´Empapados de corrupción´, Eulàlia Solé.

Insoportables casos de corrupción política, presunta o comprobada, nos empapan. No sólo bañan a políticos y ensucian la democracia, sino que contaminan la sociedad civil cuando esta no es capaz de mostrar de forma contundente su repulsa.

Entre nosotros todavía no se ha dado un lance semejante al acaecido en Portugal, donde un alcalde condenado por corrupto ha sido reelegido, demostrando los votantes que o bien no dan crédito a los jueces o bien aprueban al malhechor, dos disyuntivas igualmente lastimosas. Entretanto y aquí, ni la indiferencia ni la benevolencia electoral que según algunas encuestas se detectan son un buen augurio.

Miremos hacia otro país de la UE, hacia el Reino Unido, y veremos que los británicos no están dispuestos a perdonar a los diputados deshonestos, al primer ministro en cabeza. Todos ellos tendrán que devolver las sumas de dinero de que se habían apropiado para gastos privados, hallándose expuestos a que las urnas los castiguen en las próximas elecciones. Lamentablemente, en España la respuesta ante la corrupción no es la misma. Hay políticos involucrados que se defienden acusando sin rubor a la justicia, hay ciudadanos que se muestran condescendientes, los hay que expresan desafección política.

Sólo la pérdida de fe respecto a que es dable una clase dirigente digna explicaría bien la actitud tolerante, bien la animosidad hacia lo gubernativo. Cuando estalló el caso Roldán, en 1993, la gente se escandalizó. En la joven democracia, nadie estaba curtido en la estafa pública, y la derrota electoral del PSOE en 1996 fue en parte un castigo por la decepción. Por lo demás, Roldán acabó en la cárcel, y ningún dirigente adujo trama alguna de la judicatura.

No será el creciente desencanto de la sociedad civil lo que ponga coto a la epidemia de corrupción, ni lo que ayude a reformar la política. Dice Platón, en boca de Sócrates, que la virtud es la capacidad de administrar con justicia y prudencia los asuntos de la casa y de la ciudad. Una casa necesita ser gobernada, y también lo necesita un país, virtuosamente. Volver la espalda a la política no resuelve los problemas. Los gobernantes ineptos han de ser barridos, la escoba está en nuestras manos. Descubramos y apoyemos a hombres o mujeres justos y con talento, que los hay. Virtuosos en la acepción platónica.

23-X-09, Eulàlia Solé, socióloga y escritora, lavanguardia