´Todos bajo sospecha´, Fernando Ónega

A grandes escándalos, grandes decepciones. Esa es la costumbre de este país. Entre los delitos que duermen el sueño eterno en los juzgados, los ocultos entre la hojarasca y los tapados por maniobras políticas, ¡qué pocas responsabilidades se exigen y qué poca ejemplaridad se transmite al ciudadano! Es que funciona un modelo: tú aprovéchate, que tus amigos y compañeros nos encargamos de cubrirte.

Hace algo menos de dos meses, se descubrió una novela de espías en Madrid. Parecía el iceberg de las luchas intestinas por la sucesión de Rajoy, por el control del poder regional, por la ocupación de la caja de ahorros o por el dinero que asomaba por el bolsillo de un empresario beneficiado en concesiones y contratos oficiales. ¿Y qué ocurrió? Nada. Se creó una comisión que se reunió media docena de veces, y ayer se dio carpetazo. Ya no hay nada que investigar. En la política española, la verdad no es verdad porque lo sea, sino porque lo decide la mayoría parlamentaria. Es la verdad a votos. Nunca sabremos si los demás partidos han sido torpes. Empezamos a sospechar que el sistema es incapaz de depurarse.

En esas cuitas, un conocido magistrado llamado Garzón instruye un sonado caso de corrupción y llega la mala fortuna: ese magistrado cobró en Nueva York un dinero incompatible con su salario oficial. Y ya la tenemos: no nos podemos fiar de nadie, porque todos están bajo sospecha. El partido afectado ya tiene legitimidad para lanzar dudas sobre el juez. Tanto considerar cohecho el regalo de unos trajes, y él juez percibió discutibles ingresos por una cantidad mucho mayor. A la incapacidad se añade la mala suerte.

¿Y qué va a pasar con los famosos trajes? Pues asómbrense: se vuelve a cruzar otro juez. Se ha publicado que el presidente del Tribunal Superior de Valencia, en cuyas manos cae el asunto, es íntimo amigo del imputado, que es el señor Camps. Se añade un factor más: los hilos invisibles que unen a las personas y a los poderes. Aunque la justicia sea independiente y se comporte como tal, si Francisco Camps deja de ser investigado, quedará la duda de la imposición de la amistad sobre la verdad. Este cronista no duda de su honestidad. Pero, cuando el martes lo vio arropado por la dirección de su partido, pensó que celebraban por anticipado una victoria judicial.

Estos episodios, aislados, desorientan al ciudadano. Juntos, lo desalientan. Es como si hubiera una conjura contra la ética; como si la demanda de justicia dependiera de la intención de un juez o de la amistad de otro. ¿Hay esperanza? Sí: que se salve la libertad de información, que en estos casos es libertad de denuncia. Pero lo que faltaba: también es sospechosa. Leyendo la prensa, sobre todo de Madrid, se intuye que hay corrupciones de derechas y corrupciones de izquierda. Algo muy serio falla en el sistema. Esa es la crisis general de confianza: cuando no queda nada en qué confiar.

12-III-09, Fernando Ónega, lavanguardia