´Golfo de Valencia´, Ramon Aymerich

Primero fueron marjales, después campos de naranjos y ahora interminables promociones de viviendas vacacionales. Los marjales han sido desecados; muchos naranjos siguen todavía ahí, pero nadie recoge el fruto caído. Quedan las viviendas. Dice el economista Robert Shiller que "la reciente burbuja ha alentado la creencia pública en un mito muy arraigado: que debido al aumento de la población y al crecimiento económico, unido a los recursos limitados del suelo, el precio de las propiedades inmobiliarias crece inevitable y fuertemente con el paso de los años".

Más que un mito, en esa extensa y arenosa costa que va de Cullera a Dénia, esa creencia ha sido una religión. En sólo una generación sus vecinos han pasado del campo al ladrillo. Los que ahora tienen 70 años son los últimos que cuidan de los campos. Cuando mueran, nadie les va a imitar. Sus hijos son contratistas, albañiles, electricistas, fontaneros, gente que se ha acostumbrado a sueldos mensuales de 3.000, 4.000, 9.000 euros, que ha hecho la felicidad de los concesionarios de coches de lujo y que se ha reencontrado en Punta Cana o en Orlando; gente que, en muchos casos para su desgracia, ha reinvertido en el inmobiliario lo obtenido por la venta de unas cuantas fanecades de tierra… La borrachera ha sido tal que ha anestesiado la percepción de la economía. Durante años, a nadie parecía importarle que la naranja marroquí reventara precios e hiciera imposible vivir de los cítricos.

Ahora se lamentan. Hay también industria textil y del mueble, pero muchas están descapitalizadas porque los beneficios se derivaron al inmobiliario.

En los meses de verano, en el golfo de Valencia sopla un viento al que llaman l´embat.Es una marinada implacable que hace las delicias de los que practican windsurf. Cuando llega la noche, ese viento desaparece, y es entonces cuando más se percibe el silencio que reina en algunas urbanizaciones. Ocupaciones del 20%, 30%, 40%. Viviendas vacías, promociones a medio terminar, carteles y más carteles con el "Se vende" o el "Se alquila". ¿Quién va a llenar todo eso? ¿De dónde saldrán los futuros compradores de esas viviendas?

La consigna más reiterada hoy por las administraciones es la del cambio de modelo productivo. Es lo que deben pensar en Dénia. En la carretera de entrada por el interior se suceden kilómetros de grandes comercios, casi centros comerciales, con todo lo que tiene que ver con la vivienda. Hay interioristas, cristaleros, cerrajeros, decoradores, arquitectos, tiendas de muebles, de gres, de cocinas, de baños… ¡Hay que ver cuánto arrastre tiene la construcción y cuánta riqueza crea a su alrededor! Los valencianos son tipos listos, buenos comerciantes, saben crear empresas y viajar hasta Dubái o Nueva York. Pero ¿con qué van a sustituir toda esa actividad que garantizaba el ladrillo?

29-VIII-09, Ramon Aymerich, lavanguardia