īMaridos pornográficosī, Sergi Pāmies

La ministra del Interior británica pagó películas porno con dinero del Estado". Este titular, que no puede disimular su ramalazo sensacionalista, engaña, ya que más tarde se ha sabido que la inversión la hizo el marido de la ministra. Mientras su esposa trataba importantes asuntos de Estado, el hombre decidió recurrir al ocio legal de los casados. No pirateó, no robó; sólo cometió el error de pagar con la tarjeta oficial de su ocupada cónyuge. Pero lo más hipócrita de este miniescándalo (que plantea el conflicto entre represión y libertinaje sobre el que tanto ha teorizado Camille Paglia) es el uso que se hace del término películas porno.Sólo es cierto en parte, ya que luego ha resultado que, en el mismo paquete, también iban Ocean´s 13 y Locos por el surf y, además, las dos polémicas películas de las que no se especifica el título. ¿Por qué? Porque así se criminaliza el porno globalmente, sin entrar en detalles, como una degenerada ocupación humana. ¿Se imaginan el mismo titular sin el concepto porno?¿Habría escandalizado igual si se hubiera dicho que la ministra del Interior británica pagó por una película de animación de un hiperactivo pingüino surfista o por la secuela de un atraco perfecto protagonizado por delincuentes guaperas? El sensacionalismo no tendría el gancho que le proporciona el concepto porno.

Objetivamente, la información es, además de tendenciosa, insuficiente. ¿De qué porno estamos hablando? ¿De ese erotismo enfático y esteticista que alarga hasta la náusea los prolegómenos o de zoofilia pura y dura? Estoy seguro de que si un periodista llegara mañana a cualquier redacción de cualquier periódico y le dijera al redactor jefe que tiene un bombazo informativo que consiste en que el marido de una ministra se ha gastado veinte euros públicos en dos películas de, pongamos, Albert Serra, a nadie se le ocurriría publicarla. Y, sin embargo, el fraude de ley y la mala utilización de fondos serían idénticos: invertir el dinero de todos en un placer privado. Lo que sataniza al infractor, pues, no es la pirula de la tarjeta sino que, en lugar de elegir dos películas del maestro del nuevo cine (y, a tiempo parcial, ayatolá de la boutade elitista y aniquiladora de una industria supuestamente cretinizada), haya preferido el porno para resucitar sus horas muertas. En resumen: resulta más pornográfica la reacción tendenciosamente escandalizada que el delito en sí. Y, además, se olvida la grandeza de algunas películas pornográficas, que, en un acto de generosidad, tienen a bien incluir en sus asequibles y populares estructuras narrativas elementos de animación, terror, acción, tragedia, comedia y que, como en el cine transgresor de los nuevos revolucionarios del celuloide (o lo que demonios sea ahora), se pirran por los actores no profesionales y sus expresiones más espontáneas y primarias.

3-IV-09, Sergi Pàmies, lavanguardia