´Borges come con Bioy´, Alfred Mondria

Ocurrió en casa de la poeta Victoria Ocampo en 1931, en Buenos Aires, una noche en que la dama de la cultura argentina agasajaba a un escritor francés. Allí se conocieron Borges y Bioy Casares; parece ser que se agradaron de inmediato y entablaron una charla sobre literatura. Tan absortos estaban, que Borges, haciendo gala de su torpeza, derribó una lámpara causando un gran escándalo en el salón. Años más tarde, Bioy confesaba que aquel incidente "me lo señaló como un alma gemela entre gente tan segura de sí y tan cómoda", y que lo que le atrajo de Borges no fueron tanto sus textos, sino la admiración que sintió por su pensamiento expresado en las conversaciones. 5-VI-10, Joana Bonet, lavanguardia

A Alfred Mondria (Valencia, 1965), crítico literario, profesor y autor de "Nabokov & Co" (Brosquil, 2004), siempre le ha fascinado la relación que Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges mantuvieron durante largo tiempo: comidas y veladas en las que ambos escritores argentinos conversaban sobre la vida o la literatura. Ahora, Alfred Mondria, tomando como punto de partida el dietario "Borges" (Destino, 2006), que Bioy Casares llevó durante muchos años, recrea en siete columnas aquellos encuentros.

Con Johnson y Boswell

Una singular historia de la literatura separaría a los partidarios de las Conversaciones con Goethe de Eckermann y a los incondicionales de la Vida de Samuel Johnson recopilada por Boswell. El tono reverencial, de asombro exaltado que contiene el libro sobre Goethe no encaja con la vivacidad, el humor y los contrastes humanos que sobresalen en el retrato del doctor Johnson. "Qué hombre insufrible", se indignaba la madre de Borges cada vez que Boswell tomaba la palabra. Pero las simplezas y la comicidad -a veces exasperante- del autor, recuerda Borges, son un hábil recurso para realzar la figura del gran crítico inglés.

"Es obvio que Boswell era mucho más inteligente que Eckermann, Johnson que Goethe", apunta Bioy Casares en Borges, mil quinientas páginas de un diario que, a lo largo de cuarenta años, registra los encuentros de dos amigos que viven en estado permanente de literatura. "Come en casa Borges", con esta fórmula ya clásica se nos introduce en un intercambio brillante y festivo de opiniones basadas en un principio para ellos esencial: toda obra es vulnerable. Retirados los platos, escriben cuentos y parodias, leen "débiles poemas" para un concurso, lanzan maldades y compiten en el arte de la impertinencia literaria. "A veces somos injustos", se recuerdan uno al otro sin abandonar la sonrisa.

Para Bioy, una hora de trabajo con Borges equivale a años de aprendizaje, pero la admiración no diluye la complicidad en estas veladas. El estilo del libro -una oralidad que reproduce el tono y casi hasta la respiración de Borges- está trabajado tal como proponía el autor de El Aleph,que no se noten los artificios que son la base de la literatura. Bioy sabe que su papel es secundario, pero sus intervenciones e insidias -adorablemente malvado con Victoria Ocampo- lo convierten en un gran personaje. Pocas veces discrepan: cuando Bioy tiene una reunión con tenistas jubilados de su club, Borges esboza una burla, pero lo disculpa: "Yo también he sido amigo de ex cuchilleros". Ya entrada la noche, Bioy acompaña a Borges a casa en el Chevrolet, o caminan por el laberinto de Buenos Aires en un paseo interrumpido por etimologías. Al tándem Johnson y Boswell les ha salido un aliado, y un competidor.

27-I-10, culturas/lavanguardia

El Dow Jones literario

Los diálogos de Borges y Bioy están dominados por una obsesión, las listas y clasificaciones literarias. La competencia es el principal generador que mueve a los escritores, y la lectura ya es una forma de juicio, parcial y sometido a todo tipo de impugnaciones. Con total libertad Borges y Bioy llevan esta consigna hasta las últimas consecuencias, y la antología es la mejor arma para ponerla en práctica. Sobre la poesía argentina o la literatura fantástica, aunque algunas de las más atractivas no pasaron de la diversión privada: "Pensamos en una Antología de escritores justamente olvidados".

