´Prevención y cabos sueltos´ Xavier Bru de Sala

Anthony Giddens, que fue el gurú  inicial de Tony Blair, escribió con tino sobre la asunción y gestión de riesgos en la vida pública. Si mal no recuerdo, defendía el equilibrio entre la actuación y la inacción (no hay problema grave que no se resuelva a base de no hacer otra cosa que dejar transcurrir el tiempo). Tolstoi, el fatalista, maestro de la inexorabilidad de los grandes avatares que conforman la existencia colectiva, predicaba que poco o nada podemos hacer ante las grandes corrientes, que nos arrastran sin que valgan la libertad o la voluntad. Mi experiencia limitada de patrón y amigo de muy experimentados navegantes, lejos de dar la razón a uno u otro, anota que en cualquier caso más vale prevenir. Siempre recordaré la historia de un navegante solitario que, remontando un severo temporal a vela y con ayuda del motor, dejó una driza no del todo asegurada, un golpe de mar se la llevó al agua sin que lo advirtiera y, como es natural el cabo se le enrolló en la hélice, por lo que pasó dos días de indecible sufrimiento, sin electricidad a bordo y sin poder entrar en puerto, ya que el viento era demasiado duro para maniobrar a vela. En conclusión preliminar, cuantos menos cabos sueltos, mejor.

Andamos poco acostumbrados a sufrir los rigores de la climatología. Faltos de memoria, en cuanto salimos de una situación adversa presumimos que no volverá a suceder, y como en efecto tarda lo suyo en repetirse, y nunca de forma igual o ni siquiera parecida, siempre nos pilla desprevenidos, como si fuera la primera vez, como si los elementos tuvieran la obligación de mostrar su cara más amable sin excepción. No sucede así. La naturaleza, en principio amable, es voluble, propensa a dejar que nos confiemos para descargar su furia cuando menos lo esperamos. ¿Significa ello que no debemos invertir en previsión? Así lo consideran algunos fanáticos del carpe díem, pero siguiendo sus razonamientos tampoco deberían existir las normativas de construcción antisísmica o contra incendios (a fin de cuentas, se producen tan pocos). Así lo consideran y lo seguirán considerando hasta que ellos o alguien próximo sufran las consecuencias, deseemos que no muy nefastas, de la imprevisión.

Pocas horas antes de que ustedes lean estas líneas, o puede que incluso en este momento, sigue habiendo decenas de miles de conciudadanos sin electricidad, sin productos de primera necesidad, sin dinero porque bancos y cajeros no funcionan, sin combustible para calentarse, cocinar o salir en dirección opuesta a las penalidades que se ven obligados a soportar. Ante ello, los responsables políticos muestran buenos deseos y se aprestan a interceder. Si de veras estuvieran al servicio de la sociedad y no de quienes abusan de los monopolios o sus posiciones de dominio, en vez de amenazar con multas, que pagaremos los consumidores, deberían legislar a fin de castigar a los responsables de dejarnos sin los servicios y suministros básicos. Seguro que esto no volvería a suceder. Como mínimo, el Parlament podría aprobar una tabla de cuantiosas indemnizaciones de las compañías a los perjudicados, de modo que el coste de dejar a los abonados en la estacada fuera superior al beneficio de no invertir en el correcto mantenimiento de las redes y sistemas de suministro. Ya verán como nada parecido figura, descartadas las iniciativas gubernamentales, en los programas electorales de los partidos. ¿Al servicio de quién están? No, desde luego, de sus votantes.

Confiar en la buena estrella es un modo bastante estúpido de convocar la desgracia. He dedicado los últimos fines de semana a caminar por Collserola. El bosque sigue impracticable, con miles y miles de árboles caídos hace más de un año, amén de abundantísima vegetación bajo cables de alta tensión. Es yesca para el pavoroso incendio del próximo verano, o el siguiente o el otro. Los medios con que cuentan los responsables son a todas luces insuficientes, pero desde los despachos se dedican las energías a ampliar el parque en vez de dotarlo para que se gestione mejor (o traspasarlo por entero a la Diputación de Barcelona, excelente gestora en este y otros menesteres). Valga este ejemplo como uno de tantos -la relación completa no está a mi alcance pero seguro que es interminable- en los que la falta actual de previsión es causa inexorable de futuras desgracias.

Hora es de potenciar las redes sociales. Por desgracia, no basta la acción de los medios de comunicación. Es la propia ciudadanía la que debe organizarse y prepararse mejor en un doble sentido. Por una parte, en la detección de peligros y la exigencia de medidas de previsión. Por la otra, en las reacciones y actuaciones para cuando sobrevenga la desgracia. Contando con la escasa probabilidad de que los responsables estén en sus puestos y cuenten con los efectivos imprescindibles, sólo a través de la autoorganización podremos afrontar las emergencias. Por lo pronto, deberíamos todos proveernos de cadenas para los coches, de extintores, sistemas propios de generar electricidad, y un pequeño etcétera.

12-III-10, Xavier Bru de Sala, lavanguardia