´Etiología de la ´chapucería´´, Xaro Sánchez.

Como país somos "los últimos en las cosas buenas" y "los primeros en las malas", se ha dicho siempre en mi casa. Pese a no tener oportunidades académicas, mis padres siempre fueron muy exigentes en el trabajo. Quizás la experiencia de haber estado unos años en Alemania como inmigrantes favoreció esa hipercrítica, pero tengo la impresión de que esa estancia sólo reforzó una manera de entender la autoexigencia que entreví también en los abuelos, sobre todo paternos. Aunque han pasado muchos años, aquellas palabras siguen vigentes y la crisis económica sólo las ha puesto más en evidencia. Nuestra posición en educación, economía, políticas sociales y de sostenibilidad, ciencia y tecnología, burocratización, intereses corporativos... así lo demuestran. Hay excelencia en pocos sectores, ¡y eso que ya podemos acceder a todos los conocimientos! Cuando "salimos fuera" se ve que estamos años luz de otros países, pero volvemos a casa y seguimos haciendo las cosas igual; como mucho modificamos algo, siempre tras un sinfín de reuniones y burocratización. ¿En realidad no sabemos lo suficiente?, vaya, ¿pura ignorancia formativa?, ¿o hay algo más que frena o interfiere en la consecución de la excelencia?

Hay una transmisión de chapucería por vías emocionales, que como lluvia fina va calando sobre el entusiasmo y la buena disposición para aprender a hacer las cosas bien. Quizá no sea premeditada, pero es demasiado palpable desde que nacemos y se afilia confortablemente con la ineptitud de algunos formadores, herederos a su vez de la adaptativa dosis de chapucería ibérica. Igual que se nos transmite el afecto, se traspasa lo que es importante o no, hasta dónde vale la pena trabajar, que es bueno ser espabilado y listo para conseguir trabajar poco y sacar los mayores réditos, que si te esperas el esfuerzo ya no lo tendrás que hacer tú o se olvidarán de ello... Todo eso se absorbe "por la piel" en cada rincón del país a partir del contacto no sólo con los padres sino con la escuela, la formación superior, el trabajo, los jefes y la clase política. Y eso tiene un efecto poderoso sobre las actitudes y la conducta: se hace difícil ver lo que otros tampoco ven o incluso desprestigian. Puede ser arduo y penoso ejercer la creatividad, la opinión, el entusiasmo y las ganas de superarse y formarse si no se dispone de unos rasgos de personalidad anormales para la insistencia y el optimismo.

26-VI-98, Xaro Sánchez, doctora en Psiquiatría, lavanguardia