´La viajera terminal: crónicas suizo-cubanas´ (14), ´Negro y sala´o´, Iria González-Rodiles

Esta crónica, aunque es la número trece debe publicarse DESPUÉS que publiquen la catorce. Si la leen, comprenderán.

 

VIAJERA TERMINAL: Crónicas suizo-cubanas (XIII)

NEGRO Y SALA’O*

 

Cruza los dedos, toca madera.

No pases por debajo de esa escalera.

Y evita el trece y al gato negro.

No te levantes con el pie izquierdo.

(Toca madera, Joan Manuel Serrat**)

 

Un país con muy arraigadas supersticiones. Así es Cuba. Ni siquiera la teoría materialista-marxista-leninista-fidelista –con medio siglo de imposición, control policial y propaganda saturadora— ha logrado extirparlas. Ahí están, im-po-lu-tas, vivas en el seno de la sociedad cubana e, incluso,  en el mundillo de la élite oficial:

 

                     La herradura, detrás de la puerta, para la buena suerte... La planta lengua

                     de vaca, en el exterior de la casa, contra las maledicencias... El azabache

                     en una cadena o prendido en la ropa, para el mal de ojo... El vaso de agua

                     expuesto al sereno, para tranquilizarse...Vidrios rotos,  brujerías  disueltas.

                     Café derramado,  brujería  hecha... Balance moviéndose solo, anuncio  de

                     muerte. Espejo roto, mal presagio...Martes 13, ni te cases ni te embarques,

                     ni de tu familia te apartes...

 

...Así las cosas, algunas personas me recomendaron que saltara el número trece en mis crónicas. Nada extraño: en mi ordenador no aparece el siniestro número para el puntaje de las letras; en los asientos de distintos medios de transportación, se omite;  en los ascensores y pisos de los edificios, se anula. Entonces, hice un truco: escribí primero la crónica viajera número cartorce y luego ésta. Advertí, además, que se invirtiera el orden en la publicación de las crónicas, es decir, primero la XIV y luego la XIII. También, para evitarme salaciones (1), pedí que esta crónica fuera publicada lejos del fatídico día 13 de Agosto, natalicio del Innombrable. Porque, hasta en las últimas, las fieras y sus cachorros tiran zarpazos.

 

                                    (...) se sentía rodeado de fuerzas hostiles. El pueblo que

                                    lo  había aclamado a su llegada  estaba lleno  de  malas

                                    intenciones,  al  recordar  demasiado,   sobre  una  tierra

                                    fértil, las cosechas perdidas... (2)

 

De tal forma, espero haber roto el supuesto encantamiento maléfico o las leyes  numerológicas. Aunque, realmente, nunca he prestado mucha atención a las supersticiones, debo reconocer que el número 13 se vincula a sucesos muy trágicos en la vida e historia de Cuba:

 

El 13 de Marzo de 1957, miembros del Movimiento Estudiantil de igual nombre, asaltaron el Palacio Presidencial para liquidar al dictador Fulgencio Batista. Fue una acción riesgosa, corajuda, pero frustrada: la mayoría de los asaltantes murió en el intento y Batista continuó en el poder.

 

                                                    Pon una bala en mi frente

                                                    y verás que no tengo ningún miedo a la muerte.

                                                    Puede que sane mi herida

                                                    pues sólo el dolor me devuelve a la vida. (3)

 

Una extraña y macabra coincidencia tuvo lugar 37 años después, bajo el mando del dictador siguiente, aunque peor, en tanto vitalicio y totalitario: el Remolcador que llevaba por nombre  “13 de Marzo”, honrando aquel hecho histórico,  fue secuestrado por un grupo de familias cubanas para escapar de la Isla Prisión rumbo a la Florida –como tantos que lo intentan, utilizando los más increíbles medios y vías— en busca de libertad y de una vida mejor.

