´Thank God for the bomb´, Quim Monzó

Desde hace ya unos cuantos lustros, cuando renuevan los censos, en muchos países hay gente que opta por declarar que su religión es el jediismo, esa creencia que nace de La guerra de las galaxias y que bebe de un cóctel de budismo, taoísmo y sintoísmo. Medio millón de personas en el mundo son jediistas. En el censo del 2001, sólo en Gran Bretaña cuatrocientas mil declararon que esa era su fe, de modo que se convirtió en la cuarta del país. Por encima sólo hay el cristianismo, el islam y el hinduismo. En Canadá hay más de cincuenta mil jediistas, cifra semejante a la de Nueva Zelanda. En Australia son más de setenta mil, y en este país su principal amenaza es el auge del pastafarismo, la religión del Volador Monstruo de Espagueti, que cada vez tiene más fieles en el planeta.

La novedad de estos días es la propuesta de los amantes del heavy metal, que - a través de la revista Metal Hammer-han iniciado una campaña para conseguir que en Gran Bretaña sus seguidores declaren que esa es su religión. Aprovechando el hecho de que el año próximo se renovará el censo, bastará que, en la casilla que pregunta por las creencias, la gente escriba "heavy metal".

Es una noticia que recuerda cuando, a principios los años ochenta, en las primeras declaraciones de renta que hice me sorprendía ver que preguntaban a qué quería dedicar un tanto por ciento de lo que me tocaba pagar (creo que era el 0,7): a la Iglesia católica o a fines sociales. Con algún amigo hablamos de dar forma institucional a la hiparxiologia, la magnífica religión que delineó Francesc Pujols y que mereció el interés de maestros como Salvador Dalí. Institucionalizada la hiparxiologia y con casilla propia en la declaración de renta, el tanto por ciento que pagásemos lo recuperaríamos luego los hiparxiólogos y nos lo gastaríamos en copas. Pero, bueno, mucho hablar y al final no hicimos nada, a diferencia de lo que, por ejemplo, hicieron algunos reclusos de la penitenciaría de Atlanta, hartos de ver el tacto con el que trataban a presos con religiones de esas que no les permiten comer tal cosa y, en cambio, sí mucho de tal otra. Fue a principios de los setenta. Crearon la Iglesia del Nuevo Cantar y en pocos meses había ya miles de adeptos en todas las cárceles del país. La característica más destacada de esa fe es que están obligados a comer cada día filet mignon,acompañado de jerez Harvey´s Bristol Cream.

A mí lo del heavy metal me dice más bien poco, pero aun así veo con cariño su iniciativa. Ysi les ponen problemas y les dicen que se salen de lo habitual y que no cumplen con los esquemas o los ritos de los cultos al uso, pues siempre pueden empezar a flagelarse cada día con un cinturón, como -según el libro Perché è santo- hacía Juan Pablo II. Así tendrán más credibilidad religiosa

28-I-10, Quim Monzó, lavanguardia