´Los límites de la democracia´, Ralf Dahrendorf.

Los límites de la democracia

La elección del militante y hasta ahora extraparlamentario grupo Hamas en los territorios palestinos nos recuerda lo que la democracia no puede lograr. En un Estado democrático más asentado nadie se asombra de que su propio bando no gane. La democracia consiste en la competencia entre partidos y, a no ser que constituyan una gran coalición, no pueden ganar todos. Pero ¿y si los vencedores de una elección no tienen intención de respetar las normas que forman parte del proceso democrático?

Recordamos a Hitler, que, pese a que su partido consiguió poco menos del 50 por ciento de los votos, pudo basar su toma del poder en una mayoría parlamentaria. Más recientemente, las elecciones en los países poscomunistas de Europa han llevado al poder a grupos cuyas credenciales democráticas son dudosas, por no decir algo peor.

No pretendo comparar a Hamas con ninguna de esas fuerzas políticas. No obstante, debemos hacernos preguntas sobre un movimiento vencedor con no pocos de sus miembros electos presos en las cárceles israelíes y otros que probablemente no obtendrán el permiso para entrar en el país en el que fueron elegidos, por lo que el nuevo Parlamento no podrá funcionar adecuadamente.

Todo esto nos revela tres cosas sobre la democracia.

En primer lugar, las elecciones raras veces resuelven los problemas fundamentales. En particular, no crean un orden liberal. Para ser eficaces, las elecciones deben ir precedidas de un extenso periodo de debate y polémica. Tiene que haber una exposición de argumentos que se defiendan o se ataquen.

Las primeras elecciones, en particular, son casi inevitablemente de valor limitado como fundamentos de la democracia, porque se producen en una atmósfera cargada emocionalmente y en gran medida sin un debate sustancial. Son una invitación para afirmar quién es cada cual y a qué bando pertenece, en lugar de una competencia entre programas políticos amplios y bien formulados.

Eso significa, en segundo lugar, que las primeras elecciones y tal vez las elecciones más en general no son por sí solas una garantía suficiente de libertad. Como dice maravillosamente el juez del Tribunal Constitucional alemán Ernst-Wolfgang Böckenförde, las democracias no pueden crear las condiciones para su supervivencia y su éxito.

¿Cuáles son esas condiciones y quién las crea? La respuesta a la primera pregunta es la siguiente: el Estado de derecho. Debe haber ciertas reglas aceptadas del juego político que obliguen a todos, de modo que quien no las acepte o no las respete quede descalificado.

Naturalmente, eso es más fácil de decir que de hacer. ¿Quién establece las reglas del juego? Hay una lógica evidente en el establecimiento de una convención constitucional y después la celebración de elecciones conforme a las reglas acordadas. Es lo que ha ocurrido en Iraq, por ejemplo, pero también hay que elegir la convención constitucional y esa elección puede topar con las propias dificultades que caracterizan en alto grado a las primeras elecciones a los parlamentos de las nuevas democracias.

Una vez establecidas las reglas del juego, sigue siendo oportuna esta pregunta: ¿quién impone su cumplimiento? ¿Quién podría decir a Hamas que, a no ser que acepte ciertas reglas, su elección no es válida? Para ello hace falta un tribunal constitucional de algún tipo, además de un poder judicial e instituciones que puedan imponer el cumplimiento de sus resoluciones. En los estados y territorios soberanos no es demasiado probable que surjan por sí solos. No es casualidad que el proceso democrático haya aparecido sin apenas contratiempos en los casos en que había un poder exterior que respaldaba la Constitución.

La tercera enseñanza se desprende de estas consideraciones. La democracia, en el sentido de elecciones libres conforme a ciertas reglas no nos permite decir a los demás que ha prevalecido la causa de la libertad y que podemos desentendernos. Al contrario, la democracia es una tarea a largo plazo. Algunos dicen que se logra cuando un país ha pasado la prueba de dos traspasos de poder, es decir, dos cambios de gobierno sin violencia. Debemos sumar a ese criterio una cultura que haga de las elecciones una competencia auténtica de una pluralidad de respuestas a las cuestiones en juego.

Para los territorios palestinos, eso significa que las esperanzas puestas por la población en las elecciones probablemente fueran demasiado grandes. Por la misma razón, reducir las esperanzas significa que no se debe exagerar la importancia de los resultados. ¿Quién sabe? Todavía puede que el resultado sea un paso hacia un Estado eficaz que merezca el reconocimiento internacional. Entre tanto, la tarea principal es la de fomentar el Estado de derecho, respaldado por la comunidad internacional.

Ralf Dahrendorf, lavanguardia, 1-III-06.