profunda implicació índia en el AFPAK

Hace un año la trepidante Bombay amanecía muda, en mitad de una pesadilla: cuatro comandos terroristas llegados por mar habían sembrado de cadáveres Victoria Terminal y retenían a sangre y fuego dos de sus hoteles más lujosos y un centro judío. India había pasado la noche pegada al televisor, hipnotizada por las llamas del icónico hotel Taj Mahal. Tras 62 horas, el asalto terrorista (con una planificación no vista desde el 11-S) dejaba 165 víctimas mortales, 28 de ellas extranjeras. Nueve de los diez terroristas también murieron, mientras que el único capturado, Amir Kasab, sería clave para tirar del hilo, que, una vez más, conduciría hasta Pakistán. En concreto, a la Lashkar-e-Toiba, una organización que a menudo ejecuta los designios antiindios del ISI, el servicio de inteligencia pakistaní.

India recordaba ayer el aniversario con velas en los lugares de la tragedia. Nada parecido se ha vuelto a producir en suelo indio, ni ha habido una escalada de las hostilidades con Pakistán. Desde este punto de vista, el ministro del Interior, P. Chidambaram, ha mejorado la confianza de los indios en sus fuerzas de seguridad, tras el fiasco del 26-N. Asimismo, con su contención, India ha ganado la batalla de la opinión pública internacional y Pakistán - que incluso negó la nacionalidad de los terroristas-la ha perdido.

Ante la provocación de Bombay, India no respondió amasando tropas junto a la frontera pakistaní, tal como había hecho en el 2002, tras el asalto de Lashkare-Toiba contra la Asamblea. De haberlo repetido, habría dado al ejército pakistaní una excusa para no emplearse en el flanco fronterizo con Afganistán.

El Gobierno de Manmohan Singh ha mantenido la cabeza fría, a pesar del ardor guerrero de importantes medios. El reconocimiento le llegaba esta semana con la primera visita de Estado de la era Obama. Anticipándose a la petición del premier indio en la Casa Blanca para que EE. UU. presione a Islamabad, los tribunales pakistaníes encausaban al supuesto cerebro de Bombay, Zakiur Rehman Lakhvi, - número dos de Lashkar-e-Toiba-y a otros seis activistas.

El jefe del Estado Mayor indio, Dipak Kapur, dijo esta semana que no se puede descartar una guerra limitada en el subcontinente, pese a la disuasión nuclear. La respuesta de India sólo es gandhiana en apariencia. Su presupuesto militar ha aumentado un 25% tras los atentados. Y ayer la policía desfilaba por el malecón de Bombay con vehículos nuevos, para demostrar que está mejor preparada que hace un año, cuando tuvo que enfrentarse a los kalashnikov con bastones o revólveres. Para más inri, el asalto empezó frente a una comisaría, en la cervecería Leopold.

Con los atentados de Bombay, el terrorismo en suelo indio dejaba de ser local (el foco de Lashkar-e-Taiba era Cachemira) para convertirse en global. Cobrándose, como primera víctima, la voluntad de deshielo con que Asif Ali Zardari se estrenaba como presidente de Pakistán.

El hotel Taj Mahal se afana aún en rehabilitar su edificio histórico, pero las relaciones indopakistaníes se han quedado entre los cascotes. La fría venganza de India es que, un año después, quien está al borde de la implosión por culpa del terrorismo es Pakistán. La seguridad ahoga la vida cotidiana en Islamabad. Y las universidades han empezado a coronar sus vallas con alambradas, para evitar que terroristas suicidas hagan saltar la civilización en pedazos.

27-XI-09, J.J. Baños, lavanguardia