nº 283, Guantánamo

Se llama Abu Bakker Qassim, aunque su correo electrónico le identifica como musapirmiskin283. El número 283 es el que llevaba en la cárcel de Guantánamo cuando perdió toda identidad para convertirse en un "combatiente enemigo". Musapirmiski es una palabra compuesta que en lengua uigur significa huésped huérfano.

Así es, dice, como se siente ahora, exiliado en Albania después de una experiencia rocambolesca, surrealista y trágica, que empezó en las montañas de Pakistán en diciembre del año 2001. Curiosamente, aquel mes de diciembre Abu nada sabía de la "guerra contra el terrorismo" que los estadounidenses habían empezado contra el mundo musulmán. Como explica con una sonrisa amarga que quiere ser irónica, "he sido uno de los últimos del mundo en ver las imágenes de lo que ocurrió el 11-S en Nueva York".

Es cierto que durante sus años de encierro escuchó algo sobre el 11-S. Comentarios difusos que no conseguía entender bien. Pero las imágenes no las vio hasta el mes de junio del año 2006, cuando, ya en Albania, acudió a un cibercafé.

- Me quedé aturdido. Aquella gente saltando por las ventanas. Las torres que se hunden. ¿Cómo podían acusarme de todo aquello si no me había enterado?

Hemos quedado con Abu en un restaurante turco del centro de Tirana. Él y otros cuatro compañeros uigures, musulmanes chinos de la región del Xinjiang, fueron los primeros presos de Guantánamo que entraron en la subasta para que terceros países se ocuparan de ellos, ya que el Gobierno de Estados Unidos había dejado de considerarles "enemigos combatientes", pero se negaba, se niega, a aceptar que su excarcelación se produzca en el país al que fueron conducidos a la fuerza y donde sufrieron la cárcel. Después de un año sin saber qué hacer con ellos, sólo Albania quiso aceptar a estos presos. A cambio, por supuesto, de una buena compensación económica, que el Gobierno albanés no quiere hacer pública y Abu desconoce por completo.

Ahora que Obama es el nuevo presidente y ha dado la orden de cerrar Guantánamo, Abu cuenta sin miedo su historia, con la esperanza de reunirse pronto con los diecisiete uigures que todavía quedan en Guantánamo, cuya historia es similar a la suya, aunque ellos no fueron declarados inocentes hasta el pasado octubre.

Empezamos por el principio:

"Nací en el Xinjiang hace 39 años, en un pueblo que los chinos llaman Yining y nosotros Gulja. Aunque los uigures somos los pobladores del Xinjiang, los chinos lo han ido ocupando y hoy son mayoría (en el año 1955 los chinos eran el diez por ciento de la población). Ellos tienen los mejores trabajos y nosotros somos pobres y llevamos una vida miserable. Durante la revolución cultural, convirtieron las mezquitas en porquerizas. Persiguen nuestra cultura y nuestra religión".

Abu tenía 16 años cuando empezó a trabajar en una fábrica como curtidor, hasta que la fábrica cerró en 1991, y empezó a vender por la calle relojes que compraba a los comerciantes. En 1995 emigró a Pekín y Shanghai, donde vendía ropa. En 1997, de regreso a casa, participó en la revuelta popular de los uigures contra el Gobierno para pedir libertad religiosa. Un día fueron a buscarle a la frutería que acababa de abrir, y pasó siete meses en la cárcel.

- Sólo por ser uigur. Nos tratan peor que a los perros.

Recuerda que en la cárcel estaban atados con una gruesa cadena a los pies las 24 del día.

- ¡No hay cárcel buena! Pero no me quejo, otros pasan años atados y cuando salen apenas consiguen caminar.

El fiscal dijo que su detención había sido un error y lo dejaron, no sin antes pagar por el pan, el agua y la cama. Diez yuanes por día. Más que lo que gastaba en aquellos tiempos una familia normal diariamente.

Al salir de la cárcel, Abu decidió salir del país y viajar al Kirguistán, donde no necesitaba visado. Le daba miedo ser detenido de nuevo y no tenía cómo ganarse la vida. En el gran bazar de Bishkek, la capital, encontró trabajo transportando cajas. Pero no conseguía dinero suficiente para sacar a su familia del país. Así que decidió ir a Turquía, siguiendo siempre a sus compatriotas uigures que se sienten como en casa en estos países de la familia turcomana. Al llegar a Islamabad, en Pakistán, quedó sin embargo atrapado, porque no le concedían el visado para cruzar a Irán. No tenía dinero para pagar el hotel, así que decidió ir a vivir a una aldea uigur al lado de la frontera afgana. Allí fue donde le pilló la guerra. Un día bombardearon el pueblo y tuvo que refugiarse en las montañas. No quedó una sola casa en pie. En aquellos momentos, él todavía no sabía que los bombardeos eran norteamericanos. Pensaba que estaba en medio de una guerra civil. Después de dos meses en las montañas con otros dieciocho uigures, decidieron ir a Pakistán porque ya no tenían nada para comer. Caminaron tres días. Llegaron a una población chií donde fueron bien acogidos. Les dieron comida, cama. Un día, cuando rezaban en la mezquita, el ejército los detuvo a todos.

