´La ´pijoecología´´, Pilar Rahola

Mi amigo tiene razón: parecen la entrada de un prostíbulo de carretera. Algo así como la bienvenida a El paraíso de la señorita Chen,en plena Barcelona, decorado con sus luces chillonas, su grandilocuencia arrabalera y su inequívoco gusto hortera. Son feos a rabiar, los pobres, y encima ni son baratos ni ecológicos, de manera que aún no sé qué pintan los seis árboles metálicos que nos han plantado en los Jardinets de Gràcia, en el mercado de Santa Caterina y en otros sufridos lugares. Deben de ser el emblema de la pijoecología,esa nueva ideología de los poscomunistas que, en su empeño por esconder el rojo y transmutarlo en verde, han sufrido una notable empanada mental.

En plena crisis económica, con muchas familias sin saber si conservarán su lugar de trabajo y con unos datos económicos que oscurecen las estadísticas, gastarse 214.000 euros del erario público, metidos con calzador en los 41.000 millones de ampliación del crédito del Ayuntamiento de Barcelona, es tan antiestético que resulta indecente. La excusa de la responsable del engendro, Imma Mayol, ha sido que estos árboles son megamodernos - o sea que ahora la modernidad es una dinamo que genera energía, ¡pobre Edison!-y que van a pedales. ¿Será que nuestra ínclita concejal antisistema se preocupa de muscular los gemelos de los barceloneses?, ¿o es una forma expeditiva de publicitar las virtudes del Bicing?

En el pleno donde se trató la cuestión, Mayol utilizó el recurso del calamar para justificar el despilfarro: echó tinta contra el despilfarro madrileño, como si la perversidad de unos hiciera buena la propia. Yasí, por obra y arte de la pijoecología,los barceloneses han visto cómo desaparecía un generoso bocado del dinero público - es decir, de SUdinero-,sin que ello mejorara sus vidas. Al contrario, empeora la estética, no en vano tendrían que detener a esos árboles por contaminación paisajística. Pero, además, hemos sabido tardíamente que los famosos pedales sólo funcionan de seis a ocho y media de la tarde, de manera que el resto del tiempo se iluminan con energía eléctrica. O sea que son feos, son caros y encima no son ecológicos, porque añaden gasto energético a una ciudad que ya abusa de él. ¿Para qué sirven, entonces? ¿Qué inspiración divina ha motivado la ecosostenible y estúpida idea? Descartada la posibilidad de que Imma Mayol padezca una irrefrenable tendencia a hacer el ridículo, aunque guste de ello tan a menudo, sólo cabe pensar que la sensibilidad ecológica no es fundacional de su ideología, sino una impostura tardía que adoptó su partido para salvarse de la debacle electoral.

Superados los años felices del rojo antifranquista, aterrizaron forzadamente en el violeta feminista para acabar en el verde pijo, ese que bebe leche de soja en cocinas de diseño, lleva bolsas reciclables para meter la compra de Semon y se pasea con estupendos y nada sostenibles coches oficiales. Y, lógicamente, el lío cromático se ha convertido en un monumental lío mental. Si Manolo Vázquez Montalbán descubrió que comer bien era progre, estos han añadido el toque ecológico para parecerlo más, sin otra profundidad que la que requiere la pura estética.

Moda de niños ricos de izquierdas. Así pues, mientras tenemos una ciudad que rompe los tímpanos y las estadísticas europeas en contaminación acústica, y un país incapaz de castigar el delito ecológico, los rojo-violeta-verdes que gobiernan en ambos se presentan con ideas de la señorita Pepis para aparentar que sirven para algo. Olvidados, ahora que mandan, los años felices del "Nuclear? No gràcies!" e incapaces de demostrar que su estridente verbo ecológico deja alguna huella útil, no les queda otra que peinar el gato con sonoras pijadas. El problema es que la ecología es algo serio y que educar a los ciudadanos en el compromiso sostenible de los recursos es una urgencia evidente. Pero ¿cómo se hará pedagogía de la sostenibilidad con árboles insostenibles que malbaratan recursos públicos y harían las delicias de Paris Hilton? Ese es quizás el problema, que quienes intentan monopolizar el compromiso ecológico son los primeros que lo desprecian.

7-XII-08, Pilar Rahola, lavanguardia