´Pelotas´, Clara Sanchis Mira

Señor director: Quiero felicitar a la afición azulgrana por sus últimas victorias. Siempre me alegro cuando gana el Barça, aunque no comprenda el fútbol. Cómo será la cosa, que la única vez que fui a un estadio no conseguí ver la pelota. Como mucho un par de veces, y ni eso. La gente movía la cabeza de un lado a otro, y yo con ellos, con el cuello de aquí para allá, pero me costaba captar la idea. Es verdad que a veces me desconcentraba y me ponía a pensar en mis cosas, pero en general me esforcé. Aun así, decía, siempre me alegra que gane el Barça, porque una vez que perdió, hace bastante, tuve problemas sentimentales.

En los albores de una relación amorosa, mi amigo y yo habíamos programado una cena íntima. Horas antes, me dijo que se iba a retrasar porque quería ver el partido. Se ve que esa noche había partido. A mí me pareció bien, aunque me sorprendió, porque alguna vez, en nuestro incipiente romance, le había oído decir que no le interesaba el fútbol. No, si no me gusta, corroboró al teléfono, pero cuando juega el Barça es distinto.

Preparé un par de platos sabrosos, un CD de su cantante favorito y una mesa acogedora. Y a mí. Pero él entró por la puerta con la cabeza gacha. Hemos perdido, dijo con un tono de voz rasposo que no le conocía y una mueca desencajada. Pensé que ponía esa cara tan graciosa para gastarme una broma, pero cuando le reí la ocurrencia con una carcajada sonora, me lanzó una mirada extraña y saltó al sofá con aire angustiado, sin darme un beso. Puse su CD favorito, encendí las velas y serví la cena como hablando de otras cosas, a ver si se le pasaba el ostracismo. Pero él no dejaba de mirar el tenedor con odio, hurgando en el plato como si quisiera asesinar al pollo. Viéndolo así, lo encontré algo ridículo, noté que mis sentimientos hacia él, aún frágiles, perdían fuelle. Y temerosa de la distancia que se abría entre nosotros - me parecía que la mesa se alargaba-traté de ponerme en su lugar. Busqué en mi corazón algo de amor incondicional hacia un grupo de millonarios que le pegan a la pelota que no veas. Me trabajé la idea: cerré los ojos, apreté los puños, me dibujé a mí misma en las gradas con lágrimas en los ojos. Y nada. En realidad, me sentía cada vez más sola delante del plato, con mi tanga de lunares, cenando en una mesa que se alargaba por momentos con un desconocido que perdía todo su encanto, con esa mirada alelada fija en el tenedor. Hasta que me harté. Bueno, al fin y al cabo es un jueguecito de pelota, dije, tampoco es para ponerse así. Para mí es muy importante, dijo con un tono tan dramático que daba risa. Y no me pude contener. No sé qué te hace tanta gracia, masculló con rabia, cada vez más transformado. Pues me hace gracia que a un adulto le afecte de esa manera una cosa tan tonta, dije sin poder parar de reír. Mucho más tontas son tus cosas, dijo él, y eso ya sí que me sentó mal. Pero en lugar de lanzarle un par de insultos directos, me dio por hacer una investigación temática. Cuando te amargas así, por un juego que no repercute para nada en tu vida, ¿enqué armario guardas tu inteligencia? ¿Dónde queda tu raciocinio, cuando casi lloras aquí mismo, a tu edad, delante de este pollo, por no hablar de mí y mi tanga de lunares, sólo porque unos tipos, a los que no conoces de nada, pierden un partido? ¿Crees que ellos sienten algo por ti? ¿No ves que pones tus sentimientos en manos de un negocio que te induce a formar parte de algo inexistente? ¿Qué se te pierde a ti en ese césped? ¿Honor grupal? ¿Orgullo pelotero?Cuando al fin pude parar de hacer preguntas, mi amigo era un puntito lejano en la otra punta de una mesa increíblemente larga. Hice unas señas con las manos, por si no me podía oír, pero mientras su cantante favorito cantaba con ardor, nos fuimos perdiendo de vista.

30-XII-09, Clara Sanchis Mira, lavanguardia