- Los guardias nos dijeron que los chiíes nos habían vendido. Eran cazadores de recompensas. Los americanos "les compraban enemigos" por 5.000 dólares. Tardaron tres años en descubrir que los pakistaníes estaban haciendo un buen negocio. Que capturaban gente por la calle y la vendían. ¡En Guantánamo sólo había once terroristas!

A las dos semanas, Abu y sus compañeros fueron trasladados a la cárcel militar de Kandahar, controlada por los norteamericanos.

- Era una cárcel horrible. Había muchas nacionalidades. Estábamos todos mezclados. Nos insultaban en inglés, pero no lo entendía. Estábamos atados y nunca se podía dormir. Nunca me duché. A veces comíamos sólo cada tres días. Lo peor era cuando te llevaban a interrogar. Con las cadenas, la capucha. A los pakistaníes no les habíamos dicho que éramos uigures (dijimos que éramos uzbekos), porque son amigos de China y teníamos miedo a que nos deportaran. Pero a los americanos decidimos decirles la verdad, que éramos comerciantes uigures. Nos tomaron fotos. Pero apenas nos interrogaron. Un día nos dijeron los de la Cruz Roja que se nos llevaban a América. ¡América! ¡Fantástico! Aquello es el paraíso, nos decían. No encontraréis un lugar mejor. Nos metieron en aviones. Atados con cadenas. Capucha. Prohibido hablar. Y después de 24 horas llegamos a Guantánamo. ¡Una jaula de cuatro metros cuadrados no es el paraíso! Y entonces sí que me preocupé. Hasta aquel momento había pensado que ocurría un error y que algún día se arreglaría. Pero aquel día pensé que quizá nunca más podría salir. Que ya no vería a mi familia nunca más.

Cuando habla de Guantánamo, Abu baja la voz y su mirada viva se vuelve sombría, opaca. Dice que cada vez que lo cuenta tiene un dolor de cabeza que le dura una semana. La jaula. Las paredes metálicas. Las cadenas. La luz siempre encendida. Los interrogatorios. La soledad. Los únicos diez minutos para pasear atado con las cadenas. El Corán. ¿Por qué sólo les dejaban leer el Corán? Él quería aprender idiomas y lo hizo con el árabe, gracias al yemení de la jaula vecina. Cada día le enseñaba cinco palabras. Ahora también habla albanés, además del turco, el chino y el uigur. El idioma que no consiguió aprender es el de sus carceleros, porque sólo le insultaban. Ahora ha empezado a estudiarlo.

- Yo siempre había querido ir a América. Me habían dicho que era democrática, libre. Y quedé completamente decepcionado, aunque mi abogado decía que América no es así, que en Guantánamo me estaban engañando.

- ¿Tenía usted abogado?

- El juicio se hacía sin abogado, pero había uno que venía a verme. Hablábamos a través de un intérprete de árabe. Fue él quien comunicó ami familia que yo estaba en Guantánamo. Hacía cuatro años que no sabían nada de mí. Mi padre murió mientras yo estaba preso. Nacieron mis dos gemelos. Ahora tengo un hijo mayor y dos pequeños, una niña y un niño que nunca he visto. No sé qué pasará con todos nosotros. No nos dejan salir y yo no puedo volver, porque me meterían en la cárcel y me matarían. Cuando me declararon inocente se lo tuve que comunicar yo mismo al abogado, ¡al cabo de dos meses y medio de la sentencia! No sabían qué hacer con nosotros cinco, hasta que nos llevaron a Albania. Yo no quería ir. ¡Albania! Había oído de niño que eran comunistas, amigos de los chinos. Nos dijeron que no, que había cambiado. Que estaríamos bien. Pero no me fiaba. Nos subieron en el avión. Cinco uigures atados con cadenas, los pies, las manos, la capucha, rodeados de más de treinta soldados. ¿Aquello era el viaje a la libertad? Sólo respiré tranquilo cuando en el aeropuerto nos recogieron unos señores con traje y vi que no eran chinos. Eran albaneses. Y no nos llevaron a ninguna cárcel.

El día que Bush visitó Albania, Abu quería verlo, aunque sólo fuera ver pasar el coche. El día antes, los del centro les propusieron ir de excursión a Saranda. Ir y volver, les dijeron, pero una vez allí, les comunicaron que se quedarían a pasar la noche. Lo más lejos posible de Bush.

- ¿Qué le hubiera dicho, de tener la oportunidad?, ¿gracias por la hospitalidad?

Abu no está para ironías. Ni siquiera tiene resentimiento. Ya sólo piensa en lo difícil - imposible, le parece-que será reagrupar a su familia. Piensa en cómo ganarse la vida y salir adelante. Albania, dice, no está mal. La gente es amable con él. El país, observa, tiene buena agua, buenas tierras. Una luz de esperanza se enciende en su mirada cuando encajamos la mano antes de que se aleje caminando por la calle donde se levanta la casa de Enver Hoxha: Abu Bakker Elassim, un hombre solo más fuerte que todo un sistema. Un hombre solo que no ha sucumbido, camino de la pizzería donde trabaja de aprendiz.

1-I-09, Bru Rovira, lavanguardia