´Impronunciable´, Sergi Pāmies

En los últimos días ha circulado una muletilla para comentar la llegada del futbolista Zlatan Ibrahimovic. "El jugador de nombre impronunciable", dijeron algunos. El comentario podía ser informal y privado pero también hubo quien, en una tribuna pública (televisiva o radiofónica), se atrevió a repetirlo con retintín risueño. No es la primera vez que ocurre y puede que, en ocasiones, muchos hayamos pecado de esta gandulería lingüística. Escuchamos un apellido que requiere cierto esfuerzo fonético y, en lugar de dedicarle medio minuto, optamos por un atajo que tiene la coartada de lo gracioso. Ocurre que, en ocasiones, el nombre en cuestión es muy diferente a los que, por familiaridad fonética, solemos manejar. Y que, en efecto, implica cierto esfuerzo de concentración (la primera vez que oimos o leímos Schwarzenegger). En estas circunstancias, es lógico que, por inseguridad o respeto, se opte por una fórmula simpáticamente evasiva.

En el caso de Ibrahimovic, sin embargo, sorprende porque no se trata de un nombre especialmente complicado, ya que tiene una lógica sonora evidente: la raíz Ibrahim y, a continuación, el sufijo "ovic" (equivalente al "ez" del castellano, al "es" del portugués, al "ov" ruso o a los escandinavos "son" y "sen"). Así pues, los que prefieren la fórmula "de nombre impronunciable" agravan su patología perezosa y no me sorprendería que, cualquier día de esos, dejen de pronunciar palabras como "cascarrabias", "beneficencia" o "aperitivo" por considerar que exigen una energía que no están dispuestos a invertir.

Estas teóricas dificultades, además, se viven de modo distinto cuando nos afectan a nosotros. Si los medios de comunicación de Madrid insisten en llamar a Cesc (el futbolista del Arsenal) Sex, Cecs, Zez, Crecs, Cercs o Srek y acaban refugiándose en Fábregas - siempre y cuando no lo consideren un apellido impronunciable-, nos escandalizamos con razón. Por distinta que sea la fonética, es lo bastante cercana para, con un microscópico esfuerzo, pronunciar correctamente Cesc (basta convertir la primera "c" en una "s"). O cuando se leen, en televisiones y radios españolas, apellidos o topónimos como Puigdomènech o Andratx, a muchos locutores se les traba la lengua, dejando muy claro que no se han tomado la molestia de releerlos con el mismo rigor que aplican a, por ejemplo, el presidente de Irán Mahmud Ahmadinejad (otro que empezó siendo "de nombre impronunciable"). Dedicar unos segundos a superar los obstáculos derivados de la diversidad fonética, en cambio, nos enriquece, ya que, además de ejercitar sonidos inusuales en nuestro repertorio, aprendemos algo (los que no somos vascos descubrimos muchos significados del euskera cuando preguntamos por la traducción literal de determinados apellidos). La prueba de que no era tan difícil es que, al cabo de unos días, con el simple uso, Ibrahimovic ya es un apellido perfectamente pronunciable e incluso familiar.

7-VIII-09, Sergi Pàmies, lavanguardia