 

Según el testimonio de las víctimas sobrevivientes, el remolcador “13 de Marzo” fue hundido por las autoridades cubanas. Niños, mujeres y hombres murieron ahogados en las profundas aguas marinas del Estrecho de la Florida. Aunque el  mar estaba embravecido por fuerza natural, quienes sobrevivieron milagrosamente en esa tragedia, aseguran que el hundimiento del remolcador fue provocado por las embestidas de otra fuerza diabólica, brutal: las embarcaciones gubernamentales.

 

                                     Las cicatrices nos mostrarán la marca de los grilletes,

                                     nos recordarán los horrores de la prisión,

                                     y continuaremos caminando hacia adelante. (4)

                   

Pero desgracias más recientes han ocurrido relacionadas con el número maldito.  La corresponsal de la TV española en la Isla informó que el pasado 13 de Junio asesinaron al sacerdote de la iglesia católica Santa Lucía, sita en el barrio habanero de Lawton. Un mes después, el 13 de Julio, la víctima era el sacerdote de la iglesia de Regla, ubicada en el pueblecito de igual nombre.

 

Dada la existencia de innumerables supersticiones y de sectas religiosas, con prácticas o antecedentes de prácticas siniestras –como el sacrificio de personas y animales o los llamados “cambios de vida o traspaso de la muerte de una persona a otra”—, el reporte de la corresponsal extranjera despertaba la sospecha sobre algún tipo de pacto maléfico –a favor o en contra, ¿quién sabe?— ante la aproximación del 13 de agosto.

 

                          En alguna casa retirada –lo sospechaba— habría una imagen suya

                          hincada con alfileres o colgada de   mala  manera  con  un   cuchillo

                          encajado en el corazón... Muy lejos se alzaba, a ratos, un pálpito de

                          tambores que no tocaban, probablemente, en rogativas por su larga

                          vida. (5)

 

Luego, la información cogió otro rumbo, en boca de la misma corresponsal extranjera: los asesinatos fueron cometidos por malhechores, según las fuentes oficiales. Los bandoleros ya habían sido detenidos y confesaron su crimen. La tremenda coincidencia de ambos sucesos sangrientos, contra dos sacerdotes católicos, en un período específico de fechas exactas, concluyó al modo de esos textos que aparecen en algunos filmes y que dicen más o menos así: toda semejanza con personas o hechos reales es pura casualidad.

 

También las supersticiones hallan graciosa expresión en las plantas, oscilando entre la botánica, el naturalismo y la fantasía. Y están presentes tanto en el lenguaje popular y en la vida práctica cotidiana de la gente, como en todas las manifestaciones del arte.

 

                    Era la Sábila Serenada, para aliviar opresiones al pecho,  y  el  Bejuco

                    Rosa para ensortijar   el pelo; era la Bretónica para la tos, la Albahaca

                    para conjurar la mala suerte, y la Yerba de Oso, el Angelón, la Pitahaya

                    y el Pimpollo de Rusia, para males que no recuerdo. Esa mujer se refería

                    a las yerbas como si se tratara de seres siempre despiertos en un reino

                    cercano  aunque  misterioso,  guardado  por  inquietantes  dignatarios.

                    Por su boca las plantas se ponían a hablar y pregonaban sus propios

                    poderes.  El bosque  tenía un  dueño,  que era un  genio  que  brincaba

                    sobre un solo pie, y nada de lo que creciera a la sombra de los árboles

                    debía tomarse sin pago. (6)  

 

Ah, pero la superstición también se proyecta en la vida política. Echarle la culpa de todas nuestras desgracias al imperialismo, a la contrarrevolución, al más débil, es común en Cuba, y un equivalente de achacárselas, también, a los maleficios,  las brujerías,  los “trabajos” diabólicos, los resguardos satánicos... porque, según reza el sabio refranero, la culpa nunca cae en el suelo y en Cuba, nunca se ha posado sobre los verdaderos y máximos responsables, ni dentro, ni fuera de la Isla.

 

                 (...) había algo como un polen maligno en el aire –polen duende, carcoma

                 impalpable,  moho  volante—  que  se  ponía  a  actuar,  de  pronto,  con

                 misteriosos designios, para abrir lo cerrado y cerrar lo abierto, embrollar

                 los cálculos, trastocar el peso de los objetos, malear lo garantizado. (...)