Esta concepción piramidal de la literatura -caprichosa, atractiva, discutible- impregna las conversaciones entre Borges y Bioy. Dante es superior a Homero y a Shakespeare, pero inferior a los Evangelios. Madame Bovary es una obra torpe al lado de la felicidad que desprende El primo Basilio.Muchos momentos del diario Borges obedecen a la ansiedad de establecer un ranking con vencedores y derrotados: Coleridge, De Quincey y Wordsworth están por encima de Shelley, Keats y Byron; al mismo tiempo, Swinburne es superior a Shelley y a Keats. Todo se mide por la confrontación y en la pugna es Borges el que establece, divertido, las reglas de juego -con derecho a cambiar de veredicto e incluso a la contradicción-. Después de recitar de memoria a Verlaine o Darío, afirma: "He sentido físicamente la presencia de la poesía, y realmente no hay otro canon".

En Textos cautivos,que reúne las críticas que publicó en la revista El Hogar, Borges demuestra cómo en pocas líneas -el espacio de una aséptica reseña- se puede condensar toda una concepción de la literatura: inolvidables las que dedica a Isaak Babel o Heine. Borges sabe que la erudición puede ser, más que un ejercicio exhibicionista, una forma de seducción, compatible con la desafiante defensa de las preferencias: el cuento sobre la novela, la literatura fantástica y policial sobre el realismo. Si alguien le objetaba estas elecciones, respondía provocativo: que se nos deslice un hombre invisible en una narración es más creíble que la mayoría de los hechos que se nos describen en la mal llamada literatura realista.

3-II-10, culturas/lavanguardia

Los escritores se divierten

Buen lector del Antiguo Testamento, Borges admite que hubiera preferido conmoverse con "Amaos los unos a los otros" pero, malicioso, reconoce que se emociona más con "Doy gracias a Dios que le ha enseñado a pelear a mis manos". Cuando ejerce de crítico literario -en ocasiones, de lectura más fascinante que en alguna de las narraciones que lo han convertido en mito-, Borges es corrosivo y cruel -el complemento del amor a la literatura- como bien pocos han conseguido en el género. Cuando está delante de Bioy, no tiene rival para administrar injurias y maldades. De hecho, parece que entre ellos es imposible iniciar la conversación sin lanzar un pulso para ver quién es más incisivo: "Seamos chismosos", una invitación y un reto.

El catálogo de adjetivos incandescentes no conoce límite cuando se encuentran Borges y Bioy: la prosa "desvaída de un poetastro", escritores aburridos "con persistencia de llovizna", una prescindible "antología hospitalaria". Excluido el público de la revista literaria o el auditorio de una conferencia, en la intimidad no hay freno que impida asaltar a los grandes nombres: Fausto -y casi todo Goethe- es el mayor bluf de la literatura, Mallarmé "cursi y dulzón" y Eliot, en sus piezas de teatro debería haber dado el mismo nombre a todos sus personajes, "para que no se descubriera que intentó diferenciarlos". Gombrowicz es un "conde pederasta y escritorzuelo" -lo de escritorzuelo es falso- y con Joyce puede llegar a ser olímpico: "Yo (como el resto del universo) no he leído el Ulises, pero leo y releo con felicidad algunas escenas". Con Baudelaire practica el insulto reiterado y devoto.

Cuando son más cercanos, Borges combina el sarcasmo, la esgrima y el uso virtuoso de la porra. Si le preguntan por Sabato, contesta imperturbable: "He venido a hablar de cosas agradables". Los poemas de Octavio Paz son "deshilachados", y respecto a Neruda no disimula que le molesta su éxito: "No habrá franceses que escriban poemas tan insensatos". De La ciudad junto al río inmóvil, nunca dejó de envidiar el acierto de Mallea para elegir títulos, "es una lástima que se obstine en añadirles libros".
Borges -por fortuna- era un lector hedonista, con Horacio y Wilde siempre a mano.

10-II-10, culturas/lavanguardia

Felicidad de la lectura

Borges insistía en que los libros están hechos para haber sido leídos, por la impresión que nos dejaron. Y absolutamente fiel se mantuvo toda la vida a los autores que de niño le descubrió su abuela paterna, la inglesa Fanny Haslam. De todos ellos, siempre se sintió en deuda con Stevenson, que le enseñó una de las pocas verdades de la literatura: "El encanto no es muy importante, pero sin él ninguna otra virtud vale".

