´El meollo de la corrupción´, Norbert Bilbeny

Al finalizar el recorrido, el taxista me propuso facturar el doble y repartirnos el dinero extra. Fue en un país lejano, y lo curioso es que el hombre me había confesado su paso al protestantismo, por ser, decía, una religión más íntegra.

Ese es el meollo de la corrupción. No es que todos la llevemos dentro. Pero la tentación, sí. Nuestra sociedad no es corrupta, pero la corrupción está en todas partes. Comprar un artículo robado, retocar facturas, copiar en un examen, darle preferencia al amigo, todo eso es corrupción. Siempre la ha habido. Quien trata con aceite, al final se unta. Es fácil que así sea.

Pero no debe ser así. Los políticos tienen que ajustarse a la legalidad. Y para lo que no es ilegal, pero que parece inmoral, tienen su código de conducta ética. Ocurre, sin embargo, que pronto hallan excepciones a ese código. Ante el soborno o el tráfico de influencias, piensan: no se va a notar. O: es por bien del partido. Incluso: otros también lo hacen. Lo peor es cuando los compañeros lo saben y no reprueban al corrupto. No quieren perder terreno y que otros, de paso, aumenten el suyo, con el escándalo. Eso, por desgracia, es lo que hace hablar la clase política.

Es importante, creo, separar entre lo legal y lo moral en la corrupción. Lo segundo no está tan claro, y más donde abunda la corruptela y la picaresca. ¿Dónde, el límite? ¿Qué hace condenable moralmente al corrupto, aunque no se le pueda pillar en falta? Si es un político, una razón para repudiarle es la falta de honradez, como se lo reprocharíamos a cualquier otro. Pero, en su caso, es que contribuye a corroer la democracia. Es falaz decir que la democracia resiste bien la corrupción, porque a diferencia de otros regímenes, la identifica, persigue y condena. Lo hace, sí, pero hasta que puede. Porque al final la democracia se quiebra. Se dispara la demagogia y el populismo, o la gente no va a votar. Pasto para el golpismo.

Siendo mala, la corrupción no es lo peor, sino lo que la acompaña: a la larga, la corrosión de la democracia. Y, a corto término, dos formas de reacción popular inmorales. Una: los juicios paralelos, acusar sin pruebas a un posible inocente. Hipocresía en estado puro. La otra: ser tolerante con la corrupción. Creer que forma parte de la naturaleza humana y salvarla. Un corrupto no es un degenerado. Pero su acto es una forma de degeneración.

28-V-09, Norbert Bilbeny, lavanguardia