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En el caso concreto de los radicales italianos, la importancia directa no-violenta como alternativa a las formas clásicas de acción política, fue descubierta paulatinamente a lo largo de la década, a través de las experiencias de lucha, hasta quedar reflejada en sucesivas mociones de los Congresos anuales: así en 1968 el PR reafirmaba “la validez de sus métodos de lucha dirigidos a crear movimientos de masas amplios y articulados, promovidos con acciones directas para la conquista de objetivos inmediatos de transformación”; y entre las tareas aprobadas en el Congreso de 1972 se encontraba la de “promover la conciencia y el debate de los principios y los métodos no violentos en cuanto arma libertaria y revolucionaria coherente con los fines de la edificación de una nueva sociedad socialista laica y pacífica, y con una política de nueva izquierda y de afirmación democrática de clase”.

Defensa de una organización laica y no burocrática; preocupación por la actividad militante, más que por la elaboración teórica; insistencia en la lucha por objetivos concretos, y no por un proyecto inasible de transformación global de la sociedad; dedicación a los problemas civiles, más que a las cuestiones económicas o técnicas; reconocimiento de la acción directa no violenta como método prioritario de lucha política. Tales eran los rasgos principales del nuevo modo de hacer política que los jóvenes radicales intentaron profundizar y poner en práctica en los años sesenta, una vez dueños de las siglas y el símbolo del Partido Radical, abandonado por sus dirigentes primitivos.

dadas sus escasas fuerzas el núcleo romano del PR, sobre el que descansaba la mayor parte de la actividad militante del partido, decidió ya en 1963 hacerse presente en la vida política, evitando en lo posible su aislamiento y conversión en un grupo marginal, a través de una agencia de noticias, la “Agenzia Radicale”. En esta postura estaba implícita una elección decisiva: el camino elegido para fortalecer el grupo no consistía, como ocurre con frecuencia en los pequeños grupos marxistas heterodoxos, en lanzarse a un debate ideológico, a una batalla de ideas y de interpretaciones de los clásicos, ni en crear y fortalecer una nueva estructura partidaria, similar en su organización a los partidos tradicionales, aunque sus objetivos fueran diversos (como hicieron en las mismas fechas los distintos grupos pro-chinos). Por el contrario, la agencia de noticias pretendía definir posiciones sobre los problemas del día, incidir en la política cotidiana a través de la denuncia de casos concretos, y no del desarrollo de

elucubraciones abstractas. Las primeras denuncias se dirigieron contra los abusos de organismos estatales o paraestatales, como el Ente Nacional de Hidrocarburos (ENI) y sus intromisiones en la política del país, o contra la corrupción existente en los hospitales romanos, y sobre todo en las organizaciones asistenciales de carácter religioso, cuya importancia reflejaba el peso del clericalismo en el Estado italiano: “El mundo clerical y eclesiástico sabe disfrutar y disfruta, en su acción temporal, de una absoluta impunidad (…). A través de procedimientos corruptores, e incluso delictivos, ha podido realizar durante veinte años un auténtico saqueo en sectores esenciales de la vida del país”, afirmaba un documento de la Agenzia Radicale, publicado en 1967m y cuya conclusión era tajante: “Estamos en una situación en la que querer defender al Estado del clericalismo es un sinsentido: en sectores esenciales, el clericalismo es el Estado” (20).

Estas denuncias tuvieron escasa acogida en la prensa y en la actuación de los restante partidos de la izquierda, a quienes iban dirigidas de forma prioritaria. junto a ellas, la actividad inicial de los jóvenes radicales estuvo dirigida a dos temas principales, elegidos por el Consejo Nacional del PR celebrado en marzo de 1963: el antimilitarismo y la reforma de la escuela. En el segundo de estos campos, la defensa radical de la escuela pública italiana (ADESSPI) no tuvieron éxito, en parte por la falta de apoyo de socialistas y comunistas que controlaban la dirección nacional de esta organización. En cambio, en el terreno del antimilitarismo los resultados fueron más fructíferos. Como diversos sectores pacifistas ingleses o continentales, agrupados en un “Comité para un desarme atómico y convencional del área europea”, los radicales defendían el desarme unilateral y la conversión de las estructuras militares en estructuras civiles, y apoyaron el plan el senador socialdemócrata austríaco Hans Thirring sobre

el desarme y la desmilitarización de una zona de Europa central, como punto de partida para el desarme general de toda Europa. Pero más que por sus objetivos, la lucha antimilitarista tiene importancia por la utilización, por primera vez, de la acción directa por parte de pequeños grupos radicales: el 4 de noviembre de 1965, con ocasión e la fiesta de las Fuerzas Armadas, los estudiantes Lorenzo y Andrea Strick Lievers distribuyeron en Milán octavillas de contenido pacifista que reclamaban el derecho a sustituir el servicio militar por un servicio civil alternativo; era el comienzo de las sentadas y las manifestaciones antimilitaristas que, a partir de 1967, tomaron la forma de una marcha anual de carácter unitario por diversas regiones del país.

