´No me gusta la cocaína´, Lucía Etxebarría

Y sé de lo que hablo porque la he probado. No me gusta que el corazón se me acelere a velocidad de ametralladora. No me gusta soltar tonterías a velocidad no ya de ametralladora sino de misil nuclear. Y sobre todo, no me gusta el bajón del día siguiente, cuando desciendes tan bajo como alto subiste el día anterior, cuando te acuerdas del primer perrito que se te murió y de todos los novios que te han dejado, y cuando, desde el fondo del hondo pozo de tu miseria, una voz apremiante te reclama más. Más cocaína para salir de eso.

No me gustan los cocainomanos.Y sé de lo que hablo porque los he aguantado. No me gustan sus delirios de grandeza, ni su falsa alegría festiva No me gusta su falsa generosidad, que se limita a invitarte a copas y copas y rayas y rayas, pero que no puede concederte tiempo ni atención. No me gusta su agresividad, ni sus gritos, ni sus llamadas a destiempo a las tantas de la mañana.

Creo que la cocaína debería ser legal, por mucho que la odie. Porque si legalizaramos la cocaína acabaríamos con carteles, balaceras, policías corruptos, gobiernos títeres, narcoestados y narcoterrorismo.

Las FARC se constituyeron como un grupo guerrillero rebelde que pretendía defender los intereses del campo y la propuesta de cambios en Colombia tales como la reforma agraria y la justicia social. En los años 80 se alían con el narcotráfico porque coinciden en las misas zonas, y la guerrilla se convierte en el guardián de las plantaciones de coca, hasta que se dan cuenta de que les resulta más rentable cultivar ellos la coca y procesar la pasta en laboratorios instalados en la selva. Se convierten pues en productores. Inicialmente, aducen que es la mejor forma de financiar su lucha rebelde. Los carteles, que ya eran distribuidores desde los 70, mercadean la coca de las FARC, para lo cual deben corromper a todo un Estado y por supuesto a gran parte de la población. Unos y otros, para imponer ese estado de cosas, deben necesariamente recurrir a la violencia: saqueos a pueblos, secuestros, asesinatos indiscriminados, bombas. Se calcula que las FARC mantienen secuestrados a entre 800 y 1.500 rehenes. No hay cálculo de cuántas víctimas se han cobrado los carteles, basta con decir que el 70% de las muertes violentas en Colombia tienen que ver con el narcotráfico.

La mafia mexicana forma parte de esta cadena de distribuición para pasar la coca a Estados Unidos y a Europa. Gracias a ellos, la policía mexicana es probablemente la más corrupta del mundo, nada preocupada por hacer valer otra ley que la de los narcos. En estos momentos, México es el país más violento de América latina y ostenta el dudoso honor de haber desbancado a Colombia en el ránking, y se habla de una colombianización de México con asesinatos fríamente calculados y salvajes.

España es la puerta de entrada de la cocaína en Europa y el país del mundo con más alto consumo de esta droga -tras haberle robado el puesto a EE.UU.-, donde el pequeño traficante campa por sus respetos.. No se investiga al camello, no hay policías para ello y no hay jueces mentalizados en ese trabajo. La CIA, por su parte, asegura que el territorio español no es sólo la puerta de entrada de la cocaína para la UE, sino también "un lugar para el lavado de dinero de los traficantes de narcóticos colombianos", a través de más que dudosas operaciones inmobiliarias. Numerosas mafias se han instalado en el país, lo que nos ha supuesto un espectacular despegue de la violencia y la inseguridad ciudadana. La prohibición de la droga no ha frenado el consumo. Muy al contrario, lo ha disparado, y las cifras suben. La legalización tampoco lo frenaría, pero acabaría al menos con este tsunami de violencia que está enriqueciendo a muchos, a costa de la destrucción de muchos más.

22-II-09, Lucía Etxebarría, magazine