´Inmunes a la corrupción´, Màrius Carol

Se diría que este país necesita más vacunarse contra la corrupción que contra la gripe A. Causa más alarma el virus gripal que el contagio de la deshonestidad. Las corrupciones políticas, de tan usuales, pronto dejarán de ser noticia, para pasar a ser costumbre. Inmunizarse contra el envilecimiento no es una forma de resistir a la epidemia, sino una manera de aceptar la pandemia como parte de nuestras vidas. Cuesta de entender que, en una reciente encuesta en la Comunidad Valenciana publicada por el diario El País, los consultados crean los informes policiales que salpican al PP (61%), que piensen que el presidente Camps mintió con el asunto de los trajes (53%) y, en cambio, suba la intención de voto de esta formación aunque sólo sea en una décima, hasta el 53,4%. Más allá de que el PSOE haya perdido la brújula en esta comunidad, resulta extraño que los escándalos que salpican a los conservadores en Valencia no pasen factura política.

Los medios de comunicación informan a diario de corrupciones a los que no es ajena la política, aunque el caso Gürtel es el que se lleva más espacio por su condición de tsunami de la política. La última información filtrada a la prensa habla de que la trama corrupta dirigida por Francisco Correa habría cobrado más de un millón en comisiones por la visita del Papa del 2006, así que la deshonestidad no se detuvo ni ante Benedicto XVI, porque la única fe de los villanos comienza y acaba en su bolsillo. El Gobierno de Camps ha venido negando la relación entre la trama Gürtel y la visita del Pontífice, pero el informe policial descubre que ello no es cierto, señalando al director de la televisión valenciana, que dimitió recientemente por sus relaciones con Correa y Pérez.

Catalunya tampoco está para sacar pecho con la estafa del Palau de la Música o con el escándalo de los informes del Govern sobre la mesa. La oficina antifraude, que no ha sido creada para sustituir ni a jueces ni a fiscales, intenta actuar como un mecanismo más de control, pudiendo instar a la Administración a tomar medidas cautelares. Su director ha sugerido que, en los dos casos aludidos, hubiera podido actuar de forma decidida si se hubiera puesto en marcha antes.

La desafección de los ciudadanos por la política es el gran peligro de nuestra democracia. La sensación de impotencia con que el personal asiste a tantos excesos tolerados o consentidos conduce al desánimo o a la indignación, aunque no queda claro qué es peor, porque al menos la irritación resulta un sentimiento activo. El descrédito de la vida pública aleja a los electores de las urnas y debilita a los gobernantes. Es imprescindible regenerar la política desde las propias instituciones o asistiremos a la quiebra del Estado de derecho. Nos ha costado mucho llegar hasta aquí para que cuatro malhechores nos arruinen el sumo valor de la democracia.

19-X-09, Màrius Carol, lavanguardia