Con estas primeras iniciativas de los años 1964-66, el PR estaba defendiendo una personalidad propia, claramente diferenciada de los restantes grupos de izquierda. Le separaba de éstos su escasa preocupación por las cuestiones económicas y su insistencia en problemas como el anticlericalismo, el pacifismo y el antimilitarismo, o el derecho al divorcio, en torno al cual los radicales lanzaron desde 1965 campañas de masas; y en cuanto a los métodos de lucha, la concentración en un número limitado e temas y la utilización de la acción directa no violenta estaban muy lejos del parlamentarismo propio de la izquierda clásica.

Pero al lado de esta definición de los objetivos y métodos de lucha, el PR precisaba dotarse de una auténtica organización, capaz de ponerlos en práctica de forma libertaria y no burocrática. Era necesario organizar un partido alejado tanto del burocratismo socialdemócrata como del vanguardismo y el “centralismo democrático” de los partidos leninistas. Este fue el tema central del Coloquio celebrado en Faenza en octubre de 1966, como paso previo al III Congreso del PR. Las intervenciones de Pannella y Spadaccia sentaron las bases de la nueva estructura organizativa. Frente al “partido-iglesia”, sacralizado, capaz de responder a todos los problemas, Pannella defendía un partido desacralizado, dotado de una estructura federal, y cuyas resoluciones congresuales se limitaran a un número reducido de cuestiones en torno a las cuales se llevaría adelante la acción común de todos los miembros del mismo (“Los congresos del Partido Radical podrán poner en el orden del día sólo dos puntos, tres o cuatro puntos fundamen

tales sobre reformas concretas por las que movilizarse todos y luchar todos juntos” (21). A partir de estas ideas, el II Congreso del PR, en mayo del año siguiente, aprobaba unos Estatutos con características muy peculiares:

“El nuevo Estatuto - declaró el mismo Pannella a la revista L’Astrolabio -, configura un partido abierto, federativo y libertario, y por ello profundamente unitario, no sólo por los valores que damos a los objetivos políticos que hemos seleccionado sino también por el método y la estructura a través de los cuales deberán ser propuestos y perseguidos. Las organizaciones regionales tendrán nombre y características de partido: los inscritos confluirán en ellas a través de las fórmulas asociativas que libremente y de acuerdo con las diversas situaciones consideren más oportuno conferirse, y a este nivel se tomarán las decisiones electorales. También podrán adherirse al Partido asociaciones y grupos independientes, de forma limitada a algunos aspectos de nuestra lucha que les interesen especialmente. Los Congresos nacionales federativos convocados automáticamente cada año a comienzos de noviembre, constituirán la sede exclusiva de las principales decisiones políticas, pero sus deliberaciones sólo resultarán vincu

lantes para los inscritos si son aprobadas por las tres cuartas partes de los delegados. La razón es que un partido que sea él mismo, en primer lugar, laico, no debe tratar de suministrar una respuesta común y obligatoria a todos los aspectos de la lucha política, sino sólo a aquellos que estén maduros y resueltos en la conciencia general de los militantes; de esta forma tendremos probablemente dos o tres batallas por legislatura que distinguirán y comprometerán en cuanto radicales a los demócratas inscritos en el PR. Los acuerdos adoptados por mayoría simple serán considerados únicamente como indicadores de una tendencia y sólo serán vinculantes si son recogidos y adoptados por unanimidad por el Consejo Federativo. Se ha establecido también que los elegidos para cargos administrativos o políticos no responderán en ningún caso de su actividad representativa ante los órganos del Partido. Siguiendo la práctica de los partido anglosajones, el congreso elegirá también un tesorero con funciones políticas. Los bal

ances financieros del Partido deberán ser públicos y serán publicados”(22).

