(Afganistán:) ´¡Una misión imposible!´, Fawaz A. Gerges.

Después de meses de incertidumbre y especulación, el presidente Barack Obama ha desvelado su esperada estrategia concerniente a Afganistán. Su decisión de desplegar un contingente adicional de 30.000 soldados e infantes de Marina en Afganistán a principios del 2010 no ha sido una sorpresa. En las reuniones del gabinete de guerra bajo la presidencia de Obama, la cuestión estratégica enjuiciada no se cifró en el envío de más tropas, sino de cuántas.

La segunda escalada militar de Obama con relación a este conflicto durante este año - el mayor despliegue militar estadounidense como tal desde la invasión de Iraq en el 2003-aumentará el número de tropas estadounidenses en Afganistán a casi 100.000 soldados (hay que añadir los 50.000 soldados de la OTAN estacionados en el país) . En concreto, habrá tantas tropas en Afganistán como en Iraq en el momento culminante de la guerra, entre el 2003 y el 2008.

En su discurso en televisión, Obama subrayó los límites de la presencia estadounidense en Afganistán y estableció el objetivo de empezar a devolver las tropas a casa tan sólo al cabo de 18 meses. Afirmó: "El envío de estos contingentes adicionales estadounidenses e internacionales nos permitirá acelerar el traslado de responsabilidades a las fuerzas afganas, así como iniciar la salida de nuestras fuerzas de Afganistán en julio del 2011".

Si Obama cree que podrá transferir la seguridad a una autoridad central afgana en el plazo de dos años; va a llevarse una sorpresa muy enojosa. Tal empeño, que no es fácil, implica el esfuerzo de un decenio de reconstrucción nacional e institucional del país. Independientemente de lo que argumenta Obama, al insistir en que su estrategia prevé un principio de final de partida que se sitúa en julio del 2011 y que no traspasará esta campaña militar al próximo presidente, este conflicto puede durar más que el periodo de su Administración, como la de Iraq ha sobrevivido a su predecesor.

Evidentemente, la política exterior de Obama no advierte la gravedad de la situación en este país desgarrado por la guerra desde el punto de vista institucional, social y de seguridad.

Afganistán es un país hecho trizas. Más de treinta años de guerra y convulsiones políticas han destruido la mayoría de los vínculos que se supone que cohesionan a una comunidad. La sociedad civil se halla profundamente fragmentada y dividida según las diversas tribus y facciones. Por desgracia, Afganistán es un yermo social e institucional. Cada tribu y facción se las arregla por su cuenta. No existe idea alguna de bien común.

El Gobierno de Hamid Karzai es una cáscara vacía, cuya autoridad no se extiende más allá de las afueras de la capital, Kabul. Su pretensión de celebridad se cifra en que figura en la lista de Transparencia Internacional (TI) como segundo lugar, tras Somalia, en nivel de corrupción en el mundo, con una clasificación en índice de percepción de corrupción del 2009 de 179 en un total de 180 países.

La estrategia estadounidense incluye planes para organizar las fuerzas armadas afganas de modo que alcancen 134.000 soldados en el 2010 y aumentar los efectivos de las fuerzas de seguridad para que la transferencia de la autoridad pueda comenzar en el verano del 2011. Es increíble que la Administración Obama planee empezar a afianzar el grado de seguridad de Afganistán, un país enorme, complejo e inestable, con 134.000 soldados, e incluso mediante el doble de tal cifra. Por el momento, sólo una de las 34 provincias de Afganistán se halla bajo control militar y policial afgano.

El traspaso de poderes y responsabilidades a los afganos exigirá bastante tiempo, espacio, contratiempos y recursos. La tarea de organizar un ejército profesional afgano sufre un alto nivel de deserciones. Según fuentes fidedignas, una cuarta parte de los miembros de las fuerzas armadas se ha perdido del 1 de enero al 30 de septiembre del 2009, buena parte por la vía de la deserción. En cuanto a la reforma de la policía, totalmente corrupta, se trata de un arduo y difícil desafío.

En Washington y otras capitales occidentales parece darse una escasa comprensión de la importancia de la cultura e identidades locales en Afganistán. Independientemente de su fuerza y poder, Estados Unidos y la OTAN no poseen una varita mágica para moldear el tipo de vida del país a su imagen; lección, por cierto, que cabría pensar aprendieron penosa y costosamente los países aliados en las arenas movedizas iraquíes empapadas de sangre.

Resulta aún más alarmante que Obama no se haya mostrado comunicativo, como repetidamente se comprometió durante su campaña presidencial, con el pueblo estadounidense acerca de la cuestión de la menguante amenaza que siguen planteando Al Qaeda y facciones afines. También ha reivindicado la errónea afirmación de que los talibanes afganos y Al Qaeda de Bin Laden operan en sentido amplio como una sola entidad.

