explosiva rebuda a Hillary Clinton

El recibimiento de Hillary Clinton ayer en Pakistán consistió en uno de los más sanguinarios atentados de la martirizada historia reciente del país.

Cuando la secretaria de Estado de EE. UU. llevaba apenas tres horas en Islamabad, alrededor de un centenar de personas, la mayoría mujeres y niños, eran despedazas por un coche bomba con 150 kilos de explosivos en un bazar de Peshawar, capital de la provincia pastún. Más de 200 compradores y vendedores resultaron heridos. Como tantos atentados en Pakistán, no ha sido reivindicado y su autoría es controvertida.

Clinton, que permanecerá tres días en Pakistán, se reunió ayer con el primer ministro, Raza Gilani, en un gesto de apoyo a la frágil democracia, con un año y medio de rodaje. Sin embargo, la campaña militar en Waziristán del Sur contra los talibanes de la tribu de Mehsud - empeñada en una ola de atentados contra las fuerzas de seguridad que ha costado 185 muertos en dos semanas, sin contar los de ayer-movió a la enviada de Obama a saludar los esfuerzos del ejército de Pakistán. En este sentido, 42 guerrilleros han muerto durante las últimas 24 horas en la ofensiva militar - frente a un solo soldado-,aunque estos datos oficiales no pueden ser contrastados.

Sin embargo, Clinton - que mientras fue candidata a la presidencia de EE. UU. amenazó con arrebatar a Pakistán su arsenal nuclear-,al mismo tiempo que reiteraba su confianza en la capacidad pakistaní de controlar su disuasión nuclear, instó al ejército de este país a evitar nuevos episodios de proliferación, como los asumidos por A. Q. Jan, padre de su programa nuclear, a quien recientemente se ha dispensado del arresto domiciliario.

A diferencia de India, Pakistán ha sido siempre un estrecho aliado de EE. UU., tanto en periodos de dictadura militar (la mayoría) como de democracia. Su papel fue clave para expulsar a los soviéticos de Afganistán y, de rebote, precipitar el hundimiento del bloque comunista. Sin embargo, el establishment pakistaní considera que su papel no fue justamente recompensado; de hecho, sufrieron sanciones a causa de su programa nuclear.

Y si Afganistán y Pakistán pasaron al olvido durante los años de Bill Clinton en la Casa Blanca, el 11-S se encargó de devolverlos a escena brutalmente. Eso sí, con Washington pidiendo al ejército pakistaní, creador del Frankenstein talibán, que diera un giro de 180 grados y pasara de apoyarlos a combatirlos. El ejército pakistaní no ha hecho ni una cosa ni la otra, mientras recibía 11.000 millones de dólares de EE. UU. Ahora, cuando Obama decide aumentar la ayuda no militar, el ejército se ve amenazado y fomenta una campaña antinorteamericana.

Finalmente, Obama ha convertido el avispero de Afpak en piedra de toque de su política internacional. Y es consciente de la inconsistencia de armar a un ejército que con una mano combate a los talibanes menos beligerantes y con otra da refugio al mulá Omar y a sus talibanes, para cuando los occidentales hayan abandonado su patio trasero.

En la odiosa masacre de ayer los acorralados talibanes son los primeros sospechosos.

Aunque esta semana el ministro del Interior pakistaní, Rehman Malik, se ha atrevido a acusar a India de fomentar no sólo el secesionismo beluchi sino también a los talibanes.

El embrollo pakistaní (con dos servicios secretos que no rinden cuentas al gobierno) sigue complicándose, ante unos ciudadanos atónitos y mayoritariamente moderados. Las constantes son unas fuerzas armadas enrocadas, violencia creciente y una democracia sujeta a las acusaciones de inoperancia y corrupción de las que se libra el ejército, que además juega a fondo la baza de que su arsenal atómico pueda caer en manos peores.

29-X-09, J.J. Baños, lavanguardia