Aunque muchas de las previsiones estatutarias no se pusieron de inmediato en práctica, dado el escaso desarrollo del PR, que en 1967 estaba todavía compuesto por poco más de un centenar de militantes, repartidos por algunas ciudades (sobre todo Roma y Milán), la estructura organizativa prevista reflejaba algunos aspectos centrales del proyecto radical. Para empezar, la misma insistencia en considerar como partido a un grupo tan reducido era el fruto de una decidida voluntad de intervenir en la vida política de forma coordinada, y de organizarse para ello: como había señalado Pannella en el Coloquio de 1966, y repetiría en ocasiones posteriores, para un libertario la organización no es un mal, un precio que hay que pagar para defenderse sino el modo de crear independencia y libertad; sin ella, la protesta y la revuelta sin fácilmente absorbidas por el sistema. Pero sólo una organización con características peculiares podría adaptarse a los propósitos libertarios y, “realizar - como se afirmaba en la moción de

l II Congreso - las aspiraciones libertarias de los ciudadanos y de los trabajadores que pretenden participar como protagonistas en las luchas políticas y sociales”. La necesidad de una organización que respetara la diversidad e independencia de los inscritos explica que se permitiera el acceso al PR a todo individuo que aceptara los acuerdos congresuales radicales. Para empezar, la misma insistencia en considerar como partido a un grupo tan reducido era el fruto de una decidida voluntad de intervenir en la vida política de forma coordinada, y de organizarse para ello: como había señalado Pannella en el Coloquio de 1966, y repetiría en ocasiones posteriores, para un libertario la organización no es un mal, un precio que hay que pagar para defenderse sino el modo de crear independencia y libertad; sin ella, la protesta y la revuelta sin fácilmente absorbidas por el sistema. Pero sólo una organización con características peculiares podría adaptarse a los propósitos libertarios y, “realizar - como se afirmaba e

n la moción del II Congreso - las aspiraciones libertarias de los ciudadanos y de los trabajadores que pretenden participar como protagonistas en las luchas políticas y sociales”. La necesidad de una organización que respetara la diversidad e independencia de los inscritos explica que se permitiera el acceso al PR a todo individuo que aceptara los acuerdos congresuales y pagara su cuota, incluso si no era ciudadano italiano, sin comprometerse por ello a aceptar ninguna ideología ni poder ser sometido a medidas disciplinarias por sus opiniones. Para impedir que las decisiones quedaran en manos de un pequeño grupo de dirigentes se establecía el papel central del Congreso de delegados, para convertirse en un Congreso de los inscritos, cuyas deliberaciones estaban abiertas también a quienes no eran miembros del PR. La dedicación a un número limitado de objetivos y la inexistencia de condiciones previas para ser miembro del PR permitía la doble afiliación de quienes, aun militando en otras organizaciones política

s, quisieran apoyar las luchas decididas cada año por el Congreso radical. El carácter federativo del PR, radicalmente opuesto a las fórmulas leninistas de centralismo democrático, quedó recogido en el reconocimiento de la máxima autonomía de los partidos regionales y asociaciones locales compatible con la unidad del PR. Y por fin, el rechazo del profesionalismo político, de la creación de una capa burocrática de dirigentes inamovibles, se reflejó en la negativa a admitir cargos retribuidos dentro del PR, y llevó a una práctica de constante rotación en los puestos decisivos, en especial en el de secretario nacional(23).

tras el Congreso de Bolonia de 1967 (considerado como el II Congreso del PR para mantener la continuidad con los dos Congresos celebrados antes de 1962, y que fue de hecho “el Congreso de la refundación del Partido”), dedicado sobre todo a la aprobación de esta nueva estructura organizativa, en noviembre del mismo año se reunió en Florencia el primero de los Congresos anuales previstos en los Estatutos. Convocado bajo el lema “La izquierda contra el régimen”, en él se ratificaron las propuestas defendidas durante los años precedentes por los primeros núcleos de radicales: en especial el rechazo del centro-izquierda como forma de gobierno adecuada para resolver los problemas italianos, la crítica a la izquierda parlamentaria por su abandono de papel de “vanguardia y clase dirigente del movimiento democrático”, y la definición de que la tarea fundamental del PR era la “construcción de una alternativa reformadora, revolucionaria basada en métodos, estructuras y objetivos laicos y libertarios”. Los objetos explo

