"¿Qué hacemos con nuestro Ager Vasconum? ", Jose Mari Esparza Zabalegi

http://www.noticiasdenavarra.com/2014/10/31/opinion/tribunas/que-hacemos-con-nuestro-ager-vasconum

¿Qué hacemos con nuestro Ager Vasconum? 

Impresiona ver coloreado el mapa de Euskal Herria después de las últimas elecciones. De un vistazo, se ve al PSOE casi desaparecido del mapa. Al PP le ocurre lo mismo en Bizkaia y Gipuzkoa, y sigue cediendo terreno en Araba y Navarra. En la CAV, entre Bildu y PNV pintan el mapa de color abertzale, y en Navarra Bildu ocupa la mitad norte, llegando hasta Tafalla, Uxue y Aibar, y es segunda fuerza en toda la Zona Media. Mientras, la Ribera la ocupa la derecha españolista, que va arrinconando al PSOE, y desaparece, tragado en un agujero negro, el voto abertzale.

         Así pintado, el mapa causa desazón: es de nuevo el Saltus y el Ager Vasconum de los romanos. Montaña y Ribera. La Marca Superior de godos y árabes. La “frontera de moros”, sobre el río Aragón, del siglo IX. Es el Estado Carlista decimonónico. Es un calco del mapa del euskera de Bonaparte de 1863. La muga de la piedra y del adobe. Muga toponímica también, donde se besan, y se separan, el topónimo Iratxeta (helechal) y Olibardía (olivar). El SI y el NO, milimétricos, del referéndum de la OTAN. El Norte que se siente vasco, y el Sur que no.

         En el siglo II, Ptolomeo puso a la Ribera como centro de Vasconia. En 802 Tudela es refundada por los musulmanes, haciéndola una próspera ciudad banuquasi, desde donde el Al-Ándalus vigilaba el resto de la Vasconia indómita. La Navarra “primordial”, según la llamaba Lacarra, se formó entonces en torno al reino vascón de Pamplona. Navarra se forjó en euskera. La Ribera fue “reconquistada” e incorporada al reino, mal de su grado, tres siglos más tarde. Desde entonces, lo decía Leoncio Urabayen en los años 20, la Ribera “es el teatro de una sorda lucha de costumbres y en modos de ser entre Navarra por una parte y Castilla y Aragón por la otra, y en la que éstas últimas parecen llevar la ventaja”. Y Pío Baroja, nada nacionalista él, veía “dos clases de vascos: unos que miran las aguas del Ebro y otros las que van al Cantábrico”.

¿Surgirá alguna coyuntura histórica en la que esta tierra banuquasi vuelva a separarse de la Navarra originaria y vasca? No nos rasguemos las vestiduras: comarcas mucho más euskaldunas, (Rioja, Vascongadas, Baja Navarra) ya fueron desgajadas en su día. ¿No sería mejor ser pragmáticos y comenzar a dibujar el mapa de Euskal Herria de Caparroso hacia arriba, (como ya lo hacían algunos cartógrafos alemanes) acorde con la voluntad que una y otra vez expresan las urnas? Y no lo digo sólo por provocar.

 No siempre fue así

         Lo curioso es que cuando la Ribera se hizo navarra asumió de corazón el ideario nacional del resto de los vascos. Tudela fue la última ciudad en rendirse a los conquistadores. Luego participó con entusiasmo del imaginario vasconavarro común, que blasonaba la antigüedad de los vascones y de sus propias leyes, los Fueros. Tubal, presumían los historiadores riberos, fundó Tudela y trajo el vascuence a esta tierra. En 1866 el Ayuntamiento tudelano se sumó con entusiasmo al proyecto del Laurak Bat. El Gernikako Arbola se cantó hasta la ronquera durante la Gamazada y en los paloteados riberos. “Es el pueblo navarro: es el pueblo bascón; es el pueblo eúskaro que ha dejado huellas indelebles en la historia resistiendo todas la tiranías”, decía el Diario de Avisos de Tudela al relatar la despedida a la Diputación en febrero de 1893. Esta tendencia a la unión vasca ya la venían reflejando sectores republicanos: en 1883 la Asamblea Regional del partido Republicano Democrático Federal Navarro aprobó en Tudela una Constitución futura de Navarra en la que se abogaba por la unidad con las Vascongadas, Rioja y Ultrapuertos. Toda la intelectualidad de la Ribera tomó parte del renacer vasquista, apoyando la Asociación Euskara, Sociedad de Estudios Vascos, Amigos del País… El ambiente contagió hasta el incipiente balompié, y la mayoría de clubs adoptaron nombre en euskera: los primeros equipos de Olite se llamaron Euskaria, Alkartasuna y Erri Berri; en Tudela fueron Gastetasun y Muskaria; Azkoyen en Peralta; Gaztena en Corella;  Aurrerá en Milagro; Alesbes en Villafranca…

