llums i ombres del reciclatge tèxtil: on va la nostra roba usada?

Las prendas que no usamos pueden tener una segunda vida. Y de paso crear puestos de trabajo entre personas vulnerables y ayudar en obras sociales. Pero no siempre la ropa llega a quien más la necesita. El reciclaje textil puede ser un negocio boyante en el que se mueven mafias, intereses económicos y hasta sectas. Le contamos todo lo que debe saber para que su generosidad no se extravíe y acabe en las manos equivocadas.

Almacén de Cáritas en Zamora, con unas 25 toneladas de ropa. Hasta hoy, las prendas llegaban aquí desde las parroquias y sedes de Cáritas. Ahora se han unido los contenedores de recogida autorizados en la vía pública. Todo se reinvierte en la organización

Cada ciudad tiene su propio modelo, son los ayuntamientos los que determinan qué organizaciones están autorizadas a recoger prendas y calzado usados. Así que, ¡cuidado!, no lo puede hacer cualquiera. Puede usted llamar al Consistorio de su localidad para saber cuáles son los contenedores autorizados o revisar el listado de organizaciones legales colgado en la web de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) para «evitar el fraude a los ciudadanos». Porque hay fraude, sí. Y piratas. Y mafias. En marzo, sin ir más lejos, la Policía Nacional desarticuló en la Comunidad Valenciana una banda dedicada a este tipo de robos. Estos criminales son el lado más oscuro de esta actividad con dos caras: la de quienes hacen negocio y la de la solidaridad. Las mafias colocan contenedores falsos que pueden generar cada uno, según la OCU, «unos 3500 euros al año». En algunas ciudades, con una buena cantidad de contenedores alguna de estas organizaciones puede embolsarse unos 70.000 euros anuales. Llegan incluso a robar contenedores autorizados. Y si no consiguen sacar la ropa, vierten grasa en el interior para que nadie la pueda usar más.

En todo caso, también dentro de la legalidad se producen situaciones cuestionables. La mayoría de los ayuntamientos autorizan la recogida a ONG y empresas con o sin espíritu solidario que ceden una parte del beneficio que generan al municipio. Madrid, por ejemplo, acaba de adjudicar el servicio a EcoTextile Solidarity, una empresa con ánimo de lucro fundada en 2012 que se impuso a sus competidores con la propuesta «más ventajosa», al entender del Consistorio. La compañía se comprometió a aportar a las arcas locales 560.000 euros al año, seis veces más de lo que, hasta ahora, había proporcionado la gestión de Humana, una ONG.

En ciudades como Zamora han optado por otro modelo. Menos lucrativo, pero de efectividad contrastada. El Ayuntamiento ha adjudicado la concesión a Cáritas, exonerando a la entidad de hacer pago alguno dado su «carácter eminentemente social».

La ropa desechada genera ingresos y lo hace por dos vías. Una parte se selecciona, se higieniza y se revende. Suele ser el 40 por ciento de las prendas, que acaban en tiendas a precio bajo, entre 50 céntimos y 10 euros de media. Solo Cáritas destina una parte de la ropa recogida a donaciones directas a personas necesitadas. El resto de las ONG y empresas la venden. Distinta cuestión es que ese dinero se destine a reinserción laboral y solidaridad o a reparto de beneficios entre sus accionistas.

Otra parte de la ropa recogida, un 45 por ciento (el 15 por ciento restante es inutilizable), se tritura y recicla en empresas especializadas que la convierten en aislantes, tapicerías, acolchados, bayetas y hasta en cierto tipo de cemento. Y pagan por esa ropa en torno a 35 céntimos por kilo. Es un negocio importante si tenemos en cuenta que Europa desecha seis millones de toneladas de textiles al año.

Adjudicar la concesión a una organización como Cáritas ahorra agrias polémicas. Todo lo contrario de lo que ha sucedido con Humana, a la que se ha acusado de desviar fondos humanitarios a fines lucrativos y de estar vinculada a la secta danesa Tvind. Pese a ello, Humana, a la que en el Reino Unido se le prohibió usar la etiqueta de ONG, es la única organización autorizada por muchos ayuntamientos españoles para recoger ropa usada.A las ONG vinculadas a la Iglesia, con la crisis, se han unido otras asociaciones dispuestas a generar puestos de trabajo. Es el caso de Recumadrid, una cooperativa de iniciativa social que recoge ropa usada a domicilio y que cuenta con cuatro empleados. 

Recumadrid se dedica a la restauración y venta de muebles de segunda mano, pero recientemente decidió incluir entre sus actividades la gestión de ropa usada. «Con cada cien toneladas se crea un puesto de trabajo explica su gerente, Cristina Salvador. Mucha de esa ropa acaba en los vertederos, donde, aparte de contaminar el medioambiente, no le es de utilidad a nadie». 

En Zamora, mientras tanto, ya se ha instalado el primer contenedor de la empresa Camino de Inserción, creada por Cáritas Diocesana hace dos años. A diferencia de lo que ocurre en Madrid con otras ONG, la entidad no pagará un euro al Ayuntamiento. Camino de Inserción será, además, la única empresa de recogida de ropa usada autorizada en Zamora durante la próxima década. «Con la colocación de 27 contenedores en la ciudad y de otros 9 en la provincia explica Miguel Ángel Río, gerente de la entidad aspiramos a triplicar la recogida de ropa y calzado usados. Algo que se traducirá en la creación de puestos de trabajo entre los más vulnerables. Hoy tenemos cinco empleados con contratos de inserción. Pero confiamos en aumentar su número». Y el cien por cien del beneficio se reinvierte.

La ropa de segunda mano se vende cada vez más y mejor en España. La crisis obliga. Por eso ha descendido el envío de prendas a países de África y América Latina. Pero es que, además, hay muchas voces críticas contra este tipo de mercadeo. Alegan que, más que beneficiar, la venta de ropa usada en estos países perjudica a las economías locales, al no poder competir las empresas textiles de estos países con los precios tan bajos, casi irrisorios, de la ropa de segunda mano llegada de Europa. Algunos países como Marruecos, de hecho, se niegan a aceptarla. No ocurre lo mismo en Senegal, el gran mercado africano de textiles usados europeos, donde los locales llaman al género usado importado «ropa de blanco muerto».

Depósito de ropa 

La ropa se deposita en los contenedores autorizados por cada Ayuntamiento. El de la imagen es de Cáritas, que tiene adjudicado el servicio en Zamora. Cada contenedor cuesta unos 600 euros, que paga la entidad. En otras ciudades, las adjudicatarias son empresas con ánimo de lucro.

Recogida 

Las parroquias también recogen ropa. Después, ONG como las madrileñas Recumadrid o En la Brecha la clasifican y distribuyen entre los necesitados o las venden para destinar los beneficios a fines sociales. Sus trabajadores, como los de la foto, tienen contratos de inserción laboral.

Higienización 

Aunque mucha gente entrega la ropa lavada, todas las prendas seleccionadas para su venta se higienizan. Son colgadas en perchas, se introducen en una sala y se limpian mediante un autoclave máquina de esterilización con vapor de agua similar al usado en los quirófanos.

Clasificación 

Asegurado el buen estado de las prendas, se clasifican según la estación del año y las modas. Después se trasladan a las tiendas que gestiona cada entidad, como esta perteneciente a Camino de Inserción, dependiente de Cáritas, en Zamora. El alquiler del almacén y el local son el costo más alto.

Venta en tienda 

Los clientes de las tiendas son de lo más variado. La calidad de la ropa también es diversa y, en consecuencia, también el precio. Hay mucha más oferta de ropa de mujer que de hombre, de ahí que la masculina cueste más. Asimismo es más difícil encontrar calzado.

Precios asequibles 

En general, el valor de venta al público de la ropa oscila entre uno y diez euros. Tiendas como esta de la ONG En la Brecha, en el madrileño barrio de Vallecas, es, además, un lugar de reunión, donde los voluntarios de la entidad interactúan con los vecinos.

Una segunda vida 

Una empleada de la ONG En la Brecha ordena la ropa de una de sus tiendas. La crisis ha transformado nuestras costumbres. Muchos ya no solo la usan, sino que reconocen sin vergüenza que la ropa que visten es de segunda mano.

05/07/2015 - 00:00 Texto y fotografías: Fernando Sánchez Alonso - XL Semanal