´Fátima o el inmigrante al por mayor´, Francesc-Marc Álvaro

El conflicto de Cunit, protagonizado por una mediadora cultural, un imán y la alcaldesa socialista de esta localidad de la costa tarraconense, ha despertado la atención de nuestros medios y de los extranjeros. El juzgado de instrucción número 1 de El Vendrell ha renovado la orden de alejamiento de los imputados por este episodio de acoso - entre los cuales está el imán Mohamed ben Brahim-que, de este modo, no podrán acercarse durante seis meses a Fátima Ghailan, que fue contratada por el Ayuntamiento para actuar como mediadora cultural.

Los problemas, al parecer, empezaron en noviembre del 2008, cuando una hija del imán empezó a recoger firmas contra la empleada municipal. Tras esta acción, Fátima asegura haber sido amenazada y calumniada por el imán, su hija y el presidente de la Asociación Cultural Islámica, hechos por los cuales presentó una denuncia en el juzgado. La alcaldesa, Judith Alberich, a la sazón senadora, intentó que Fátima retirara la denuncia para preservar lo que ella entiende como paz social y calificó el conflicto de "privado".

El asunto está levantando mucha polvareda. Los imputados han contraatacado acusando a la víctima de mentir. El papel de la alcaldesa ha sido y es, cuanto menos, desconcertante: en vez de defender sin ambages a esta trabajadora de la administración local, se ha preocupado, sobre todo, de quitar importancia a unos comportamientos inaceptables que, sin duda, acaban desafiando la jerarquía de los poderes públicos y la validez de las normas democráticas que rigen para todos los ciudadanos. Fátima Ghailan, ciudadana española de origen marroquí, ha explicado que los dirigentes de la comunidad musulmana no la quieren en este puesto porque es una mujer que sigue un estilo de vida occidental, alejado de las consignas que imperan en este colectivo.

En esencia, ¿qué hay detrás de este caso? Como han señalado los grupos políticos en la oposición, se trata de una lucha de poder. Los líderes de la comunidad musulmana de la localidad - que no deben ser precisamente los más abiertos de Europa a la hora de interpretar los preceptos religiosos-se niegan a perder el monopolio de la representación de lo que consideran "su gente" ante el Ayuntamiento. Hasta la llegada de la mediadora cultural, el imán y el presidente de la Asociación Cultural Islámica tenían línea directa con la alcaldesa y los concejales de Cunit y no quieren perder, de ningún modo, esta capacidad de influir.

Fátima les molesta porque introduce un filtro y unas reglas nuevas en una interlocución institucional que ellos ejercían sobre la base de un intercambio informal, tan clásico como viciado: el vínculo de tintes clientelares que ofrece tranquilidad al poder a cambio de que este poder no se inmiscuya en la vida interna del grupo en cuestión. El imán controla su espacio y la alcaldesa cree que así todo va bien. Hemos visto esta mecánica perversa en miles de películas y novelas que reflejan perfectamente la fragmentación multicultural en muchas grandes ciudades occidentales. Así, poco a poco, se va generando una suerte de paraestado donde el Estado democrático apenas se atreve a entrar. Las personas de un determinado origen acaban siendo tratadas al por mayor, como votantes y como administrados. El imán, el cura o el cabecilla de turno hablan en nombre de miles de individuos ante el alcalde, el diputado o el ministro.

Los retos más complicados relacionados con la inmigración que se nos avecinan tienen mucho más que ver con este tipo de sutiles batallas por el poder que con querellas de más tirón y ruido mediático, como las que colocan los minaretes o el velo en los grandes titulares. Los partidos políticos deberán empezar a aclarar sus ideas si no quieren quedar en fuera de juego como le está pasando a la alcaldesa de Cunit, atrapada por una lógica caduca, obsoleta y rancia, que la lleva a laminar, desde dentro, la legitimidad de la institución democrática que preside y encarna. Resulta todavía más grave que la agrupación local del PSC de Cunit, reunida en asamblea extraordinaria el pasado día 4, con la presencia de Xavier Sabaté, delegado del Govern de la Generalitat en Tarragona, prestara su apoyo a Alberich sin asomo alguno de autocrítica, "tanto por su contribución a la defensa de los valores socialistas en su trayectoria política, como por su gestión del conflicto". Suena a sarcasmo.

Algunos piensan, equivocadamente, que la nueva inmigración en Catalunya podrá ser tratada bajo el mismo prisma y usando los mismos moldes que sirvieron para la inmigración peninsular de los años cincuenta y sesenta. Algunos, acostumbrados a disfrazarse de cofrades y de rocieros para pescar votos mediante el populismo paternalista más casposo, tratan de actualizar esas inercias para que los nuevos catalanes vayan - cuando puedan votar-hacia sus siglas como autómatas, dentro de  bolsas de cien o doscientos mil, y no de uno en uno, como cualquier ciudadano libre. Algunos todavía no se han percatado de que el mundo se mueve aunque ellos no hayan cambiado su viejo manual de instrucciones, el que tan bien les ha funcionado durante varias décadas.

Fátima, la mediadora cultural, es el futuro y el rostro de una sociedad abierta que integrará a muchas personas, mediante derechos y deberes, y libertades intocables, que serán ejercidas por individuos concretos, con nombre y apellidos, no por masas movidas caprichosamente por líderes autoinvestidos de un poder y una autoridad que el Estado democrático no puede ni debe aceptar. Es con muchas Fátima como saldremos, todos juntos, adelante.

10-II-10, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia