´¿Qué haremos cuando nos pisoteen?´, Francesc-Marc Álvaro

Este es un artículo preventivo. Quiero decir que es una reflexión que trata de anticiparse a unos hechos que todavía no han sucedido. ¿Por qué molestarles a ustedes con algo que es sólo una posibilidad? Porque, actualmente, los catalanes tenemos escasas probabilidades de salir bien parados de los dos partidos que estamos jugando, el del Estatut y el de la financiación autonómica. Si dejaran apostar, a la vista de todos los indicios, no creo que nadie lo hiciera por Catalunya. Y, aunque parezca un contrasentido, este también es un artículo optimista, y lo remarco especialmente para que nadie pierda el tiempo acusándome de derrotismo. Si no pensara que todavía nos queda algo de coraje e inteligencia para cambiar nuestra suerte, no hablaría de estas cosas.

En el asunto de la financiación autonómica, más allá del incumplimiento de todos los plazos marcados, nadie esconde que las negociaciones entre el Gobierno central y el Govern de la Generalitat han avanzado muy poco, por decirlo tan suavemente como el conseller Castells. Hoy hace tres meses que De la Vega y Saura se sacaron de la manga una prórroga que evitaba que Zapatero tuviera que dar cuenta de su falta de palabra. Ahora, la crisis económica se ha convertido en el gran argumento de Solbes para justificar la vulneración de los principios generales inscritos en el Estatut, que el PSOE y el Gobierno aceptaron solemnemente. Pero esta crisis que atravesamos también pone en evidencia la grave falta de recursos de la Generalitat para hacer frente a las crecientes demandas en áreas tan sensibles como sanidad, educación y seguridad. Un dato elocuente nos permite comprender la magnitud del reto: la población catalana ha aumentado un 25% fruto de la nueva inmigración. Como ha recordado una entidad tan seria y moderada como el Cercle d´Economia, "la autonomía política y administrativa no es posible sin autonomía financiera".

Hablar del Tribunal Constitucional y de la sentencia que este órgano acabe dictando sobre el Estatut es penetrar en una zona donde el desprestigio, el partidismo y el escándalo han reventado las reglas de juego hasta poner en entredicho la razón de ser de quienes constan como árbitros máximos. Si el Estatut queda disminuido o desfigurado (en capítulos sustanciales como la financiación o la lengua), habrá un choque frontal de legitimidades sin precedentes en nuestra democracia. ¿De qué sirvió el referéndum del Estatut?, se preguntarán muchos.

La crisis estará servida. No sólo nos habrán dejado sin la herramienta básica del autogobierno, también se lanzará un mensaje muy inquietante: lo que expresan los ciudadanos en las urnas puede ser borrado de un plumazo.

No parece la mejor manera de celebrar el trigésimo aniversario de la Constitución.

Si el Gobierno central no asegura una financiación autonómica justa y suficiente y si el TC se carga el Estatut, el colapso económico y el bloqueo político se convertirán en una bomba de efectos impredecibles. Por mucho que algunos traten de maquillar el fracaso, las cifras de la crisis desmentirán los ejercicios retóricos para consolar al personal. Llegados a este hipotético punto, aparece la cuestión central: ¿Qué haremos cuando nos pisoteen? Nadie lo sabe. No hay plan alguno ni en el Govern Montilla, ni en CiU, ni en la sociedad civil ni en las cabezas más preclaras. Se han lanzado algunas ideas sueltas, pero no estamos preparados para hacer frente a lo que - y espero equivocarme- será el momento más grave para Catalunya desde la recuperación de la democracia y después de la intentona golpista del 23 de febrero de 1981.

El poder central habrá roto el modelo de convivencia territorial que, sobre todo por impulso de los catalanes, se implantó y generalizó en España a partir de 1977. El café para todos dará paso al cerrojazo: lograr que España sea, finalmente, algo parecido a esa Francia homogénea y jacobina que no pudo ser. La meta es poner punto final a la anomalía del llamado problema catalán.

En septiembre del año pasado, escribí que Catalunya anda buscando un nuevo relato, pero este - como señalé entonces- "no debe basarse únicamente en el enfado acumulado, sino en la voluntad de construir algo mejor". Hoy, cuando todos los augurios son descorazonadores, me ratifico en esta posición, por ser la única que nos permitirá sumar fuerzas para salir del atolladero. Sumar fuerzas implica que el catalanismo sea capaz de atraer también a los poco o nada catalanistas. Y ello conecta con algo que tenemos escrito desde hace tiempo: el catalanismo o nacionalismo catalán atraviesa una crisis de ideas y de estrategias, lo cual todavía no ha tenido su traducción en el terreno electoral. Pero esta debilidad está ahí y es precisamente ahora cuando urge abordarla. El debate sobre el camino que tomar ante un Estatut cercenado y una financiación insuficiente no puede plantearse como si viviéramos entre la depresión y la euforia que provocan los resultados del Barça. A menudo, la política catalana es prisionera de incontables gestos reactivos que agotan todas las energías y nos impiden ver el bosque. Ha llegado la hora de redefinir los objetivos del catalanismo, ensanchando complicidades, creando ilusión, rompiendo moldes y asumiendo el riesgo de respetarnos a nosotros mismos a la vez que nos hacemos respetar.

17-XI-08, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia