´Feminicidio de Estado´, Joana Bonet

Los territorios de frontera atrapan con mayor vehemencia el lado oscuro de la vida, tal vez porque, allí, "vivir al límite" no es ninguna metáfora. El desierto interrumpido por Río Grande, que separa el estado mexicano de Chihuahua de la ciudad norteamericana de El Paso, representa la última frontera de muchos mundos, el vértice donde convergen la industria y la tradición ancestral, el crimen organizado y las estampas a la Virgen de Guadalupe. Y la misoginia patológica. Narcos de altos vuelos se diluyen entre oleadas de inmigrantes mientras un régimen fiscal de excepción permite explotar a miles de personas en las maquiladoras: las fábricas de ensamblaje que dan trabajo a los más pobres, en concreto a chicas sin apenas estudios que realizan jornadas interminables por un dólar la hora. El hambre quita el miedo; por eso, a pesar del peligro, siguen subiéndose a autobuses nocturnos al salir de las maquilas. "En Ciudad Juárez está el secreto del mundo", escribió Roberto Bolaño en 2666.El secreto del mundo se esconde tras la pulsión del mal: desde 1993, quinientas mujeres han sido secuestradas, violadas y torturadas hasta la muerte. Y cinco mil, desaparecidas.

El mayor agravante de los asesinatos de Ciudad Juárez ha resultado ser la impunidad y por tanto la normalización de la violencia. Las negligencias del Estado Federal y la arrogancia de la policía han pretendido minimizar el asunto: al fin y al cabo, no representaban grandes pérdidas, sólo eran muchachas corrientes destinadas a la fosa común. Así lo denuncia la asociación Women´s Link en su amicus curiae presentado ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Por vez primera en la perversa historia del mal de Ciudad Juárez, este tribunal va a declarar al Estado mexicano culpable de uno de estos casos: la matanza del Campo Algodonero. En el terreno baldío donde las encontraron, los pechos mutilados y las manos atadas a la espalda, hoy se erigen ocho cruces rosas. La madre de una de ellas, de la menor Laura Berenice, denunció su desaparición en el 2001: "Estará con el novio", le dijeron los policías, entre risas. Casi diez años después, Benita Monárrez tal vez pueda dejar de oír aquellas carcajadas. La asociación que preside, junto a organizaciones de mujeres y la solidaridad internacional, han denunciado la ausencia de garantías legales en México, un país democrático, presumiblemente. Reconforta saber que en este proceso han intervenido como asesores cuatro abogados españoles. Ellos son Emilio Ginés y José María Prat, representantes del Consejo General de la Abogacía Española; Mayte López, de la Conferencia Española de abogados jóvenes, y el catedrático Héctor Faínez. Cuando se haga pública esta sentencia, no habría que olvidar sus nombres, ni los de quienes, durante quince años, han denunciado el terror convertido en costumbre, en secreto.

30-XI-09, Joana Bonet, lavanguardia