         Entre 1931 y 1936, de la mano de republicanos y socialistas, la Ribera discutió el Estatuto Vasco, y lo apoyó masivamente en las primeras asambleas, eso sí, siempre con condiciones progresistas. En la última asamblea, perdida por escaso margen de votos, muchos pueblos riberos (Buñuel, Cárcar, Carcastillo, Falces, Milagro, Murillo, Santacara) siguieron votando a favor del estatuto vasco. Con el triunfo del Frente Popular en 1936, la izquierda navarra retomó el camino de la unidad vasca, como indispensable para frenar el caciquismo foral. Recordemos a Aquiles Cuadra, alcalde de Tudela; la maestra Julia Álvarez; el ugetista peraltés Jesús Boneta; José San Miguel de Cadreita, de las Juventudes Socialistas… Los que no fueron fusilados, trasladaron esta demanda al exilio y a la resistencia navarra durante todo el franquismo.

En 1977, tras las primeras elecciones, el socialista tudelano Julio García acudió a Gernika con el resto de parlamentarios vascos, y cantó el mismo Gernikako Arbola, que cantaban sus paisanos un siglo antes. La ikurriña ondeó en ayuntamientos como Villafranca, Sartaguda o Falces, y en todas las fiestas riberas. En las primeras elecciones al Parlamento Foral, las candidaturas unitarias abertzales y de izquierda ganaron en la Merindad de Sangüesa y tuvieron excelentes resultados en las de Tafalla, Tudela y Lizarra. Un PSOE con ikurriña ganó en muchos pueblos de la Ribera.

 ¿Qué ocurrió después?

         Poco espacio me queda para explicar por qué en aquellos pueblos favorables al Estatuto, hoy día los “vascos” son marginales (2,72% en Buñuel; 3,83% en Milagro, etc.). No olvido que todo aquel Frente Popular, que tan claro veía en 1936 la necesidad de la unidad vasca, acabó en las cunetas o en el exilio. Sería absurdo no tenerlo en cuenta: cortemos un árbol por lo más sano y veremos cuándo rebrota. Luego, cuando parecía que el hachazo del franquismo podría ser superado, el chaquetazo del PSOE en 1981 entregó a Navarra a las tesis de los matones. Del Burgo respiró tranquilo: era el trozo del quesito navarrero que les faltaba. Iniciada la senda de la separación, fue cuestión de tiempo que las distancias se agrandasen. Hasta otros partidos de izquierda (IU, Batzarre) con presencia en la Ribera, acabaron abandonando su vasquismo originario.

         Si el fallido distrito Universitario, la pre-autonomía y la paralización desde 1978 de la Provincia Eclesiástica Vasca fue el inicio, la Ley del Euskera fue el mayor valladar entre el Ager vasconum y la “Navarra primordial”. Luego, con la ley de símbolos, los repartos de medios y frecuencias, el clientelismo ideológico, los palos a los vascones insumisos, las zanahorias a los serviles, etc., han ido forjando una mayoría social que mira más a Madrid que a las “provincias hermanas” de antaño. Que prefiere el nórdico Papá Noel al Olentzero navarro. Nunca en la Historia había ocurrido eso.

         El PNV, partido nacido para la articulación política de Euskal Herria es el gran derrotado, tanto en el Ager como en el Saltus navarro. En la actualidad no rozan, ni de lejos, los votos que conseguía Manuel Irujo con su impronta republicana y progresista. Más de cien años de “lucha” y tan parcos resultados, diría muy poco de su visión y gestión política, pero ni eso se les puede achacar: en realidad al Euzkadi Buru Batzar la Ribera navarra le preocupa un pimiento.

