entrevista a Joan Ramon Garcés Gatnau, higienista solar

Joan Ramon Garcés Gatnau, higienista solar; especialista en cáncer de piel, Tengo 51 años: soy más viejo donde más he tomado el sol. Nací en Balaguer. Tengo dos hijos que ya saben degustar el sol como el vino: sin emborracharse. La sensación de bienestar atribuida al baño de sol en realidad se debe al aumento de autoestima por vernos bronceados

Por qué tomar el sol infunde una cierta sensación de relax y bienestar?

No hay ninguna evidencia científica que explique ese supuesto bienestar.

¿Y la serotonina?, ¿las endorfinas? ¿No decían que el sol abre el apetito sexual?

No ha sido probado. Yo suelo explicar ese efecto, meramente psicológico, como un resultado del aumento de autoestima que nos causa vernos morenos en el espejo.

¿Y no es la mengua de sol cuando se acaba el verano lo que causa depresión?

El seasonal affective disorder (desorden estacional afectivo), hipotéticamente relacionado con la menor exposición solar en invierno, tampoco ha sido demostrado.

Entonces, ¿por qué nos sube el ego y después la moral vernos morenos?

Aquí, más que hablar de la biología de la piel, deberíamos adentrarnos ya en la sociología del bronceado: el moreno todavía eleva nuestro estatus social y, por ende, nuestra autoestima y tono vital.

¿Cómo lo explica usted?

Hoy para estar moreno hay que tener tiempo libre, un ocio al aire libre del que sólo dispone en abundancia la clase alta y que está asociado a un estilo placentero de vida.

Pero se trata de un efecto meramente psicológico asociado a unos valores culturales que han variado con los años: el mismo bronceado que nos anima hoy nos hubiera deprimido hace un siglo.

Entonces triunfaba en sociedad la elegante palidez de la Dama de las Camelias.

Hasta la industrialización, la piel oscura fue vergonzoso atributo del campesino y sus jornadas de sol a sol. Cualquier ascenso social requería, para empezar, librarse del bronceado de los pobres y adquirir una palidez aristocrática.

La nobleza se cubría bajo siete velos.

El ideal clásico era la tez nívea. Homero elogia a Helena como lekoleno (la de los brazos blancos), y los egipcios y otros antiguos se blanquearon la piel con cremas de arcilla con cenizas y cerusa, carbonato de plomo.

Ese ya sería capítulo Michael Jackson.

Toda Europa usó esas cremas blanqueadoras en el Renacimiento, pese a las juiciosas protestas de los médicos, alarmados por la toxicidad del plomo blanqueador.

¿Hubo algún apóstol del bronceado?

El médico danés Niels Finsen obtuvo el Nobel en 1903 por su demostración de los efectos curativos del sol sobre la tuberculosis cutánea. El furor higienista del siglo pasado llevó a extender esos beneficios a todo tipo de enfermedades - de forma arbitraria-y estableció la moderna asociación entre sol y salud - los higiénicos baños de sol-que aún perdura y a menudo hasta el abuso.

¿No le parece bien ir a tomar el sol?

Es un concepto que superar. El sol permite sintetizar la vitamina D, y mejora una larga lista de dolencias, pero, para esos beneficios, con un ratito - el sol que tomamos sin buscarlo-basta. Cualquier dermatólogo le dirá cómo se ha disparado el cáncer de piel.

¿No tiene un componente genético?

Hay tres tipos de tumor con diversa influencia genética: el espinocelular es sobre todo debido al exceso solar, pero los melanomas, - más dañinos-y los basocelulares - los menos-tienen un claro componente genético.

¿Y la melatonina? ¿Y el sueño?

Existe una relación, sí, entre la luz solar y la generación de melatonina y los ritmos del sueño, pero no requiere baños de sol.

¿Los UVA?

Hoy se abusa de ellos: pueden ser dañinos y cancerígenos y debilitan la piel.

¿Hay alternativas a la heliofobia?

El equilibrio, por supuesto: gozar del sol como quien goza en justa medida del vino: huir de la borrachera solar buscando la sombra cuando no veas la tuya. Recordar que la piel tiene memoria... Y cuando tenga tentaciones de ganar a toda prisa en moreno a los amigos...

¿. ..?

Observe la piel de sus nalgas, siempre y cuando no sea nudista.

¿Por qué?

Cuando, acongojados, los pacientes me enseñan sus manchas, arrugas, escotes que perdieron su turgencia..., los efectos, en fin, de muchos baños de sol, y me preguntan: "Doctor: ¿es que me estoy haciendo viejo?"...

Es la triste decadencia epitelial.

... entonces les digo: "Mírese el trasero: ¿verdad que su piel es más joven allí que en las zonas que expone habitualmente al sol?".

Prueba incontestable, sí señor.

Pues así se hará una idea del precio en fotoenvejecimiento que tendrá usted que pagar en la madurez por los bronceados excesivos en la juventud: ¿usted cree que compensa?

¿No se cansa, doctor, de clamar en el soleado desierto?

De momento debemos conformarnos con pequeñas victorias culturales. No dejo de recomendar, por ejemplo, que cuando la longitud de su sombra sea menor a su estatura debe huir del sol...

Archisabido.

Vale, pero ¿dónde está entonces la sombra en las playas?

Si la hay, siempre es poca y pagando.

La playa es única alternativa de aire libre para miles de personas y, sin embargo, el urbanismo ha ignorado la higiene solar. Hago desde aquí una llamada a los diseñadores de mobiliario urbano playero para que cubran cuanto antes esa carencia tan insalubre. No debería existir ninguna playa donde no se pueda tomar también la sombra.

Las modas al extremo tienen tanto peligro como los virus, y si las heliófobas damas decimonónicas se atizaban lingotazos de vinagre para acentuar su elegante palidez, hoy las pieles envejecen prematuras por el insensato exceso bronceador. Lo explica Garcés en Cuando calienta el sol (Glosa), auspiciado por la Fundación Teknon con exquisitas ilustraciones de Krahn. Allí da noticia de cómo la farmacología de la crema solar comenzó en la II Guerra Mundial, con el tosco Red Vet Pet (Petronalum Rojo Veterinario) que usaron los marines para intentar protegerse del sol del Pacífico. Desde entonces, los filtros han mejorado mucho, pero aunque templen el exceso siguen sin proteger del abuso.

25-VII-09, lacontra/lavanguardia