davant el fracās de combatre als talibans, (retorn a) tractar amb ells

La respuesta es ocho años y medio. La pregunta es: ¿Cuánto tiempo ha tenido que pasar desde el trauma del 11-S para que EE. UU. y sus aliados occidentales reconozcan que no existe una solución militar en Afganistán, para hablar de "reconciliación" en un país invadido como venganza por el ataque a las Torres Gemelas, y para referirse a los antiguos "terroristas" y "asesinos" talibanes como "hermanos desencantados" a los que se puede comprar con dinero?



Pero así puede resumirse la conclusión de la conferencia sobre Afganistán celebrada en Londres con presencia de jefes de estado o ministros de Asuntos Exteriores de setenta países, además de dirigentes de la ONU, la OTAN y los organismos financieros internacionales, con el grandilocuente propósito de encontrar una salida que ponga punto final al conflicto afgano. El creciente coste tanto en dinero como en vidas de soldados se ha vuelto insostenible para Washington y Londres, que son quienes se metieron con más entusiasmo en el berenjenal y más cara están pagando la aventura.

La reunión londinense, convocada y presidida por el primer ministro británico Gordon Brown, ha sido el interludio para el tercer y último acto de la ópera de Afganistán. Según el libreto de los presidentes Barak Obama y Hamid Karzai, un programa de "integración" de los talibanes menos radicales debilitará y aislará al núcleo duro vinculado a Al Qaeda, la seguridad aumentará, habrá prosperidad económica, el ejército y la policía afganos se encargarán desde finales de este mismo año de mantener el orden, las tropas extranjeras podrán marcharse, y colorín colorado esta guerra se ha acabado.



Pero la inmensa mayoría de los analistas que pulularon por los pasillos de la Lancaster House de Londres consideran "utópico" el plan de "comprar" a los talibanes menos radicalizados. con un fondo de 500 millones de dólares para darles puestos de trabajo a cambio de que abandonen las armas y rompan con Al Qaeda. El general norteamericano Stanley McChrystal, máximo responsable de las tropas de la OTAN en Afganistán, fue el primero en adelantar la nueva estrategia de integración, y la conferencia de Londres la ratificó. Un plan muy arriesgado, sobre todo para un presidente Obama a quien la derecha puede acusar de olvidarse de las víctimas del 11-S, y que en el fondo significa la aceptación del fracaso: como comprobaron antes ingleses y soviéticos, una guerra en suelo afgano es casi imposible de ganar.

En consecuencia, adiós a las armas y bienvenido el dinero. Billetes verdes del origen que sea, incluso de Arabia Saudí, para engatusar a los talibanes, sufragar 1.600 millones de la deuda de Afganistán, aumentar a más de trescientos mil el número de sus efectivos de seguridad, financiar un nuevo programa de ayuda del FMIy que las tropas expedicionarias invasoras puedan empezar a marcharse en 2011."Debemos abrazar a todos nuestros compatriotas desencantados", dijo el presidente Karzai para justificar la nueva aproximación. "Compartimos el objetivo de una integración cuidadosa que debilite el extremismo de los talibanes de bajo y medio rangomás atraidos por las ventajas económicas (de la asociación con Al Qaeda) que por la ideología", señaló la secretaria de estado, Hillary Clinton.

Quienes conocen la realidad sobre el terreno dudan muy mucho que vaya a ser tan fácil. Ahimullah Yusufzai, un influyente comentarista paquistaní con acceso a Muhammad Omar - uno de los máximos responsables de Al Qaeda en Afganistán-,asegura que los líderes talibanes están convencidos de que la estrategia no va a tener apenas impacto sobre la resistencia, y se van a encargarde que el castigo a los traidores y sus familias sea tan alto como para que no valga la pena arriesgarse.

El problema es que Occidente ha quemado casi todos sus cartuchos y no le quedan más opciones que la de negociar los términos de la retirada. Para ello cuenta con la colaboración del rey Abdullah de Arabia Saudí y del Gobierno de Pakistán, cuyas fuerzas de seguridad tienen excelentes contactos con los talibanes, a fin de allanar el terreno y a que los "sobornos" lleguen a su destino.

Dentro de la administración Obama, según funtes de la delegación norteamericana en la conferencia, existe ya un debate interno sobre hasta cuán alto llegar en la compra de terroristas, que pueden ser responsables no sólo de la muerte de soldados, sino incluso del 11-S. Esta misma semana, y como parte ya del proceso de amnistía (una palabra tabú), la ONU retiró a cinco talibanes afganos de su lista negra, permitiéndoles viajar al extranjero y levantándoles los catigos económicos. Pero, se trata simplemente de personajes que hace tiempo que se incorporaron al gobierno de Karzai - con una bien ganada reputación de corrupto-,o que se encuentran bajo su protección. "No hay que ser hipócritas - matiza Mark Sedwill, embajador británico en Kabul-.La lección del conflicto del Ulster es que el precio de la paz consiste en integrar en el sistema a individuos poco recomendables". ¿Y el precio de la guerra?.

29-I-10, R. Ramos, lavanguardia