         Debo acabar y más de uno estará pensando que no he dicho nada de la izquierda abertzale y de su estrepitoso fracaso al sur de Tafalla. Lo dejo para otro día. Solamente adelanto que en esa deriva seguimos los pasos del PNV, y que, de seguir así, mejor cortar el mapa por el río Aragón, dejar el Zazpiak bat en seis y media, y despedirnos amistosamente de nuestro Ager Vasconum. Al menos, sería más coherente.

 

Jose Mari Esparza Zabalegi

Editor

 

http://www.noticiasdenavarra.com/2014/11/21/opinion/tribunas/ager-vasconum-e-izquierda-abertzale
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Jose Mari Esparza Zabalegi
Editorial Txalaparta
joxemari@txalaparta.com
www.txalaparta.com

Ager Vasconum e izquierda abertzale 

Jose Mari Esparza Zabalegi

Editor

Tras la explosión vasquista que supuso la Gamazada, han sido tres los momentos en los que la Ribera navarra, nuestro Ager Vasconum, rozó la unidad vasconavarra. Y las tres lo fueron no por mor del nacionalismo vasco, sino por el empuje republicano-socialista.

Una fue el Estatuto. En 1931, 200 de los 220 ayuntamientos navarros presentes en agosto en Iruñea (el 90%), apoyaron el Estatuto Vasco, entre ellos la mayoría de la Ribera. Nadie cuestionaba la unidad éuskara, de la que todos oyeron hablar antaño. El problema se suscitaba en cómo el Estatuto abordaría los problemas de la Ribera. Por eso la Gestora de la Diputación, compuesta por republicano-socialistas, aprobaba una moción de su presidente, García-Larrache, pidiendo un trato especial en el Estatuto, ya que “presenta características diferentes con respecto al resto de Navarra y de todo el País Vasco”.

Tras el fracaso inicial, el Frente Popular Navarro, con bases esencialmente riberas, volvió a plantear el Estatuto en 1936, como freno al caciquismo y estribo de la democracia en Navarra. El golpe militar truncó esta nueva oportunidad y alejó el tema a los páramos del exilio.

En 1979, en las primeras elecciones al Parlamento Foral, Herri Batasuna, que solo se presentaba en Pamplona y su Merindad, y las Agrupaciones Electorales, presentadas en las cuatro merindades del sur y Zona Media, alcanzaron 16 parlamentarios, el 18% de los votos, superando al PSOE y UPN. Un gran éxito que convertía al abertzalismo en segunda fuerza tras UCD, y en alternativa de futuro (y eso, no lo olvidemos, con ETA en plena actividad). Pero antes de finalizar la legislatura, un maridaje insólito entre HB, UPN, PSOE y UCD, y el voto en contra de las Agrupaciones representadas en el grupo Amaiur, convirtió Navarra en distrito único, lo que obligaba a Amaiur a competir con Herri Batasuna en todo el territorio o a desaparecer. Dignamente, Amaiur decidió desaparecer, y la izquierda abertzale perdió una herramienta electoral que sólo en parte pudo reemplazar Herri Batasuna. Las siguientes elecciones el voto abertzale bajó estrepitosamente en esas comarcas. El chaquetazo del PSOE hizo el resto. Tercera oportunidad perdida. Empero quedó la lección, que algunos todavía no han aprendido: el vasquismo, en la mitad sur de Navarra, o es de izquierdas y autóctono (esto es, peculiar) o no será.

 

Los homogenizadores

En estas pasadas elecciones europeas, la izquierda abertzale inició su campaña buzoneando un mismo panfleto en las cuatro provincias. Cualquier tudelano que leyera su segundo párrafo (el primero, claro, estaba en euskera) leía que el objetivo era “conseguir un estado independiente”, la gran preocupación de la Ribera, como todos sabemos. Alguien dijo que ese panfleto era para “homogenizar” a todo el País. Ergo, goiherrizar a los riberos. Ni el PNV hace ya esas cosas. Así que si eso es homogenizar, el deshomogenizador que nos deshomogenice buen deshomogenizador será.

Me vienen a las mientes los tiempos, no tan lejanos, en los que decisiones que afectaban a Navarra se tomaban en la Mesa Nacional con el voto en contra de los navarros. Hiere la frivolidad con la que muchos ignoran que, entre Tafalla y Tudela, cabe Bizkaia entera. Otrosí la sempiterna excusa del “está lejos” para justificar no mover el culo de la silla vascongada. ¿Cuántas reuniones “nacionales” al año realizan EA, Bildu, LAB, ELA, Sortu y otros cien organismos abertzales en la Ribera? ¿Podemos hablar de construir una nación que desconocemos? El mapa de Euskal Herria está ya cortado por la izquierda abertzale, como antes lo cortara el PNV. Lo demás es retórica. Jelkide o batasunera da igual.