También desde la infancia le acompañaron los enigmas de Kipling, un escritor -casi propiedad de Borges- sobre el que no admitía discusión a la hora de elegir los mejores cuentos. Si la selección no coincidía con sus favoritos, insinuaba con desdén: "Se trata de la antigua disparidad que hay entre la destreza y la incompetencia". Con la misma seguridad demostraba que Dickens era uno de los grandes por el hecho de que era querido incluso por los mejores escritores de su época. Huckleberry Finn es, más que literatura, un estado de ánimo, "libro ni burlesco ni trágico, solamente feliz".

Borges y Bioy defienden -con arrogancia, si es necesario- el valor intrínseco de las obras, en contra de la interpretación sociológica o psicoanalítica de la literatura, un punto en el que coincidirían con Nabokov, aunque la discrepancia respecto a Conrad no acabaría en duelo: Nabokov era un caballero. De hecho, Borges casi siempre se inclina por autores teóricamente menores, un canon que excluye casi todos los nombres con letras de molde. Su patrón obedece más que nada al placer de la lectura. Las mil y una noches,Wells y lord Dunsany, misterios fantásticos que se solucionan de forma razonable, cuentos policiales que no abusan de puertas ni de horarios.

Muchas veces se olvida que "la literatura es un entretenimiento, los autores deberían saber que no es para tanto". Borges y Bioy se declaran en guerra contra el trascendentalismo: "En la excesiva oscuridad viven monstruos de vanidosa amargura". Si se puede escoger, la opción es Eça de Queiroz, ya que siempre se le adivina la sonrisa, o Chesterton, con su ironía civilizada y su cortesía. Incluso la épica, que acercó a Borges al anglosajón, sirve para rezar un padrenuestro en esta áspera lengua, tan sólo "para darle una sorpresa a Dios".

24-II-10, culturas/lavanguardia

Cervantes contra Quevedo

Pocos autores han tenido el honor de haber sido galardonados con la etiqueta rotunda de "enemigo profesional de la literatura española". Borges no ocupó una plaza para impartir esta materia en la Universidad de Wellesley porque sus opiniones no eran precisamente desconocidas. En su diario, Bioy anota todo el despliegue de artillería que Borges muestra con alegre perseverancia: "¡Qué literatura mediocre! Como sería, para que los escritores del 98 parecieran revolucionarios".

Sin dejar que decaiga el entusiasmo y con espíritu de "malevo", Borges no retrocede en esta pelea a cuchillo. El veneno es administrado de forma democrática e indiscriminada, y los destinatarios gente como Azorín "con ese estilo de pan rallado", un Machado que "aparece como un turista" en sus poemas sobre Castilla o Gracián, prototipo de literato desaforado que "se entenderá mejor en alemán". La antipatía es de largo recorrido cronológico, desde el Cantar del Mío Cid a Zorrilla y Espronceda, "oradores farragosos". Ortega y Gasset no se libra de su variado repertorio de golpes, como "el inmundo Lorca", y uno de sus blancos preferidos es su cuñado Guillermo de Torre, que "nació tonto y tuvo la mala suerte de descubrir muy pronto el dadaísmo". Cuando le perseguían para que explicara por qué no le daría el Nobel a Alberti, decía con resignación: "porque lo he leído".

Hubo una época que Borges dudó entre adoptar un artificioso estilo criollo y disfrazarse de escritor latinizado y sonoro como Quevedo. Más tarde tuvo que admitir que le emocionaba más el verso de Góngora, y sobre todo sucumbió al carácter y la magia de Cervantes: "parece menos español que el adusto y fanático Quevedo", y sin duda sería más simpático para invitarlo a comer. Eso sí, Borges siempre reconoció orgulloso, sin temblarle el pulso, que su obra le debía mucho al excéntrico Cansinos-Asséns. Pero en los momentos en que la charla languidecía, el recurso no fallaba: para Bioy "según un tal Goytisolo, desde Baroja no hay grandes novelistas en España", y Borges contestaba, cadencioso, "tampoco antes, tampoco mientras".

3-III-10, culturas/lavanguardia

Elogio sin sombra

De todas las leyendas que se atribuyen a Borges -y que no paran de crecer- algunas son ciertas. Cuando Chesterton visitó Buenos Aires, el autor de Inquisiciones decidió no ir a verle por temor a que se desvaneciera el hechizo, y así seguir conociéndolo sólo a través de sus libros. El mismo Borges declaraba -como Aldous Huxley- que si pudiera, siempre viajaría con los volúmenes de su 11. ª edición de la Enciclopedia Británica, una obra de lectura considerada erróneamente de consulta, con artículos de Swinburne, Macaulay o uno de sus escritores más íntimos, De Quincey.

