"El dilema eurasiático de Kazajstán", N. de Pedro

"El dilema eurasiático de Kazajstán"

Nicolás de Pedro

Investigador principal, CIDOB

26 noviembre 2014 / Opinión CIDOB, n.º 283 / E-ISSN 2014-0843

 

Kazajstán está inquieto estos días. Las incertidumbres económicas y políticas dominan el horizonte inmediato. Probablemente, ningún otro país está viviendo con mayor ansiedad que Kazajstán el conflicto de Ucrania y el deterioro de las relaciones UE-Rusia. Ambos asuntos amenazan con hacer añicos algunos de los pilares sobre los que el presidente, Nursultán Nazarbáyev, ha construido el Kazajstán independiente. La plena soberanía kazaja está en cuestión y Astaná parece ahora, fundamentalmente, atrapada contra su voluntad y sin posibilidad de escapar del proceso de integración eurasiática liderado por Moscú. Cambiar el rumbo no será fácil, pero igual que en los primeros años 90 y a la luz de lo sucedido en Ucrania, es la propia existencia de Kazajstán lo que podría estar en juego.

El pasado 11 de noviembre, Nazarbáyev ofreció, con dos meses de antelación sobre la fecha habitual, su tradicional y televisado discurso del estado de la nación ante las dos cámaras kazajas. Un intento inequívoco de disipar las incertidumbres y tratar de tomar las riendas frente a un contexto enrarecido. El ritmo de crecimiento de la economía kazaja está reduciéndose. De un 6% en 2013, se ha pasado a un 4% durante los nueve primeros meses de 2014 y Astaná, igual que los organismos financieros internacionales, teme una reducción aún mayor. La caída de los precios del petróleo, un 25% desde el verano, es la principal razón, aunque no la única. Kazajstán ingresa, aproximadamente, unos 55.000 millones de dólares anuales con la exportación de crudo. Un precio medio de 75-80 dólares el barril supone una reducción de unos 15.000 millones anuales, aunque hay discrepancias sobre el impacto real en la hacienda local. Los más optimistas, o más próximos a las tesis gubernamentales, cifran el impacto real en unos 5.000 millones ya que el grueso de la reducción se aplicará en la parte del capital que no retorna a Kazajstán, y así, según ellos, el país seguirá ingresando como hasta ahora, unos 35-40.000 millones reales anuales.

En cualquier caso, para hacer frente a esta reducción de ingresos y evitar una contracción económica, el presidente kazajo anunció el lanzamiento de un plan, denominado Nurly Zhol, de inversiones y préstamos públicos de unos 4.000 millones de dólares anuales procedentes del Fondo Nacional de Kazajstán durante los próximos tres años. Es la segunda vez, desde el inicio de la crisis global en 2008 que Kazajstán recurre al dinero de este fondo. Por su parte, el Banco Central kazajo centra sus esfuerzos en mantener el tipo de cambio estable durante 2015. El país vive aún bajo el impacto psicológico de la devaluación de casi un 20% del valor del tengué en febrero de 2014 que supuso un alza equivalente inmediata de las hipotecas (referenciadas en dólares) y los precios al consumo (dada la alta dependencia de las importaciones). Aquella devaluación provocó numerosas protestas, una creciente desconfianza entre la población y dudas sobre la conveniencia y atractivo económico de la integración con Rusia. El Gobierno kazajo parece decidido a evitar por todos los medios otra devaluación, pero si los precios del petróleo se mantienen en la franja actual, muchos economistas locales la asumen como inevitable y no demasiado lejana en el tiempo.

Pero nadie en Kazajstán desliga las incertidumbres económicas de las cuestiones geopolíticas y, muy particularmente, de la guerra de sanciones y contramedidas entre la UE y Rusia que tiene un impacto directo en la economía kazaja. El propio presidente kazajo empezó su discurso indicando que “nuestro país se ve afectado por situarse cerca del epicentro de estas tensiones geopolíticas”. Astaná se ha sentido particularmente incómoda desde el inicio de la crisis en Ucrania. La reacción ante el Maidán fue de profundo recelo y, básicamente, coincidente con la perspectiva del Kremlin. Pero la reacción virulenta de Moscú, anexionando Crimea e incendiando el Donbás, ha inquietado profundamente a Astaná. Los argumentos utilizados para cuestionar las fronteras ucranianas y la misma existencia de Ucrania como tal podrían ser utilizados para justificar una intervención similar en territorio kazajo. De hecho, el norte de Kazajstán ha estado tan presente o más en las narrativas del ultranacionalismo ruso como el territorio ucraniano y es un tema recurrente para personajes clave como Aleksandr Dugin, Dmitri Rogozin o Vladímir Zhirinovski.