Aunque en la cúspide de su actividad terrorista, a finales de los años noventa, Al Qaeda contaba con entre 3.000 y 4.000 extremistas, el número de agentes de Bin Laden se ha reducido a alrededor de 400 o 500 terroristas. Según los cálculos más fiables de los servicios de inteligencia, puede haber tal vez unos cien agentes de Al Qaeda en Afganistán y trescientos en el vecino Pakistán.

¿Justifica la presencia de cien terroristas de Al Qaeda en Afganistán, letal como es, la nueva escalada militar con sus inherentes riesgos y costes? ¿No debería estar plenamente informada la sociedad en Estados Unidos sobre la naturaleza cambiante de la amenaza antes de lanzarse a otra aventura militar?

La estrategia afgana de Obama es sinónimo de la lógica de la guerra global contra el terrorismo.Si bien se ha distanciado de tal retórica, aún no se ha desembarazado de su lógica y mentalidad. Obama admite la existencia de una alianza impía entre Al Qaeda y los talibanes afganos, que son inseparables. Si Estados Unidos no derrota a los talibanes, Afganistán se convertiría en un Estado en manos de Al Qaeda.

Ciertamente existen vínculos operativos entre los talibanes en Afganistán y algunos agentes de Al Qaeda, que proporcionan formación y experiencia en la fabricación y el empleo de artefactos explosivos improvisados (improvised explosive device,IED). Los talibanes han desplegado recientemente ataques suicidas estilo Al Qaeda con letales efectos. Pocos líderes talibanes se jactan públicamente de su relación con los hombres de Bin Laden.

Pese a estos vínculos letales, sería peligrosamente engañoso y contraproducente confundir y meter en el mismo saco a un grupo yihadista sin fronteras (que libra una campaña terrorista en todo el mundo) como Al Qaeda con un movimiento local de insurgencia armada como los talibanes, atento sobre todo al frente interno, Afganistán. Las autoridades de Estados Unidos nunca han acusado a los talibanes afganos de llevar a cabo ataques o atentados fuera de Afganistán.

El año pasado, los talibanes afganos cuadruplicaron casi su número, pasando de 7.000 a más de 25.000, según los servicios de inteligencia de Estados Unidos, y han ganado más adeptos en el seno de las tribus pastunes, mayoría en Afganistán. La lucha en Afganistán es mucho más amplia y compleja que la acción de Al Qaeda, que enfrenta a una temible coalición de tribus pastunes contra la que juzgan una amenaza extranjera a su identidad y forma de vida. La guerra ha atraído a algunos centenares de militantes islámicos - no sólo de tipo Al Qaeda-procedentes de Cachemira, el mundo árabe e incluso Asia Central.

En Afganistán, Al Qaeda constituye un elemento muy pequeño en esta coalición, un efecto secundario, un parásito alimentado por la anarquía y la inestabilidad. Indudablemente, un centenar de agentes de Al Qaeda no puede guiar ni liderar una poderosa insurgencia compuesta de decenas de miles de combatientes y varios grupos locales con sus propias agendas distintas.

Lamentablemente, la política exterior de Obama juzga a los talibanes afganos, factor involutivo y brutal en el país, a través del prisma de Al Qaeda y de la guerra global contra el terrorismo. De hecho, una lectura atenta del discurso de Obama y de las declaraciones de sus principales asesores muestra los malentendidos y la confusión conceptual existentes sobre Afganistán y Pakistán. Se utilizan indistintamente Afganistán y Pakistán, aunque en realidad se refieren a Pakistán. Uno tiene la impresión de que el "refuerzo de tropas" debería haberse producido en Pakistán - no en Afganistán-,donde se hallan las bases de Al Qaeda, de modo que Afganistán constituye el frente equivocado.

Si el nuevo "refuerzo de tropas" en Afganistán se ha planificado para liquidar lo que resta de la Al Qaeda de Bin Laden, podría resultar otro error de análisis catastrófico. La escalada militar proporciona motivación y fuelle a un grupo de parásitos como Al Qaeda, que ha cobrado limitada energía a lo largo de la región tribal de Pakistán fronteriza con Afganistán en virtud de su estrecha colaboración con los talibanes en ambos países.

Podría apuntarse un argumento convincente en el sentido de que librar a los territorios tribales pastunes de Al Qaeda y otros elementos extremistas extranjeros exige un acuerdo político de ámbito regional que atienda las quejas de las comunidades tribales, así como las cuestiones geoestratégicas relativas a Pakistán, Irán e India.

Cabe esperar que la iniciativa apremiante y arriesgada de Obama logre crear condiciones favorables a un acuerdo político en Afganistán conducente a la formación de un gobierno representativo y legítimo para el pueblo afgano.

 

6-XII-09, Fawaz A. Gerges, profesor de Relaciones Internacionales sobre Oriente Medio de la London School of Economics. Autor de ´El viaje del yihadista: dentro de la militancia musulmana´, Ed. Libros de Vanguardia, lavanguardia