2010, por culpa de la demanda que presenta un partido heredero de los que perpetraron los crímenes franquistas. Sería una película de bajo coste, que se rodaría en los pasillos del Supremo y en cualquier arrabal con fosas comunes.

13-IV-10, Miquel Molina, lavanguardia