                 Cuando esas cosas ocurrían, una sola explicación era aceptada por buena

                 entre los que estaban en los secretos de la ciudad: ‘¡Es el gusano! Nadie

                 había visto al Gusano. Pero el Gusano existía, entregado a las artes de

                 la confusión, surgiendo donde menos se le esperaba, para desconcertar la

                 más probada experiencia”. (7)

 

Como los lectores supondrán, algo subyace dentro cada cubano a causa de este medio ambiente social lleno de supersticiones. No soy la excepción. Mi madre me recomendó siempre que no me vistiera de negro, aun cuando ella muriera. Nunca me explicó el porqué, se limitaba a decirme que no era bueno, porque la ropa negra lucía, daba, un aspecto tétrico a los vivos, y que su madre –mi abuela Ana Ernestina—, también le había aconsejado lo mismo: que no se vistiera de negro nunca, en ninguna circunstancia:

 

                                                      No vistas luto por mi amor,

                                                      pues no me gusta ser cruel

                                                      y sé que nunca ese color

                                                      le fue a tu piel...  (8)

 

Gran sorpresa tuve cuando a Suiza arribé: la mayoría del pueblo helvético –sino todo— se viste de negro ¡hasta en verano! Y bien lo sabe todo criollo rellollo o quienes nos conozcan un poco o hayan visitado, alguna vez, esa Isla nuestra: a nosotros, los cubanos, nos gusta, nos encanta, vestirnos de blanco o de colores.

 

Pregunté, ¡claro que indagué! ¿Por qué siempre andan los suizos con ropa  oscura? Recibí diversas respuestas, pero ocupaba un lugar cimero, la siguiente: Aquí es sinónimo de elegancia y ejecutividad, del mundo del dinero, del éxito, de los negocios, de un alto nivel de vida...

 

Luego, obtuve otra retahila de razones: La ropa negra guarda el calor y este es un país frío, lo sabes y lo vives, Iria... Los suizos son muy tímidos, no les gusta llamar la atención, el color negro  es muy discreto... Los abrigos son muy caros, si sólo tienes uno de otro color que no sea negro, te delata tu pobre status social o tus escasos ingresos, porque siempre utilizas el mismo; mientras, con el abrigo negro, no se distingue... Si te vistes de negro aquí, nadie sabe si tienes mucho dinero, porque luces igual que todos los demás y es mejor que se ignore tu capital...

 

Y, por último, surgió el argumento más largo y convincente:Vestirse de negro se ha convertido en una tradición producto de las calamidades de tiempos pasados, aunque no pocos lo ignoran: ahora hay ‘washingmachines’ en todas las viviendas y  por todas partes, pero, antes de arribar a este desarrollo, era imposible que la ropa gruesa, después de lavada, se secara con rapidez durante la estación invernal. Así, un abrigo negro resultaba muy encubridor, pues podía usarse todo el invierno sin lavarlo. Al menos, para los más pobres, que en todas las épocas son la mayoría, era así. Y se quedó la costumbre, el hábito. También la gente adinerada se viste de negro, porque estiliza la figura y porque para ellos representa la distinción, la aristocracia; claro está, los trapos de los ricos gozan de infinitos diseños y variedades textiles.

 

Pero la vestimenta negra no fue lo único que me impactó  de este mundo nuevo, extraño, donde comencé a dar mis primeros pasos, con suma dificultad, torpeza y lentitud. Llegué en pleno invierno al país helvético y la nieve cubría toda Suiza. Observé que en las calles y aceras derramaban algo que disolvía la nieve para facilitar el tránsito de las personas y el transporte. Me sentí ignorante y curiosa, a la vez. Pregunté...y mucho me sorprendí cuando me contestron que se trataba de sal, una sal especial, pero sal al fin. Y recordé una de la supersticiones más propagadas y temidas en mi tierra natal: ¿Sal derramada? ¡Salación... y de las graves! Echa agua fría pa’que se ‘ensuelva’ ( ). Sí, aquí echan sal a la nieve –que es agua congelada— y, en Cuba ,agua fría o hielo a la sal  cuando se derrama.