El proyecto de integración con Rusia despierta, por ello, serias suspicacias entre buena parte de la población kazaja. Consciente de esta situación, el presidente Nazarbáyev, en una entrevista televisiva para el canal local Khabar el pasado 26 de agosto, indicó que “si las reglas fijadas en los acuerdos no se cumplen, Kazajstán tiene el derecho de retirarse de la Unión Económica Eurasiática. Lo he dicho antes y lo reitero ahora. Kazajstán no formará parte de ninguna organización que suponga una amenaza para nuestra independencia”. La respuesta de Moscú fue inmediata. Dos días después, el 28 de agosto, en el campamento de verano del movimiento nacionalista juvenil Nashi, impulsado por el Kremlin, ante una pregunta, con toda seguridad coreografiada por el gabinete del mandatario ruso, el presidente Putin cuestionó la legitimidad histórica de Kazajstán como Estado, insinuando implícitamente que era uno más de los “errores soviéticos”, e indicando que la “abrumadora mayoría de la población” apuesta por unas relaciones fuertes con Rusia y por permanecer dentro del “mundo ruso” (русский мир). Aunque, y esto quizás fue lo más inquietante, no le pareció necesario explicar de dónde surgía esa convicción sobre la voluntad de esa “abrumadora mayoría”. La advertencia a Astaná estaba, en cualquier caso, clara.

El gobierno de Astaná optó por una respuesta discreta, pero ya ha anunciado la celebración del 550 aniversario del Estado kazajo en 2015. También con vistas a tranquilizar al etnonacionalismo kazajo, una corriente aún sin articular sólidamente, pero que será, con bastante probabilidad, una de las fuerzas políticas dominantes en el Kazajstán post-Nazarbáyev. Y aquí es donde la situación plantea graves riesgos en términos de estabilidad interna y un dilema de difícil resolución. Un 24 por ciento de los ciudadanos de Kazajstán son rusos étnicos y se concentran, fundamentalmente, en el norte del país en territorios adyacentes a Rusia. Lo cierto es que este asunto se consideraba, fundamentalmente, solucionado a mediados de los años 2000. Ni los rusos de Kazajstán, salvo contados incidentes y corrientes aisladas, habían mostrado veleidades secesionistas ni Moscú había mostrado mayor interés por la suerte de una población, en líneas generales, razonablemente integrada en el nuevo Estado. La intervención rusa en Ucrania lo ha cambiado todo y nos ha retrotraído a los primeros años noventa, cuando existían sospechas sobre la lealtad de estos ciudadanos y sobre las intenciones de Rusia. Y lo más preocupante es que es un asunto con capacidad para envenenar las relaciones interétnicas y dividir a la sociedad de Kazajstán no exclusivamente en clave étnica.

Lo que resulta evidente es que el margen de maniobra de Astaná se ha reducido significativamente. En política exterior, Kazajstán tratará de mantener su enfoque multivectorial, es decir, el intento de desarrollar relaciones con el mayor número posible de actores y no quedar encuadrado en ningún bloque. Es un intento de hacer de la necesidad virtud y tratar de superar la dependencia con respecto a Rusia (y potencialmente China), pero cuyas limitaciones resultan ahora aún más evidentes. En asuntos domésticos, la agenda de Astaná seguirá marcada por la vinculación y creciente integración con Rusia. Para bien o para mal, la suerte de Astaná correrá, en gran medida, paralela a la de Moscú. El país no afronta por ello una amenaza inminente relacionada con su integridad territorial, pero la plena soberanía de Astaná sí está seriamente cuestionada.

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