´Berlusconi: dos caras, a cual peor´, Carlos Nadal

En una democracia el ser y el parecer tienen un papel destacado en la vida de los políticos, de los gobernantes. No menos, la frontera tan difícil de trazar entre lo privado y lo público. Y aquello que aparece apropiado en el comportamiento personal de quien ejerce una alta responsabilidad política o, por el contrario, desentona. Aunque no afecte de manera directa al ejercicio de la gestión oficial. Consideraciones previas de esta índole se hacen absolutamente imprescindibles cuando se trata de un jefe de Gobierno como el de Italia, Silvio Berlusconi.

En días pasados estas cuestiones ocuparon amplios espacios en los medios informativos italianos e internacionales a raíz de una serie de revelaciones sobre costumbres, cuando menos livianas, de Il Cavaliere.Provocaron la denuncia de su propia esposa, Veronica Lario. Se trataba de acusaciones de que su marido mantenía relaciones íntimas con chicas menores de edad, por lo cual ella anunciaba la voluntad de divorciarse.

¿Es un asunto estrictamente privado y por lo tanto neutro políticamente? Viene a cuento recordar los años en que las relaciones sexuales del presidente Clinton con Monica Lewinski levantaron en Estados Unidos una duradera e implacable polvareda. El asunto agitó de tal manera al país y su vida política que estuvo a punto de provocar un empeachement,el enjuiciamiento del presidente por parte del Congreso que podía llegar a forzar su destitución. Hasta se nombró un fiscal que actuó con extrema dureza en la investigación. Y si todo acabó en nada fue porque mayoritariamente la población estadounidense no deseaba llevar la cuestión hasta el extremo y la mayor parte de los congresistas comprendieron que no les convenía indisponerse con el electorado.

En Italia, estas cosas no se llevan con tanto rigor. No funcionan en el fondo los resortes de la moral protestante con la que siempre hay que contar en Estados Unidos. Todo es más abierto, menos riguroso y exigente. La escasa prensa no berlusconiana removió las aguas sucias. Pero los partidos de la oposición reaccionaron débilmente como quien intuye que todo es inútil cuando se trata de Il Cavaliere.El presidente de la República, Giorgio Napolitano, un hombre verdaderamente honorable, se limitó a pedir mesura y ponderación. Por su parte la Iglesia católica, uno de los apoyos del primer ministro, hizo algunas prudentes indicaciones de desagrado.

Hay, pues, diferencias en el tratamiento de estos temas de un país a otro. El acosado Bill Clinton hubiera deseado tanta tolerancia. Berlusconi la ha obtenido. Y su reacción no ha sido de humilde confesión y petición de gracia como la del presidente norteamericano sino de plantar cara sin escrúpulos. Atacando en vez de defenderse. Y con aquella frase antológica de "mi vogliono cosí" (me quieren así). Lo cual es bien cierto porque una y otra vez los italianos le votan. Las encuestas le dan un mínimo descenso de popularidad. Nada más.

Un diario ponderado como el Corriere della Sera decía el 12 de julio que la reunión del G-20 en L´Aquila había sido un éxito político para Berlusconi. Implícitamente le absolvía así de sus pequeños pecados privados. Y doce días después daba el asunto por zanjado y venía a decir: bien, ahora se trata de gobernar. Es así, efectivamente. Transcurrido el festival del trasiego al romano palacio Grazioli y a la sarda Villa Certosa de prostitutas de lujo o de azafatas televisivas,  las famosas veline;pasado el espectáculo fotográfico de un Berlusconi rodeado de muchachas en topless y hasta un ex primer ministro checo en puros cueros, llega la hora de preguntarse por la labor de gobierno, que, por lo visto, algo deja que desear. ¿El éxito de L´Aquila lo tapa todo, las ligerezas, los desplantes, el descaro, las bromas de mal gusto? ¿El italiano medio quiere así a quien le gobierna, desenvuelto, de palabra suelta, según como agudo, ingenioso, según como zafio pero por esto mismo cercano?

Su mujer, Veronica Lario, dijo que le llevan las mujeres como a Calígula o Nerón. Otros le han comparado con el Mussolini teatral que alardeaba de macho y mujeriego. Pero este juego de caprichosas comparaciones contribuye a escamotear al otro Berlusconi. A otro tipo de desorden no tan ligero. Es el jefe de gobierno que confunde sistemáticamente el interés publico con los suyos personales. Del control de medios informativos; de los métodos con que ha acumulado la fortuna más importante de Italia. El Berlusconi que ha sido imputado ante la justicia quince veces por delitos de fraude fiscal y contable, corrupción de funcionarios y jueces. Amén de otros varios delitos económicos. El Berlusconi que al fin consiguió con la mayoría parlamentaria imponer una ley que declara impunes al presidente de la República, al jefe del Gobierno (él) y a los presidentes de las dos cámaras representativas.

¿Es este el Berlusconi que quieren tal cual los italianos? Hablar de Nerón, Calígula o Mussolini está por demás. Se trata de algo mucho más cercano. De la verdadera moralidad exigible a quien gestiona la cosa pública. De un sistema de responsabilidades que en la democracia moderna reclama la máxima vigilancia. Berlusconi es un prototipo y, como tal, exagerado. Pero conviene no perderle de vista como ejemplo de lo que la UE debe contribuir a extirpar.

16-VIII-09, Carlos Nadal, lavanguardia