Comprobemos cuántos representantes de las Merindades meridionales hay en las direcciones de las organizaciones abertzales en Navarra. De las “nacionales” ni hablo. Hasta el euskera, que tantas adhesiones suscita en todo Navarra, incluida su Ribera, se utiliza de forma inapropiada: el mejor líder abertzale de Sartaguda no podrá ser miembro de los órganos de dirección de nuestras organizaciones si no habla vascuence. Hasta ahí se podría entender. Pero a muchos dirigentes que han tenido la suerte de nacer en zona euskaldun, nadie les ha exigido que aprendan a escribir y dejen de ser analfabetos en la lengua que les regalaron en la cuna.

Si el Polígono de tiro de Bardenas estuviera en el Gohierri estaríamos todos los domingos en karrikadantza vindicativa. Pero Arguedas cae lejos. Hasta la bandera republicana, mortaja de nuestros fusilados, que los abertzales meridionales fuimos los primeros en recuperar, se está dejando en manos de cuatro advenedizos porque es “española” y porque nuestros montañeses, que pasaron de la Cruz de San Andrés a la ikurriña sin experimentar apenas el orgasmo republicano, no ven en ella un símbolo histórico afable, transicional, que posibilitó la unidad vasconavarra y con el que todavía muchos abertzales estamos enterrando a nuestros padres y abuelos.

Incluso frentes de lucha unitarios que surgen desde Navarra, como el tema de las inmatriculaciones de bienes por parte de la Iglesia, que ha aglutinado a 200 ayuntamientos de todo el territorio y suscitado una fuerte polémica estatal, ha sido totalmente ignorado en el resto de Euskal Herria, como si el tema no fuera con ellos.

 

Un cambio estratégico

En 1931, Manuel Irujo denominó a la Ribera “el Ulster vasco”. Con más de un 15% de inmigración, entre el Ebro y el río Aragón vamos a escuchar, durante décadas, mucho más árabe que euskera. Mirar para otro lado o hacer gestos paternalistas (eso lo hace mejor el PNV) no servirá más que para agrandar el abismo que nos separa. Y sin la adhesión de la Ribera difícilmente habrá cambio en Navarra; y sin Navarra no hay proyecto nacional. ¿O tal vez sí? No tardarán en aparecer voces que “por pragmatismo” planteen el derecho a decidir en la CAV y esperar a que “más tarde” se sumen los navarros. Ya ocurrió en 1932 y en 1977 ¿por qué no ahora?.

Los abertzales, y la izquierda en especial, tenemos una responsabilidad en ese territorio. En primer lugar admitiéndolo tal cual es, y dejándole un hueco cómodo en la Euskal Herria que proyectamos, con su republicanismo españolista y su navarridad banuquasi. Su voz romanceada debe escucharse en nuestros foros políticos sin que nadie diseñe, ni en Donostia ni en Iruñea, las consignas que deben colocar por las paredes. Y no estaría mal replantearse humildemente, como en 1979, la vuelta a las plataformas políticas y electorales amplias en esos pueblos, con un vasquismo a su justa medida.

Ese Ager Vasconum, republicano y socialista, debe engarzar su territorio en el Zazpiak Bat a su manera, como lo intentó en 1931, 1936, 1946 y 1979. Pero eso no significa que el resto del País no pueda facilitarle el camino. Urgen acuerdos nacionales estratégicos (con partidos, instituciones, sindicatos, fundaciones) para compensar las agresiones democráticas que sufren, que hacen que Tele Aragón impere donde antes se veía ETB; que impone la Ley del Euskera; que ahoga sus ikastolas; que persigue la simbología; que borra de la memoria colectiva los tiempos en que la Ribera se enorgullecía de su pertenencia a Vasconia.

Hacer ingentes inversiones humanas y materiales, consumir sus productos, (zorionak a Herrigora), entenderla y, sobre todo, amarla como la parte de nuestro país que baña el Ebro, (“río vasco” lo llamó Prudencio en el siglo IV) y no como esa prótesis extraña, a la que cantamos bucólicos “Erribera, Erribera”, para matar nuestra mala conciencia.