 

Pero no, si creyera en esas dos supersticiones cubanas, nunca podría explicarme cómo Suiza, vestida de negro y bañada con sal, posee tanta riqueza y prosperidad. Ni por qué en Cuba,  donde rechazan la ropa negra y se asustan si la sal se vierte,  predominan la miseria y el estancamiento .

 

A pesar de mis pesares, he descubierto que los suizos también son supersticiosos...a su manera. Lo voy descubriendolo, poco a poco. Ya me han asegurado que ningún  suizo se sentaría a una mesa de 13 comensales. Quizás el origen de esta superstición se halle en La última cena: Jesucristo y los apóstoles, sumaban trece; a la mesa, se sentó Judas, el traidor, y Jesús fue crucificado. También he visto que a principios de cada año, los suizos cuelgan ramos de plantas en las puertas principales de sus casas, para que les proporcione ‘buena suerte’ durante el año que comienza. Si se tiene algún éxito –especialmente en el amor— hay que besar las maticas, que se secan mientras transcurren los meses. Con fines similares, también adornan sus jardines y ventanas con figuras de enanitos.

 

                                          (...)cuando era pequeño, su abuelo le había dicho que

                                          las mariposas son señal de buena suerte.   Como los

                                          los grillos, las mariquitas, las lagartijas y los tréboles

                                          de cuatro hojas. (9)

 

Ya lo he dicho: no soy muy dada a las supersticiones. Pero aquí, en Berna, tengo dentro de mi casa varias maticas de trébol. De igual forma, las tuve en Cuba. Esta planta, que se atribuye a los nacidos bajo  mi signo astral –Géminis—, es símbolo de buena suerte siempre, pero si brota uno con cuatro hojas,  es señal de una Suerte Especial. Confieso que he perdido la cuenta de los tréboles de cuatro hojas que he encontrado en mi vida: en Cuba y en los bosques suizos. Así que debo ser una persona muy afortunada.

 

Dos de mis penúltimos hallazgos, los regalé a mis hijos. El trébol de Chantal, lo plastiqué junto a una réplica minúscula de la paloma de Picasso que parecía llevar en el pico la plantita; el trébol de Greco, junto a la pequeña imagen de un ángel que sostenía la ramita entre sus manos, elevadas hacia el cielo. Otro trébol de cuatro hojas lo descubrí  en casa de Daniela, la madre de mi nieto suizo-cubano, Rafael Diego. No lo arranqué, preferí dejarlo allí, en la matica, junto a ellos dos. Desde entonces, no he encontrado más tréboles de cuatro hojas, pero siempre, me detengo a contemplarlos por si la plantita se decide a regalarme otro más, que  tanto necesito en este preciso momento. Ahora lo reitero: no tengo mucho que ver con las supersticiones, pero concluyo esta crónica con la imagen un trébol, aunque sea sólo de tres hojas...por si acaso. ♣ I

 

Iria González-Rodiles

Berna, Septiembre 1 del 2009

 

 

      (*)  Sala’o: Se aplica alque tiene mala suerte. Diccionario El habla popular cubana de hoy.

             Argelio Santiesteban (Cuba, Banes, Mayo 13, de 1945).

      (**) Toca Madera. Joan Manuel Serrat (Barcelona, España, diciembre 27 de 1943).

(1)     Salarse. Adquirir mala suerte, caer en desgracia. Diccionario El habla popular cubana.

(2)     El reino de este mundo. Alejo Carpentier (Lausane, Suiza, Diciembre 26, 1904-París,

Abril 24, 1980).

(3)     Canción. Grupo musical cubano Moneda Dura.

(4)     Maktub. Paulo Coelho (Brasil, 1947).

(5)     El reino de este mundo. Alejo Carpentier.

(6)     Los pasos perdidos. Alejo Carpentier.

(7)     Los pasos perdidos. Ídem.

(8)     ¿Quién? Canción de Charles Aznavour (París, Mayo 22 de 1924).

(9)     El Alquimista. Paulo Coelho.