rados en el período anterior, en especial el antimilitarismo y el anticlericalismo, fueron reconocidos como centrales para las luchas del siguiente año, y completados con la defensa del antinacionalismo y el antiautoritarismo como puntos de referencia para la unión de las actividades del PR en Italia con las luchas de las minorías radicales de otras zonas del mundo. En suma, tras recordar el carácter abierto del partido y su preocupación por la acción unitaria en favor de objetivos concretos, la moción congresual acababa definiendo los siguientes temas de lucha, que pervivirían sin grandes variaciones en los congresos posteriores: “1) conversión de las estructuras militares en estructuras civiles. 2) Salida de la OTAN. 3) Desmilitarización de las fuerzas de policía. 4) denuncia unilateral del concordato. 5) Confiscación de los bienes eclesiásticos. 6) Establecimiento del divorcio. 7) Afirmación de una conciencia sexual laica y libertaria” (24).

4. Divorcio, liberación sexual y antimilitarismo.

Dos de estos objetivos se convirtieron a partir de esta fecha en el centro de las luchas radicales, hasta conducir al desarrollo de acciones de masas y a la creación de nuevas asociaciones federadas al PR, de acuerdo con los principios del Estatuto del 67; la defensa de una sexualidad libre, que comenzaría con el tema del divorcio, para desembocar pronto en la defensa del aborto o del derecho de los homosexuales a sus propias formas de sexualidad; y la acción antimilitarista, concretada en la lucha a favor de la objeción de conciencia.

El movimiento a favor del divorcio surgió como resultado de la confluencia entre la acción parlamentaria, emprendida por el diputado socialista Loris Fortuna, que presentó en octubre de 1965 un proyecto de ley sobre el tema, y la iniciativa extraparlamentaria de los radicales, apoyada desde el primer momento por el seminario ABC y dirigida a movilizar a la población italiana en apoyo a dicho proyecto de ley. Sin esta iniciativa, la propuesta de Fortuna no habría tenido ningún eco en el Parlamento, como ocurrió con otros proyectos anteriores sobre el tema. El 12 de diciembre de 1965, en un debate organizado por la sección romana del PR, Mauro Mellini, definía ya la posición radical: “Una acción divorcista autónoma, vivaz, organizada, bien orientada políticamente, dirigida a hacer fermentar en las masas sentimientos y convicciones ahora difusas, a canalizar energías, a coordinar los esfuerzos de todos los que se baten por el divorcio, a estimular y fortalecer la acción de las fuerzas políticas decididas a sost

ener la causa divorcista, es hoy posible y se perfila como eficaz” (25). Fruto de esta postura fue la creación, pocos meses después, de la Lega per l’Istituzione del Divorzio (LID), organismo autónomo y apartidista que consiguió el apoyo de parlamentarios de los partidos laicos, como el mismo Fortuna, a título individual y sin ninguna representación partidaria, y la colaboración de algunas revistas y personalidades del mundo cultura, y sobre todo de amplios sectores de la población que participaron en sus mítines o manifestaciones. Este carácter popular se reflejó muy pronto en el envío de 36.000 adhesiones a Loris Fortuna, presentadas por éste en el Parlamento en el momento de la discusión de la ley, y en las movilizaciones de masas, como la celebrada el 13-XI.1966 en Roma con más de 20.000 asistentes.

Tras tres años de movilizaciones, mítines, cartas a los parlamentarios y manifestaciones de masas, ante los retrasos en la discusión parlamentaria de la ley, Marco Pannella y Roberto Cicciomessere iniciaron el 10 de noviembre una huelga de hambre (primera de una serie que seguiría en años sucesivos) para conseguir el establecimiento de la fecha de votación. Su reclamación: “«Basta de discusiones! «Votad sobre el divorcio!”, tuvo éxito, y el 29 de diciembre del mismo año, el proyecto de ley era aprobado por el Parlamento por 325 votos a favor y 283 en contra. Tras pasar por el Senado, y después de un nuevo ayuno a leche y agua de Pannella y otros divorcistas, al 1 de diciembre de 1979 se aprobaba definitivamente la ley.

