futbol polititzat (també) al món àrab

La politización del fútbol -en Líbano se ha prohibido la asistencia de espectadores en campos para evitar incidentes entre cristianos y musulmanes- ha sido un arma frecuente en los regímenes árabes...

Bengalas, cánticos y camisetas deportivas. Juventud, frustración y rabia. Nada aparente que los distinga de otras hinchadas futboleras en cualquier parte del mundo. Pero el fenómeno de los ultras, los aficionados radicales de los equipos de fútbol, es ya en Egipto un movimiento que ha sobrepasado en los últimos meses lo estrictamente deportivo, convirtiéndose en una especie de movimiento político-social con estrechos vínculos con la revolución de la plaza Tahrir.

Los tristes acontecimientos del miércoles pasado, en que una pelea entre hooligans acabó provocando la muerte de 74 personas y causando un millar de heridos, ha puesto sobre la mesa la dimensión política del movimiento. Una relación que ya ha sido analizada en un libro, escrito por el también devoto del fútbol Mohamed Gamal Bashir y que estos días era novedad editorial en la feria del libro de El Cairo.

Pese a que los grupos de seguidores existen en Egipto desde mediados de los años ochenta, no es hasta el año 2005 en que se registra la primera organización de aficionados. Lo hace como oenegé, con el nombre de AFC, y lo componen los seguidores del histórico Al Ahly, considerado el mejor equipo de Áfricadel siglo XX. Posteriormente, la idea se extendió a su enemigo históricos, el Zamalek, y desde aquí al resto de equipos del país.

La confrontación con el Gobierno y la policía se remonta al 2009, cuando seguidores de el Ahly y el Zamalek fueron detenidos en vísperas de un derbi entre los dos equipos en que se esperaba que los aficionados hicieran acciones en favor de la causa palestina y lanzasen consignas contra el sionismo. Desde entonces la relación ha sido de odio y confrontación entre los dos frentes, hasta que llega la revolución.

Su devoción por el fútbol y el grupo, al cual consideran un modo de vida, provoca que su composición social sea muy joven. Carne de cultivo de la indignación popular que estalló en enero del 2011, cuando participaron activamente en la toma y posterior defensa de la plaza Tahrir, haciendo gala de su experiencia en los enfrentamientos con la policía. Eso les hizo ganar cierta popularidad, sumada a lo pegadizo de algunos de sus cánticos contra el Ministerio del Interior y la policía, que se han convertido en semi-himnos revolucionarios.

Desde entonces su participación ha sido destacada en manifestaciones y marchas, y la presencia de los Caballeros Blancos del Zamalek o sus archienemigos Ultras Ahlauy se empezó a convertir en habitual en las movilizaciones. Pese a que no destacan por tener una orientación política concreta, algunos de sus líderes han mostrado sus preferencias políticas de izquierda.

Mohamed Gamal Bashir tampoco quiere mitificar su figura. "La mayoría de la sociedad egipcia no tiene ni idea de política y eso se refleja en los ultras", afirma. "Lo que los une es el odio a la represión del antiguo sistema, representado por una policía que sigue siendo la misma que con Mubarak", apunta Ahmed Gafaar, fundador del grupo ultra del Zamalek cairota.

Algunos incidentes destacables de la revolución han contado con la participación importante de los ultras del fútbol. El ataque a la embajada israelí el pasado 9 de septiembre vino precedido por duros enfrentamientos entre la policía y la hinchada de Al Ahly en el estadio de El Cairo. Los incidentes, que se trasladaron a las calles colindantes, empezaron cuando la policía respondió a unos cánticos de la grada contra Hosni Mubarak y su ministro del Interior, Habib el Adly, apagando las luces del estadio y atacando a los aficionados. Los enfrentamientos callejeros del pasado diciembre frente a la sede del Consejo de Ministros también empezaron cuando la policía propinó una brutal paliza a un ultra ahlauy que estaba jugando al fútbol en las inmediaciones de una garita policial.

Por eso, muchos aficionados no ven descabellado creer que detrás de la masacre del miércoles en Port Said se encuentre un ajuste de cuentas entre unas fuerzas policiales que quieren escarmentar a unos hooligans que les han sacado de sus casillas. Un odio compartido, entre policías y jóvenes aficionados, que los pone mutuamente en el punto de mira y añade nuevos interrogantes a la compleja transición egipcia.

3-II-12, M. Martínez, lavanguardia