´La otra herida de ETA´, Francesc-Marc Álvaro

Cuando me encuentra, el tío Baixamar acostumbra a ser directo. Me ha visto en el mercado municipal, comprando pescado, y no perdona: "Oye - me espeta-¿no piensas hablar de ETA en tu columna veraniega?". Hacía días que esperaba su pregunta. Ocurre - le explico-que, en lo esencial, la mayoría de los que escribimos en los papeles estamos de acuerdo: la defensa de un ideal político mediante la violencia no cabe en un contexto político como el nuestro, por tanto, debe ser condenada por todos con rotundidad; no hay mucho más que añadir. El tío Baixamar me conoce demasiado e insiste: "Bueno, eso ya lo sabía, pero quiero que escribas de lo que hay más allá, de eso en lo que ya no estamos todos tan de acuerdo".

Acepto el encargo. Si uno piensa que la política es el único método para vivir en sociedad, está claro que no puede entender ni justificar a ETA. Sólo contra una tiranía es aceptable el recurso a la lucha armada yeso, en España, terminó en 1975. Así las cosas, hoy ETA es, técnicamente, un anacronismo cuya continuidad puede leerse como un residuo letal del franquismo. No se engañen: hay algunos otros restos de franquismo en la presente cultura política española, pero se diferencian de ETA en algo sustancial: no son mortíferos, aunque pueden ser tóxicos y, por tanto, nocivos. A los etarras les cabe el dudoso honor de ser especie única. Pero hay algo tano más preocupante que el carácter anacrónico de ETA y es su actitud y enfoque totalitarios, que proceden - y eso se omite sistemáticamente de forma interesada-de su matriz marxista-leninista más que de la peculiar lectura del vasquismo tradicional, hecha a la luz de los movimientos anticolonialistas del tercer mundo que proliferaron en los años sesenta y setenta del siglo XX. No es nada casual que, contra toda verdad histórica, muchos atribuyan la semilla perversa de ETA al espíritu de Sabino Arana más que al de Lenin, Ho Chi Minh y Pol Pot.

Por criminal, por anacrónica y por totalitaria ETA debe desaparecer. Podría terminar aquí este artículo y, sin duda, recibiría un aplauso unánime. Pero yo no escribo para quedar bien ni para obtener cargo alguno. Así que les expongo una idea incómoda sin la cual este análisis es incompleto y, por tanto, tramposo. La segunda herida de ETA consiste en servir como útil palanca de criminalización del vasquismo en general y de lo que llaman "nacionalismos periféricos". Recientemente, en un diario de Madrid se ha escrito, a propósito de ETA: "Los nacionalismos tienden a inventarse su propia historia: un acto de involución consentido y repetido como un mantra. Ahí está el caldo de cultivo de una educación en el odio, en la negación de la realidad y el rechazo a lo distinto". Sin saberlo, el autor de estas líneas ha dado una magnífica definición del nacionalismo español, el de antes y el de ahora, el de siempre.

11-VIII-09, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia