´Un Tíbet más chino´, Xavier Batalla

En octubre de 1950, el Ejército Popular de Liberación de la entonces flamante República Popular China ocupó Tíbet. Las tropas chinas atravesaron el río Drichu (Yangtsé en chino) y avanzaron sobre Chamdo. Una delegación tibetana, encabezada por Ngabo Ngawang Jigme, fue conducida entonces a Pekín para negociar un acuerdo que debería reconocer tanto la "liberación" de Tíbet del feudalismo como el derecho de los tibetanos a autogobernarse. El compromiso, conocido como el acuerdo de los Diecisiete Puntos, fue firmado el 23 de mayo de 1951.

Las relaciones entre Lhasa y Pekín, que reivindica la pertenencia de Tíbet a China desde Kublai Kan (nieto de Gengis Kan), se deterioraron conforme avanzaban las reformas comunistas. El 10 de marzo de 1959 se produjo un levantamiento entre rumores de que las autoridades chinas iban a detener al Dalai Lama, líder espiritual y político, a quien la tradición budista lamaísta reconoce como la decimocuarta encarnación viviente de Buda. El Dalai Lama emprendió entonces una rocambolesca huida y poco después, en junio, en Mussoorie (India), denunció el acuerdo de 1951 por considerar que había sido suscrito bajo presión. Pekín confirmó después que el pacto era papel mojado.

El budismo, a diferencia del islam y del cristianismo, no tiene una tradición de guerras santas o cruzadas. Basado en la no violencia, en la creencia en la reencarnación y en el convencimiento de que la salvación reside en la superación de los deseos mundanos, el budismo histórico no tiene un mandato de rebelarse contra los gobernantes injustos. Sin embargo, en los últimos tiempos, la filosofía budista ha emergido en Tíbet como una espuela política. La secta Falun Gong, que muchos budistas consideran que vulnera las normas elementales de la moralidad social, ha eclipsado al movimiento pro democracia que fue aplastado en la plaza de Tiananmen, en 1989, y los monjes relanzaron en Tíbet, hace ahora exactamente un año, su revuelta contra Pekín. El 14 de marzo del 2008, las manifestaciones tibetanas contra la presencia china desembocaron en un estallido de violencia que provocó la muerte de diecinueve civiles, la mayoría de la etnia han, según la versión oficial, y la represión china costó 220 vidas, según el gobierno tibetano en el exilio. Las consecuencias de esta revuelta provocaron la convocatoria el pasado noviembre de una cumbre tibetana en Dharamsala (India), en la que se decidió proseguir la vía de no confrontación patrocinada por el Dalai Lama, aunque los más jóvenes pusieron de manifiesto su desacuerdo. Y ahora, en el 50. º aniversario del exilio del líder máximo tibetano, Pekín ha sellado el territorio.

Una vez superada la prueba olímpica del 2008, que sirvió al movimiento tibetano para amplificar su protesta, la situación no ha hecho más que empeorar para los seguidores del Dalai Lama. En el interior de Tíbet, Pekín ha vuelto a echar mano del palo. Y en el exterior, la ascensión de China como superpotencia ha empezado a modificar las posiciones de los gobiernos occidentales.

El Gobierno británico, por ejemplo, ha cambiado de parecer con respecto a Tíbet. Desde hace casi un siglo, Londres había considerado que Tíbet era una entidad autónoma. Y cuando el territorio pasó en 1951 a ser gobernado por Pekín, Londres ideó una fórmula para referirse a Tíbet: el territorio sería considerado autónomo pero, al mismo tiempo, a China se le reconocería una "posición especial". Es decir, una fórmula muy británica: permitía afirmar a los tibetanos que se les reconocía como nación y, al mismo tiempo, evitaba enturbiar las relaciones con Pekín. Lo que Londres venía a decir es que Tíbet le parecía un protectorado chino.

La situación empeoró para los tibetanos en 1971, cuando la República Popular China ingresó en la ONU. Entonces, la diplomacia británica empezó a ser más cauta con las palabras. Y el pasado 29 de octubre, David Miliband, ministro de Asuntos Exteriores británico, completó el giro diplomático al anunciar que Londres había decidido reconocer Tíbet como parte integrante de China. Según Robert Barnettt, director de estudios tibetanos de la Universidad de Columbia, Miliband "incluso pidió excusas" por no haber cambiado antes de opinión ("Did Britain just sell Tibet?"). ¿A qué obedece este cambio? ¿A que el Dalai Lama insiste en hablar sólo de autonomía para un Tíbet cada vez más chino? El pasado mes de octubre, al estallar la crisis financiera global, Gordon Brown, primer ministro británico, pidió a China que aumentara su aportación al Fondo Monetario Internacional.

14-III-09, Xavier Batalla, lavanguardia