´La mala guerra´, Valentín Popescu

Al asumir la presidencia, Barack Obama proclamó la guerra del Afganistán cómo su guerra:
jamás un presidente estadounidense ha declarado suya una guerra peor llevada. La guerra
fue mal planteada, pésimamente gestionada y peor llevada. Más que una guerra, la alianza contra los talibanes fue una réplica al terrorismo fundamentalista y, como tal, la respuesta político-militar fue coherente. Pero fue exitosa en su único objetivo de aquel momento: derrocar el régimen talibán y privar a Al Qaeda de su base de operaciones afgana. Logrado esto, la falta de un programa político para la paz permitió que la victoria degenerase en una guerra de guerrillas para la que ni el Pentágono ni los países aliados estaban preparados. Unos, porque creían que este problema era sólo militar, y otros, porque no creían nada y se limitaban a un seguimiento desganado de los estadounidenses.

Esto explica que en Afganistán haya un contingente militar macrocéfalo –¡el cuadro de mandos de las fuerzas aliadas en Kabul es de 1.500 personas para 100.000 combatientes!– y que apenas ahora se empiecen a desarrollar estrategias y técnicas para una lucha antiguerrillera. Sin olvidar que desde el 2005, cuando resurgió la ofensiva talibán, el ejército aliado sigue muy lejos del contingente mínimo necesario –de 150.000 a 200.000 hombres– para dominar el escenario. Y lo peor no es la situación militar. Existen recursos militares y económicos para acabar
ganando. Lo que no parece haber es la voluntad de hacer el esfuerzo correspondiente, porque un
conflicto caro y sangriento se vuelve impopular. Y lo peor es que resolver el problema –no sólo militar– afgano implica un esfuerzo económico y político muchísimo mayor que el requerido
por el desafío bélico.

El de Afganistán apenas se merece el nombre de Estado. Sus instituciones son poco menos que virtuales; el poder real es casi medieval, con estructuras tribales, solidaridades étnicas y poderes fácticos forjados por bandas mercenarias y señores de la guerra. Nadie sabe el presupuesto necesario para construir –que no reconstruir– un país con el 30% de población analfabeta, con una economía que se sustenta en más de un 30% en el narcotráfico y que funciona gracias a la corrupción y el engaño. No es de extrañar, pues, que Obama esté tratando de ponerle
plazo a su guerra. Se ha insinuado que podría ser una retirada escalonada entre el 2015 y el 2025. Pero si Washington no quiere irse como la URSS el siglo pasando, con el rabo entre las piernas y dejando tras sí un territorio enemigo y conflictivo, antes tendrá que darle al Afganistán un mínimo de infraestructuras y un cuerpo de funcionarios honrados y competentes, así como un marco económico que permita al país vivir y crecer sin el recurso masivo al
cultivo de opiáceos. Todo un programa horrorosamente caro para un mundo que trata justamente de salir de una de sus peores crisis económicas.

2-I-10, Valentín Popescu, lavanguardia