īLa solicitudī, Clara Sanchis Mira

Ya les puedo contar una pequeña pesadilla que me ha tocado vivir y que no sé ni cómo apareció en mi vida ni cómo desapareció, ni cuántos de ustedes podrían estar padeciéndola incluso sin saberlo. Todo empezó cuando un amigo me alertó de que al poner mi nombre en Google Maps salía mi dirección y un plano detallado de cómo llegar hasta mi casa. ¿Quién ha colgado eso ahí sin mi permiso?, y sobre todo, ¿qué tengo que hacer para que lo quiten inmediatamente?, pregunté, ilusa.

Una vez comprobada la amenaza - ahí estaba el plano con pelos y señales-,lo primero que hice fue llamar a un informático que me sugirió que investigara en Google Spain, en páginas amarillas y blancas y en cualquier compañía telefónica, o cosa, que pudiera tener acceso a mis datos. No va a ser fácil, auguró. Y empecé mi peregrinación por las redes invisibles y las operadoras de hielo. De teléfono en teléfono -borren mis datos personales, por favor-, mis pesquisas siempre acababan en algún fax al que debía enviar la solicitud firmada de mi derecho a la intimidad. Es que no tengo fax, respondía con impaciencia, y no entiendo por qué tengo que ir a darme de baja de algo en lo que nunca me he dado de alta. Por fax, repetían impasibles. Mastiqué la indignación y mandé los faxes con la solicitud firmada y una fotocopia del DNI. Y en dos ocasiones me contestaron por carta que necesitarían recibir la solicitud firmada y una fotocopia del DNI. ¿Estamos locos? De acuerdo con sus deseos, respondió otra compañía, hemos cursado las instrucciones a fin de que sean borrados sus datos de nuestros ficheros; si está de acuerdo con esta solicitud devuelva esta plantilla por fax. ¿No voy a estar de acuerdo si la solicitud la estoy solicitando yo?, aullaba para mis adentros. Pero los días pasaban y yo entraba y salía de mi casa con el mapa en la frente. Le llamo de la guía telefónica, dijeron una mañana, queremos saber si desea aparecer este año. ¿Está de broma?, sáqueme de ahí inmediatamente. Pero si es gratis, oí decir antes de colgar.

Una señorita con acento anglosajón respondió en las oficinas de Google Spain. Puse en ella todas mis esperanzas. ¿Se da cuenta?, un plano detallado de cómo llegar a mi casa, cualquiera puede verlo, quítelo, por favor. Entre en nuestra página web y solicítelo desde ahí, dijo. Es que yo no he solicitado ese servicio y ustedes no tienen derecho a imponérmelo, insistí hasta perder los papeles. Como temía, ni yo ni mi informático encontramos en la maldita página una sola pista sobre el asunto. Señorita, su página es impenetrable, mascullé al límite. En estas oficinas no hay atención personalizada, tiene usted que entrar en la página, repitió. Y si no hay atención personalizada, ¿usted qué es?, grité, quiero hablar con un humano.

Un abogado me puso en contacto con la Agencia de Protección de Datos. Por fin alguien escuchó mis miedos y me informó del vacío legal que permite estos atropellos. Me hicieron llegar un documento que debía enviar a Google Spain, para que, si mis datos seguían ahí en los próximos 15 días, tramitáramos una denuncia. Quince días más ahí expuesta, con los datos al aire. Soñé que el plano crecía y llegaba hasta mi bañera. Tenga usted el plano de mi bañera, le decía a la señorita de acento anglosajón, y el de mi sistema circulatorio. Pasó una semana y llegó una larga carta de Google. En resumen, decían que mi solicitud no había sido dirigida a la entidad adecuada yme remitían a una dirección de Estados Unidos. Ja. Abandonada a la pertinacia de la situación, estaba pensando a quién pedirle que redactara en inglés la solicitud cien veces formulada, cuando he visto que mis datos personales han desaparecido de la red. Así, sin más. Me pregunto qué fax, qué carta, qué llamada dio con la clave del asunto. Pero temo que nunca lo sabré.

30-X-09, Clara Sanchis Mira, lavanguardia