ŽEl perro en MarteŽ, Clara Sanchis Mira

Juraría que acabo de leer el auto del juez del caso Palma Arena, aunque no las tengo todas conmigo. Después de 147 folios de travesía por cantidades ingentes de dinero esfumado, reuniones ficticias de patronatos ilusorios con actas simuladas por miembros ausentes, organismos fantasma, argumentaciones de humo - además de las pechugas de pollo compradas con billetes de 500 euros, las bañeras forradas en piedra viva y las asistentas con cofia que compran flores todas las mañanas-,no es fácil poner los pies en la tierra ni para sentir vergüenza. En todo caso, si fuera cierto que estoy escribiendo aquí y hay alguien de carne y hueso al otro lado del papel, le recomiendo que no se pierda esta inmersión en las cloacas del poder corrupto que ofrece la lectura de la cosa. En especial, a partir de la página 135, que es cuando empieza la parte llamada "razonamientos jurídicos". Se encuentra ahí ese famoso fragmento en el que el juez narra cómo uno de los protagonistas de la trama, para justificar los movimientos delatores de la esposa del ex presidente balear en una propiedad que niega tener en su patrimonio, afirma que la susodicha "estaba tan apenada por no haber podido llegar a ser propietaria del piso de Don Ramón de la Cruz, que tanta ilusión le hacía, que quienes la rodeaban la consolaban facilitándole que actuara como si lo fuera". Aquí el asunto roza las cimas de lo sublime, o del absurdo más descocado, y la pesadumbre que produce la lectura del auto deja caer unas carcajadas tensas. Y es que ante nosotros aparece una señora - ligeramente extraviada por una pena que le quita el sueño-que asiste a las juntas de unos vecinos mentirosillos que le permiten representar el papel de la propietaria que quiso ser y no fue, en un gesto enternecedor. Una estampa idílica de un mundo que rezuma amor, al que bien querría una pertenecer y que podría explicar por el mismo precio y los mismos derroteros caritativos otras cabriolas fantasma de una trama plagada de facturas ausentes o ingresos inexplicables - le regalé el dinero porque noté que le hacía ilusión-.Como cuando esta misma señora - siempre en su papel de tipa delicada de sesera-justifica unas cantidades de dinero recibidas con un trabajo imaginario y unos clientes invisibles. Lo que, dicho sea de paso, viene a demostrar la eficacia de introducir el típico personaje de loquito - loquita, en este caso-en un argumento que se te va de las manos, como bien saben los guionistas de toda la vida.Pero volviendo a la realidad, con esfuerzo, a lo largo de estas páginas no resulta extraño encontrarse la polémica frase del juez Castro, cuando concluye que "el señor Matas ha venido a burlarse de los simples mortales". De hecho, la cantidad de dinero que acaba de reunir el susodicho para librarse de la cárcel resulta extraterrestre. Estamos ante un tipo que saca de paseo a su perro por Marte, seguramente, porque los simples mortales, cuando nos hablan de tres millones de euros, nos quedamos igual. Con suerte vemos puntitos. No captamos el asunto. No en vano, los mismos bancos que no confían en nosotros ni en nuestras empresas casposas para abrir la mano de los créditos, con dos de pipas se han hecho cargo de la suma de la fianza por las "garantías reales y personales" que se les han ofrecido, según palabras textuales del Banco de Valencia. Aún apenado por el "trastorno irreparable" que le ha causado todo esto en su vida estratosférica de escobilla de váter a 350 euros, el imputado de oro es más de fiar que usted y que yo. Usted y yo nos chupamos el dedo. Esa debe de ser la razón por la que nos gusta votar a la gente que nos roba.

9-IV-10, Clara Sanchis Mira, lavanguardia