´Inmigración y papeles´, Pilar Rahola

Qué sensación de repetir los errores de los vecinos, como si equivocarse fuera un destino inevitable! Corrían los 80 cuando tuve la ocasión de seguir, durante una campaña electoral, a Jean-Marie Le Pen. Me había enviado mi querido amigo Vicenç Villatoro, y el motivo era un reportaje para TV3 sobre el fenómeno xenófobo francés. Durante 15 días escuché, vi, pregunté, y la conclusión resultó evidente: Le Pen estaba zampándose el fragmento de población que, ante los difíciles retos que planteaba la inmigración masiva, se habían sentido huérfanos de opción política. La izquierda francesa se había apuntado a la inefable corrección política, y mientras vendía su buenismo discursivo, no daba ninguna solución a los problemas de convivencia. Y la derecha callaba, por aquello de no ser estigmatizada por la izquierda, de manera que unos por otros, en algunos barrios sólo se oía la voz de Le Pen. Por supuesto era una voz perversa, nacida de la ideología fascista que la alentaba, pero voz al fin y al cabo. Y en aquellas zonas donde, durante el Ramadán, los vecinos no podían dormir, o donde se oían los chillidos de los corderos degollados en las bañeras, o donde la confrontación religiosa creaba problemas, nadie más daba soluciones. Sobra decir que las soluciones del fascismo nunca lo son, pero siempre saben aprovechar las debilidades de la democracia, en especial en aquellos barrios donde, a los problemas endémicos, se suman las inmigraciones masivas. Fue así como, huérfanos de referentes, muchos franceses pasaron de votar al PSF, a votar al Frente Nacional.

Tengo la convicción de que en nuestro país está empezando a producirse un fenómeno parecido que se mueve silenciosamente. ¿Tendremos a Anglada en el Parlament? Muy probablemente. ¿Será su éxito? Será nuestra derrota, una derrota nacida del error reiterado. Pongamos a Vic como ejemplo. Después de años de tolerar la "normalidad" de la ilegalidad, el Ayuntamiento ha impuesto unas normas básicas: los extranjeros que quieran empadronarse deberán mostrar su documentación legal, y para ello dispondrán de tres meses. Si no la aportan, serán empadronados, pero se avisará a la policía de su situación ilegal. Es decir, el Ayuntamiento ha decidido creerse la ley, convencidos de que la ley ayuda a una mejor convivencia. Pero ya han salido las voces excitadas, CC. OO. ha elevado su indignación a la Generalitat, y la palabra xenofobia asoma la cabeza en los discursos. ¿Por qué? ¿Por qué nos asusta tanto creer en nuestras propias leyes? Creo que CC. OO. y compañía se equivocan de todo, de enfoque, de problema y probablemente de siglo. La única forma de defender una sociedad de mezclas, con fuertes procesos inmigratorios, es aplicando las leyes que nos definen como democracia. El resto es paternalismo, buenismo suicida y, en el mejor de los casos, un despiste supino.

10-I-10, Pilar Rahola, lavanguardia