´La sinfonía de la corrupción´, Antoni Puigverd

La democracia sin verdad no vale la pena: estaría falsificada por la mentira. Pero la democracia con verdad es insoportable: ofrece una visión tan deprimente de la política que arruina todo idealismo. Con el pozo de las miserias del PP comunicando cloacas de Madrid y Valencia, los sumandos de la corrupción culminan la totalidad del sistema de partidos. Como en las variaciones de una sórdida sinfonía, las miserias socialistas de los noventa encuentran eco y continuidad en las actuales miserias del PP y, recogiendo las tristes melodías del 3% catalán, dejan una única emoción: la desconfianza. ¿Puede resistir sin enfermar una democracia que sospecha de todos los partidos?

En un contexto de bienestar y de opulencia, la corrupción aparecía en boca de los moralistas como culpable de la pérdida de candidez de las masas, como causante del desencanto. Pero lo cierto es que, en la calle, la corrupción era percibida, en los tiempos de bonanza, como algo casi envidiable: una vía como cualquier otra hacia la ganancia fácil. No hay que olvidar, en este sentido, que la figura del pícaro es una de las más recurrentes de la tradición. No es infrecuente la visión del pícaro como un artista que navega en un mar de cinismo.

Pero esta percepción ha cambiado radicalmente con la llegada de las vacas flacas: la corrupción es percibida ahora como un exceso insoportable. Aquel listillo que causaba envidia por su veloz ascenso social, por sus hábiles tejemanejes, ahora es el primer candidato a chivo expiatorio: sobre su fácil fortuna cae el resentimiento de una sociedad castigada a una severa incertidumbre, obligada a estrecharse el cinturón, a probar el amargo sabor del paro. La corrupción ya no parece un ejercicio de listeza, sino de desfachatez. El corrupto es ahora el peor ladrón. Un pícaro insoportable.

¿Cómo reacciona el PP ante la publicitación de sus miserias? Como se reaccionaba en tiempos económicamente amables: cerrando filas, apretando los dientes, sacando fuerzas de flaqueza y, principalmente, anunciando argucias jurídicas para anular las acusaciones judiciales. Lo hizo ayer el president Camps en Valencia. Teniendo en cuenta la habitual tosquedad jurídica con que Garzón arma sus instrucciones, no sería de extrañar que el PP consiguiera bloquear el proceso. Pero no conseguirá eliminar la infección. El PP es víctima de una cacería, cierto. Pero avaló o se benefició de la corrupción. Para liberarse de la sospecha, el PP tenía que haberse atrevido a coger el toro de su corrupción por los cuernos.

No se protegerá el PP del desprecio ciudadano con procedimientos leguleyos como sucedió con el caso Naseiro. Aunque tampoco saldrá victorioso el PSOE de esta batalla. Cada vez que se descubre o se habla de un nuevo detalle que afecta a la credibilidad del PP, reaparece en la calle el recuerdo de la corrupción del PSOE. En la sórdida sinfonía de corrupción, no pierde un partido: pierde el sistema. Alguien -todavía no sabemos quién- intentará pescar en el océano revuelto en el que la corrupción y el paro se entremezclan.

20-II-09, Antoni Puigcerd, lavanguardia