“Sólo en Occidente creemos en la libertad", Antonio Escohotado.

“Sólo en Occidente creemos en la libertad"

Tengo 62 años y nací en Madrid. Estudié Filosofía y Derecho y soy profesor de Filosofía de la UNED. He vivido tres matrimonios y tengo seis hijos, de entre 38 y 4 años. ¿Política? Soy un liberal clásico: David Hume, Adam Smith, John Stuart Mill, Jefferson... ¿Dios? Soy panteísta, spinozista: mi religión es la naturaleza vista como obra de arte. Tengo una obligación principal: la de ser dichoso. Publico el libro “Sesenta semanas en el trópico” (Anagrama), un ejercicio de turismo filosófico.


“Aprendiendo de las drogas”, “Historia elemental de las drogas”, “La cuestión del cáñamo”... son algunas de las rigurosas obras de Antonio Escohotado, el filósofo español que mejor subraya la contradicción conceptual entre la idea de libertad individual y la práctica social de penalizar el consumo de ciertas drogas.

Abro su nuevo libro y lo descubro en plena ingesta de aya-huasca, allá en el Amazonas.

Pues llevaba ya dos o tres años sin atreverme a probar una sustancia visionaria como esa.

¿Por qué?

No me sentía sereno, asentado, a causa de ciertas decisiones personales. Temía, por eso, un “mal viaje”.

¿Qué decisiones personales?

Hay momentos en que debes tomar decisiones que pueden perjudicar a alguien próximo. ¡Pero debes tomarlas, porque hay algunas cosas a las que estás obligado!

¿A qué estás obligado?

A ser dichoso.

Ah, ¿eso es una obligación?

Estoy obligado a perseguir mi dicha. Atrévete a hacerlo. Yo lo hago.

Usted dice que incluso si con ello hago desgraciado a otro.

No confío en la abnegación. A menos que seas un bonzo, un asceta.

¿Y no le pesa el daño infligido a otro, de rebote?

Sí. Hacer lo que digo causa dolores infinitos. Llevas una sombra para siempre. ¡Pero hay que hacerlo!

Son los remordimientos.

De acuerdo. Y hay que ser previsor para evitar males a otros, en todo lo posible. ¡Por eso me parece una canallada lo que dijo Jesús de que nos despreocupásemos, como las flores o los pájaros, a los que Dios provee. ¡Menudo consejito!

Estábamos en una ingesta de ayahuasaca... y me ha llevado usted al Evangelio. Volvamos.

Bien, sí. Yo temía un mal viaje, por esas sombras que le digo. Pero me dije: “Basta ya de huir de tu sombra: ¡enfréntate!” Y me apunté a aquella ingesta en grupo, guiada.

¿Y?

Es una droga muy social, empatizante, y me hizo sentir a los demás: sentí los pensamientos y padecimientos de varios de los que estaban allí. Y eso redujo mi pozo. Así me curé de mis propias sombras.

No me ha dicho exactamente qué decisiones tomó que le sumieron en tal pozo de sombras.

Pero puede leerlo en la primera página de mi libro. Y en la primera página de “Sesenta semanas en el trópico” –fechada en agosto de 2000–, su último libro, se lee: “Llevo el corazón muy maltrecho. Hace medio año me separé de una mujer a quien había prometido no dejar nunca. Antes de confesarle que hice un hijo con otra huyo a la cara opuesta del mundo, para no asistir al dolor causado por la confesión en mi antigua casa, un dolor que me resulta insufrible, desmedido, monstruoso...”

Y así llegó usted a los trópicos.

Con la cobertura profesional de un año sabático para escribir la tesis “Causas de la pobreza y la riqueza en Oriente y Occidente”. Estuve en el Amazonas y el sudeste asiático.

Huyendo.

Y por evolución personal. Y por turismo filosófico.

¿Se habría quedado por ahí?

Quizá en Vietnam, en cierta zona alta y seca. Siento gran respeto por los vietnamitas, los únicos que han tumbado a franceses, estadounidenses y chinos.

¿En qué momento de ese viaje fue más feliz?

En el retorno a casa, sin duda.

¿Ah, sí? ¿Por qué?

Porque en ninguna parte del mundo hay más civismo que aquí.

¿Bromea?

No. Aquí existe un altísimo refinamiento de la educación ciudadana, un refinamiento en el trato social.

¡Pues nos quejamos siempre de incivismo en nuestras urbes!

Porque desconocemos el resto del mundo. Aquí tú pisas a alguien por accidente ¡y ese alguien te dice “perdón”! ¡Y nos decimos “gracias”! Cosas insólitas en medio mundo.

No sabía.

Por ahí, alguien tropieza contigo y no se excusa. O se apoya en ti con toda desfachatez. Es lo habitual. En Asia, darle las gracias a un inferior (porque perdura el sistema de castas) ¡es visto como un sarcasmo cruel! Y no se dan las gracias, claro.

Ya.

Hasta los mendigos se comportan en España con un civismo desconocido en el mundo. ¡Y tienen sus dispensarios, su “bocata” gratis...! En Asia hay inmovilidad social, ¡y mi país regala “bocatas” y enseña respeto! ¡Esto es la civilización, oiga!

¡Todo un canto a Occidente!

Aquí vivimos los seres más libres del planeta.

¿Seguro?

Sólo Occidente ha hecho verdadera profesión de fe de la libertad. Empezó en las ciudades: primero en Venecia, luego en Milán, Brujas, Gante, Amsterdam, Colonia, Hamburgo... ¡Ciudades libres, allá por el siglo XIV! Sustituyeron a los estamentos de la religión y al Ejército por las relaciones voluntarias: ¡el comercio!

Los burgueses, clases medias...