El diario Borges contiene -como los grandes libros- el relato de una amistad, un mapa detallado sobre los secretos de la escritura y una declaración de amor a la literatura inglesa. De hecho, Borges insiste en que en Francia no se juzgan los libros por buenos o malos, aburridos o divertidos, sino por tendencias, escuelas y generaciones. La literatura inglesa es, en cambio, una multitud de individuos, sin interés por ser ortodoxos o herejes. Pope frente a Boileau.

Por las páginas de Borges se confrontan los aciertos y los excesos de Coleridge y Wordsworth, su debilidad por Poe -aunque confiesa que no aguantaría una relectura- y Shaw, o los hallazgos que contiene la poesía de Donne. Respecto a las sociedades browninianas, nos revela que Browning nunca las desanimaba y que admitía, magnánimo, cualquier interpretación de sus poemas. A veces, es Bioy el que tiene que borrar alguna de las infinitas reticencias de Borges, y señalarle los méritos de Jane Austen. Las críticas y objeciones que recibe Henry James son equilibradas con numerosas virtudes, un escritor al que siempre recurren y abandonan, como un cuento circular de Borges.

Una de las mejores aportaciones de los ingleses a la literatura es el valor de la anécdota, y la definición de sir Thomas Browne de gentleman:persona que trata de no dar molestias. Cuando Borges sospechó de la existencia del libro de Bioy, le aconsejó que leyera las Note-Books de Samuel Butler, "de la familia de Montaigne y Plutarco". La prosa de Arnold o Gibbon, además de las Vidas de los poetas ingleses constituyen uno de los más confortables programas de lectura. Ya se sabe que Borges, si se veía obligado a elegir, prefería Johnson a Shakespeare.

10-III-10, culturas/lavanguardia

Fervor de Buenos Aires

Uno de los aspectos que más apreciaba Borges de las autobiografías de Kipling -sabía fragmentos de memoria- y de Gibbon era, además de su prosa, que eludían el territorio de la intimidad. Los símbolos que se diseminan en la obra de Borges - espejo, espada, puñal, tigre-apuestan por una literatura alusiva, con el laberinto como imagen de perplejidad. Opción que no sorprende en una persona decimonónica en el amor, según María Esther Vázquez, o de noviazgos blancos de los que habla Bioy. Además, Borges sufrió toda la vida la protección -el arresto- de Madre: Leonor Acevedo advierte al camarero que se acerca, "el niño no bebe vino". Borges tenía casi sesenta años.

En el diario Borges,en los breves paréntesis que permite la literatura - su refugio de felicidad-se entrevé la desdicha de alguien que admitió: "He cometido el peor de los pecados / que un hombre puede cometer. No he sido / feliz", y a quien Bioy aconseja, como a un adolescente, en cuestiones amorosas. Hay momentos en que el autor de La invención de Morel se inquieta por si lo consideran sólo una provincia de Borges, pero la escritura, el tenis y su rapacidad seductora amortiguaban posibles heridas de vanidad. En cambio Borges, incómodo si había de comentar episodios privados, concluía tajante: "Loada sea la pesadilla, que nos revela que podemos crear el infierno".

Cuando les preguntaban de dónde eran, respondían: "Hemos tenido la prevención de nacer en Buenos Aires", para Borges, la menos sudamericana de las ciudades y, a parte de la amistad y la literatura, la gran protagonista del libro. A Gardel podía dedicarle calificativos como "invertebrado, bicho baboso", pero si oía alguno de sus tangos en un viaje no podía contener las lágrimas. Tan sólo un sentimental pudo alternar sarcasmos despiadados al autor de Bomarzo con los versos "Manuel Mújica Laínez, alguna vez / tuvimos una patria - ¿recuerdas?- / y los dos la perdimos". Borges, habitante de la biblioteca, siempre admiró la vitalidad de Walt Whitman, las sentencias de Macedonio Fernández y las historias de compadres y orilleros, y reconoció que la literatura se comprime en la reinvención que hizo Kafka del certamen deportivo de Aquiles y la tortuga de Zenón de Elea.

17-III-10, culturas/lavanguardia