els pakistans i la ´bomba nuclear islàmica´

El asesinato hace dos años de Benazir Bhutto convulsionó Pakistán. A Benazir le sucedió su viudo, Asif Ali Zardari, que pareció estabilizar la situación en un país que Estados Unidos considera clave no sólo por su posible contribución en la guerra de Afganistán, sino también porque es un Estado dotado de armamento nuclear. Pero dos años después del asesinato de Bhutto, Zardari, ahora presidente de Pakistán, aparece debilitado, lo que vuelve a disparar todas las alarmas.

El aniversario de la muerte de la primera mujer que gobernó un Estado islámico llega con el histórico Partido Popular de Pakistán (PPP), fundado por su padre, Zulfiqar Ali Bhutto, en horas bajas, arrinconado por la oposición y con la decisión del Tribunal Supremo de reabrir los casos de corrupción contra Zardari, quien el año pasado accedió a la presidencia tras forzar la renuncia del general Musharraf, el gran aliado de Washington en la guerra de Afganistán.

El Alto Tribunal ha anulado la polémica amnistía política que en su día se le concedió a Zardari, también conocido por el sobrenombre de Míster 15 por Ciento,y la oposición exige ahora su dimisión, lo que, además de disparar la inestabilidad, pondría en peligro la continuidad de la dinastía de los Bhutto, que en Occidente siempre se ha considerado un mal menor.



Pakistán no nació como lo hizo India, donde el parto fue controlado por una clase media que optó por una democracia socializante y laica. En Pakistán, la independencia fue administrada por militares y terratenientes, lo que determinó el predominio del Punyab, la provincia que en Pakistán representa lo que Serbia era en la antigua Yugoslavia. El ejército pakistaní, mayoritariamente punyabí, ha sido históricamente la columna vertebral de un régimen que ha controlado el rompecabezas pakistaní y ha mantenido a raya a las otras grandes comunidades étnicas (pastunes, beluchis y sindis), que se consideran discriminadas. La provincia del Punyab, con más de 80 millones de habitantes, es la clave.

Los pastunes, que se concentran mayoritariamente en el noroeste, incluidas las zonas tribales, junto a la frontera con Afganistán, son el granero de los talibanes. No todos los pastunes son talibanes, pero tampoco renuncian a proclamar, si se unieran con los pastunes de Afganistán (los dos, 40 millones), un Pastunistán independiente. Los sindis, en el sudeste, suman unos 25 millones, lo que los convierte en el principal apoyo al feudalismo que personifican los Bhutto. Y, finalmente, los beluchis, que no son los más numerosos (unos 7 millones), pero tampoco olvidan que su territorio histórico se lo reparten Pakistán, Afganistán e Irán.

El fin del colonialismo británico no significó mucha independencia para pastunes, sindis y beluchis, que entonces pasaron a ser controlados por la bota militar del Punyab. El resultado ha sido una rivalidad que, en buena parte, explica la ausencia de grandes avances del ejército en la lucha contra el talibán, cuyo régimen fue inventado por los servicios secretos pakistaníes. Cada víctima civil entre los pastunes no necesariamente aumenta el reclutamiento en las filas talibanes, pero sí alimenta el nacionalismo pastún. Por eso los militares pakistaníes, cuya obsesión es India y la disputa de Cachemira, prefieren ir con pies de plomo. ¿En qué Pakistán tendría que confiar entonces Washington? Si Pakistán llegara a romperse, el armamento nuclear permanecerá bajo control de los militares, esto es, del Punyab.

28-XII-09, lavanguardia