Sí, con fe en la movilidad social, no ya en estructuras inmóviles, clericales y militares. Eso llevó a la libertad política a nuestra cultura: ¡somos la cultura de la libertad!

Aunque una libertad que genera desigualdades.

¡Somos la primera sociedad igualitaria de la historia de la Humanidad, sin esclavitud!

Ya, pero...

Muchísimas sociedades no tienen ni siquiera palabra para el concepto “libertad”. ¡Ni les preocupa! Pero a nosotros nos dio por ahí... E inventamos el comercio, que expresa ese modelo basado en la reciprocidad, en las relaciones voluntarias: uno ofrece algo a otro a cambio de algo, y el otro lo acepta o no. ¡Esto nos hace más dignos! Y somos respetuosos con lo demás por razones voluntarias, no por ordeno y mando. Y no como en el otro modelo, el militar o eclesiástico, basado en las relaciones involuntarias: ¡y que impera todavía en cuatro quintas partes de la Humanidad!

Aquí no tenemos ya ni mili.

¿Lo ve? Yo sí tuve que hacerla. Ahí viví mi primer acto de rebeldía, porque me degradaron, por mis faltas, por mi escaso espíritu militar.

¿No hubo drogas de por medio?

No, eso fue interés científico: leí las investigaciones sobre el LSD y, en los años 60, quise experimentar.

Con sustancias ilegales.

En 1968 era legal. Conseguí mi LSD en Sandoz.

Muchos dirán: si una sustancia es peligrosa, mejor ilegalizarla.

Yo tengo por lema un pensamiento del filósofo Epicteto, que deberíamos repetirnos siempre: “En todo el ancho universo no hay más que una cosa buena y una cosa mala: la voluntad humana. ¡Todas las demás son neutras!”

¿Qué quiere decir?

Una cuerda es buena o mala en función de la voluntad humana. Puedes atar un haz de leña o estrangular a alguien. ¿Prohibiría usted las cuerdas, las ilegalizaría?

No.

Pasa lo mismo con las pistolas, los espejos, las drogas...

Bien, pero usted y yo somos adultos. ¿Y los adolescentes?

La prohibición causa que haya 5.000 puntos de venta. Sin ella, habría 500, ¡y con personal responsable y prospectos! Si te pasas, será ya por un acto voluntario. ¿Y bien? ¿Qué sucede hoy? ¡Que la venta de droga a menores en escuelas se debe justamente a la prohibición!

¿No sería peor en caso de no estar prohibida?

El vino no está prohibido, ¡y ello no lleva a que alguien venda botellines de Viña Ardanza por las escuelas e institutos!, ¿verdad que no?

Usted legalizaría la droga.

No se trata de “legalizar” el arte, la fornicación, los viajes, las drogas. Se trata de despenalizarlas y hacer de ellas un uso bien informado.

¿La clave es la información?

Sí. La prohibición causa que la dosis sea misteriosa: nunca sabes en realidad qué cantidad de sustancia estás tomando, ni qué consecuencias puede comportarte. Hoy es como si fueras a comprar ácido sulfúrico y te dieran jabón, o viceversa. Se trata de aprender a conducir y no ser insensato, claro: saber que si aceleras según dónde, te matas.

Claro.

Lo malo hoy es que la prohibición se ha derogado “de facto”, y accedes a todas las drogas (coca, heroína, hachís, ketamina, éxtasis, chocolate...), pero sin garantías ni información. Sólo hay insalubre negocio.

¿Qué debo hacer para que mis hijos no caigan en eso?

Si no hay en casa problemas se acercarán a esos rituales de iniciación, de madurez, pero no pasará nada.

¿Cómo ha actuado usted con sus hijos?

Yo he tenido siempre drogas diversas en casa, y les he explicado: “esto es esto”, “esto es lo otro”, y “tanta dosis da tal efecto y por tanto tiempo...” Me han visto desde pequeños. Es como el vino: mejor dárselo, poquito a poco, desde pequeños, enseñarles, que aprendan... Hay un aprendizaje de las drogas.

Da miedo.

En la edad media daba miedo Satanás. Ahora, la química. Hemos hecho de la química nuestro Satán. Pero Satanás no existe: el mal es la ignorancia.

¿Adónde le llevó su interés científico por las drogas?

A escribir libros. Y a la cárcel.

¿A la cárcel?

Fui acusado de tráfico de cocaína. Fue un delito inducido por la propia policía. Fue en 1983, en Eivissa, dónde yo vivía desde 1970.

¿Y qué le pasó?

Un año de cárcel. Fue una de las épocas más felices de mi vida.

¿En serio?

Estuve en el penal de Cuenca, donde me dieron un espacio propio, tranquilo, donde pude escribir mi “Historia general de las drogas”.

De investigador de las drogas... a apologeta del comercio.

El comercio es el reino de la reciprocidad, del verdadero respeto mutuo. Jesús era un profeta de lo anticomercial: fustigó a los comerciantes. De ahí saldría Marx, después.

Qué manía con Jesús.

Porque soy un liberal. Y, por eso, sé que no hay certidumbres. Los liberales sabemos que la realidad no se decreta. El genio humano, o sea, lo impredecible, es la fuente de progreso. Por eso aclamo nuestra civilización: porque es el reino de la incertumbre, y nada hay más acorde con lo humano que eso. ¡Las religiones pretenden reinos de certidumbre! Es absurdo, no puede haberla.

Lo seguro es la muerte.

La muerte es algo anodino: “anodino” significa “que no duele”. El de la muerte es un momento que no puede ser desagradable. La naturaleza funciona, y te sume en un coma. El dolor no está en la muerte: el dolor es sólo cosa de la vida.

lavanguardia/lacontra, Víctor-M. Amela - 18/04/2004