´Mujer blanca 24.596´, Xavier Batalla

Helen Suzman, fallecida el pasado 1 de enero a los 91 años, es la crónica en blanco y negro de la Sudáfrica del apartheid. En blanco, porque Suzman, cofundadora del Partido Progresista, nació en el seno de una familia de judíos lituanos que llegó al país en una oleada de inmigrantes cuyos descendientes se convirtieron en la espina dorsal de la intelligentsia liberal sudafricana. Y en negro, porque la actividad política de Suzman permitió conocer en Occidente los horrores del oprobioso sistema segregacionista.

A finales de la década de 1980, cuando el régimen esclavista comenzaba a dar señales de agotamiento, conseguí, después de varios intentos fallidos, un visado para entrar en Sudáfrica. Fue un proceso largo y tedioso, incluida una serie de entrevistas con oficiales de la embajada de Sudáfrica en Londres. Al oficial de la última reunión le intrigaban dos cosas: las personas con las que pretendía entrevistarme y mi insistencia en negar que ya había visitado Sudáfrica sin visado. El oficial, sonriente, me dijo: "Pregunte en su diario". El enigma no era tal. Resulta que meses antes, un error hizo que una crónica de France Presse fechada en Ciudad del Cabo me fuera adjudicada a mí, entonces corresponsal en Londres. A los oficiales sudafricanos no se les escapan ni los errores.

Uno de los nombres prohibidos era el de Suzman. Pero su casa, Blue Hazle, en Hyde Park, un elegante barrio de Johannesburgo, era un lugar de peregrinación periodística. Otro error, esta vez en la numeración de la calle, me dificultó su localización, aunque, gracias a esta confusión (el periodismo no es lineal), confirmé que no me había equivocado de interlocutora. "Busco la casa de la diputada Suzman", le dije a uno de sus vecinos, un blanco afrikáner que dijo ser miembro del Partido Nacional, el artífice del apartheid. "Gente como esa, judíos liberales, es la que provoca la ruina de este país", contestó. En la biblioteca de Suzman, un libro sobre la guerra civil española, escrito en 1938 por un brigadista internacional, Peter Merin, parecía tener un lugar especial.

Desde 1952 hasta 1989, primero en el Partido Unido de Jan Christiaan Smuts, un afrikáner anglófilo que se mereció la estatua que le inmortaliza frente al Parlamento británico, en Londres, y después como diputada del Partido Progresista, que se escindió del anterior en 1959, Suzman fue una liberal que provocó la ira de los afrikáners. Suzman estuvo a punto de abandonar Sudáfrica cuando el nacionalismo afrikáner accedió el poder, en 1948, y oficializó el apartheid. Pero ella no ocultaba que "el soleado bienestar del país y una excelente ayuda doméstica", que hacía todas las tareas que ella odiaba, "eran atractivos demasiado fuertes".

"Humanista enfermiza", gritaba un rival en el Parlamento cada vez que Suzman, frágil y de pequeña estatura, tomaba la palabra. La utilización del término humanista como insulto permite hacerse una ligera idea del talante que dominaba el Parlamento sólo para blancos. Pero desde su escaño, el único de la oposición durante trece años, Suzman puso en marcha campañas contra la tortura en las cárceles sudafricanas, las expropiaciones forzosas y el desplazamiento de las comunidades negras. Un segregacionista disidente reveló años más tarde que Suzman constaba en los archivos policiales como W/ V 24.596, ficha en la que W/ V eran las iniciales de wit vrou (en afrikáans, mujer blanca).

Suzman sufrió a todos los dirigentes del apartheid. De Hendrik Verwoerd, el arquitecto de la doctrina, decía que era "el único hombre" que le infundía "miedo cerval". En 1961, cuando fue la única candidata del Partido Progresista en ser elegida, Verwoerd le dijo en el Parlamento: "El país os ha rechazado". Y Suzman replicó: "El mundo le rechaza a usted". Al presidente P. W. Botha lo calificaba de "chulo irascible". Y a Frederik W. De Klerk, el presidente que pasó formalmente la página del apartheid en 1994, lo consideraba "un hombre pragmático e inteligente". En sus memorias, Suzman cita a un político nacionalista que le explicó la naturaleza del régimen esclavista: "Podemos tener la situación bajo control durante esta generación y la de mis hijos, y después de eso, ¿a quién le importa?" (In no uncertain terms,1993). Este cinismo subraya el nihilismo del sistema segregacionista.

La activista, que abandonó el Parlamento en 1989, fue atacada por la derecha pero también por la izquierda. En Estados Unidos fue abucheada por hablar en contra de las sanciones a la Sudáfrica del apartheid, que consideraba más dañinas para los negros que para el régimen, y Andrew Young, el primer embajador afroamericano ante la ONU, la etiquetó de "liberal paternalista". En la nueva Sudáfrica, descubrió que no todos los dirigentes eran como Mandela.

3-I-09, Xavier Batalla, lavanguardia