´Siempre nos quedará el Barça´, Pilar Rahola

Siempre nos quedará el Barça..., si uno es del Barça y este mantiene una fructífera buena racha como la actual. Porque si encima es de cualquier otro equipo de los que habitan en las muchas almas del alma catalana, y las cosas no van bien, al sufrido ciudadano no le queda ni un bocado de pelota que echarse al estómago. Y lo digo obviando conscientemente a la selección nacional, que, como sugiere Sergi Pàmies, no nos conduce precisamente al orgasmo colectivo. ¿Y si jugáramos al futbolín? Al menos, la forzada exhibición de coros y danzas quedaría algo disimulada, y dejaríamos de dar esa patética imagen de esforzado folklorismo. Por supuesto estoy a favor de una selección nacional catalana, y creo que negar ese derecho por la vía de la fuerza del Estado es una vergüenza de la democracia. De hecho, no tiene nada de democrático. Pero las cosas están en vía muerta política, y en esta tesitura sería mejor no intentar exhibir grandilocuentemente nuestra inequívoca debilidad, porque lo que se consigue no es una reivindicación a escala planetaria, sino un ridículo planetario. Aunque nada es nuevo bajo el sol de una identidad catalana muy dada a este tipo de exhibiciones de fireta,cuando no es capaz de ganar su pulso en los despachos del poder.

Decía que siempre nos quedará el Barça..., de momento. Porque, fuera del Barça, el año que acaba nos ha dejado el optimismo en los huesos, una fatiga endémica y la sensación de que hemos ido perdiendo el norte. Acaba el 2008, y con él un largo proceso político que ha resultado ser tan devastador para la credibilidad de nuestras instituciones, como agotador para nuestra bíblica paciencia. Y ello a pesar de que, probablemente, el año conseguirá culminar con un acuerdo in extremis sobre financiación, exhibido urbi et orbi, cual cadáver exquisito. Pero incluso aceptando esa hipótesis - que parece muy posible, en el momento de escribir estas líneas-,el acuerdo nos habrá dejado agotados, con las vergüenzas al aire y con la extendida convicción de que cualquier avance político representa un brutal desgaste de nuestras energías colectivas.

Como si viviéramos instalados en un diabólico día de la marmota a la catalana, una y otra vez nos reciben con sonrisas, negociamos reiteradamente lo obvio, y con las mismas sonrisas, nos cortan el césped de raíz. Habitamos en un bucle de reivindicaciones, acuerdos y desacuerdos, que retornan siempre al origen, después de marearnos como patos. Es aquello de perdre un llençol en cada bugada,o de perder el ajuar entero. Yal final conseguimos algo, quizás incluso algo bueno, pero por el camino hemos dejado tanta piel, que quedamos inevitablemente heridos.

A diferencia de cualquier otra autonomía, que no necesita morir en cada batalla para ampliar cotas de soberanía, a Catalunya se le exige liderar los procesos propios y ajenos, luchar por ellos con la sombra alargada de la sospecha infiel, sufrir todo tipo de envites y, al final, conseguir auténticas miserias, solemnemente exhibidas como si fueran grandezas. Es tan agotador que, sin duda, resulta letal para los intereses colectivos.

El 2008 se va con esa fatiga endémica instalada en el subconsciente nacional. Si algo hemos aprendido, es que no importan los acuerdos de todo un Parlament, ni el referendo de un pueblo a favor de una reforma legal, ni la aprobación de las dos cámaras representativas de un Estado, ni la sintonía de los líderes de un mismo partido a ambos lados del puente aéreo. Por no importar, ni tan sólo importan las promesas del presidente del Gobierno, porque a la hora de verdad, con todo aprobado, todo tiene que volver a ser revisado. Primero nuevamente por los políticos. Después por el verdadero poder del Estado, los funcionarios de alto rango. Y finalmente por los jueces. Y así, hasta el infinito. Lo que ha ocurrido en este 2008 con el acuerdo sobre financiación nos da la radiografía precisa de nuestra brutal debilidad y, sobre todo, la precisa constatación de lo poco importante que resulta cumplir con la promesa dada a los catalanes. Porque, fuera de Catalunya, no encontramos ni un solo aliado. Incluso cuando hemos ganado la razón parlamentaria, difícilmente se nos da la razón política. Si, al final, conseguimos un acuerdo presentable - aunque sea bajo maquillaje, lifting de última hora e infiltración botóxica-,habremos quedado tan hartos de dejarnos la piel en el intento, que sólo tendremos ganas de dormir la siesta. Quizás esa es la estrategia: vencernos por agotamiento. Y aún nos queda el Constitucional, pequeño regalo que nos reserva el 2009, por si nos habíamos quedado demasiado relajados...

Todo ello ¿es culpa exclusivamente ajena? Todo lo contrario, llevamos años trabajando para que nos pierdan el respeto, con una sociedad civil desarticulada, unos líderes políticos que juegan en segunda regional y unos poderes fácticos que nunca han jugado fuerte por los intereses catalanes. Realmente, ¿tenemos capacidad para hacernos respetar? Y, peor aún, ¿importa a alguien si no se cumplen nuestros acuerdos? Visto lo visto, será que no. Y será que no porque Catalunya ni asusta, ni se planta. Ha dejado de ser un problema. Ahora sólo es una molestia.

31-XII-08, Pilar Rahola, lavanguardia