El éxito de la campaña de información y movilización protagonizada por la LID, primera organización de masas impulsadas por los radicales, se debió a las características peculiares de la Lega, que otros movimientos reproducirían posteriormente: “La LID, es - como explicaba Mellini - un organismo apartidista, no interpartidista o frentista. Su batalla es democrática y laica porque el objetivo de reforma que se propone es democrático y laico, como otros muchos. Cualquiera que acepte este objetivo, con independencia de sus propias convicciones políticas generales y sin que nos interesen las posibles contradicciones personales, es considerado por nosotros como compañero de lucha y amigo” (26). En el panorama político italiano, significaba además el éxito, por primera vez en la historia italiana de la postguerra, de un movimiento surgido fuera del Parlamento, y la primera derrota parlamentaria de la Democracia Cristiana, cuyos diputados fueron batidos por una amplia coalición de todos los partido laicos, desde el

partido liberal hasta el partido comunista. Desde la perspectiva radical, confirmaba la corrección de sus propuestas a favor de una alternativa unitaria a la DC, y demostraba que era posible continuar y ampliar la laucha por los derechos civiles: “Nos sentimos felices - declaró Pannella - ante esta victoria de la democracia, del laicismo anticlerical, de las fuerzas civiles y religiosas mejores de nuestro país. Sabemos también que, por importante que sea este triunfo, no es más que un comienzo. La lucha continúa para edificar una sociedad más humana y más justa. La política de los derechos civiles sale fortalecida de esta prueba”.

La victoria no era, pese a todo, definitiva. De inmediato las fuerzas clericales, apoyadas por la mayor parte de los sectores democristianos, prepararon una contraofensiva, y en mayo de 1971 habían recogido ya las firmas necesarias para la celebración de un referéndum que abrogara la ley del divorcio. Tal actitud provocó el temor de la mayoría de las fuerzas laicas, que intentaron sin éxito en los meses siguientes llegar a un acuerdo con la DC para una reforma parlamentaria de la ley, por medio de la cual se impediría la celebración del referéndum. Pero no tuvieron éxito, y la consulta al país se produjo el 12 de mayo de 1974; y en contra de las previsiones pesimistas, el 60% de los votantes se declaró favorable al mantenimiento del divorcio.

La tarde del día siguiente, 13 de mayo, una fiesta convocada por los radicales en Roma, en Piazza Navona, congregó a casi medio millón de personas, de diverso origen social y afiliación política, que recorrieron las calles de la capital italiana celebrando la primera victoria de la postguerra sobre las fuerzas clericales y conservadoras, “en una atmósfera de entusiasmo - dice Teodori - parangonable a la de la proclamación de la victoria republicana en 1946” (27).

Durante los ocho años que duró la batalla por el divorcio, hasta el triunfo en mayo de 1974, y sobre todo en el período 1966-69, los radicales dedicaron a la misma la mayor parte de sus energías. La LID, pese a la diversidad de sus componentes, se mantuvo en pie gracias a la actuación radical, y en especial a las iniciativas de Mauro Mellini y Marco Pannella, auténticos motores de la organización. Pero además, en las campañas de la LID, los radicales vieron confirmada su postura de concentrar la acción en un objetivo principal hasta lograr el triunfo del mismo, frente a las propuestas globalizadoras de los restantes partidos de la oposición y pudieron perfilar y experimentar las formas de acción que les caracterizarían en los años siguientes. En su análisis de este proceso, señala Teodori:

“Las acciones directas en las plazas y la presión sobre los diputados responsables del trabajo en las comisiones parlamentarias, los ayunos individuales y la guerrilla no-violenta en los medios de comunicación de masas, y en especial en la RAI-TV, para conseguir la introducción no de mensajes divorcistas en general, sino de mensajes dedicados más estrictamente a influir sobre un momento específico del proceso legislativo, fueron los instrumentos que el grupo radical situado en el núcleo central de la LID estuvo experimentando y poniendo a punto en una combinación inaudita en Italia de acción extraparlamentaria y parlamentaria, de activación de los protagonistas interesados en la reforma y de labor de convencimiento de los dirigentes de los partidos. Gran parte del instrumental y del estilo político de los radicales, que combina la acción institucional con la extrainstitucional, fue profundizando a la largo de los ocho años de campaña por el divorcio” (28).

Tras la aprobación parlamentaria de la ley del divorcio en 1969, los radicales pudieron dedicar parte de sus energías a la actuación en otros campos. En 1970 se abría un nuevo frente de lucha, muy ligado al anterior, con la creación del Movimento di liberazione della donna (MLD), cuya aparición en Italia se produjo al mismo tiempo que surgían grupos feministas con características similares. La peculiaridad del MLD, en relación con las corrientes feministas de otras zonas, era su vinculación orgánica al PR, de acuerdo con las previsiones del Estatuto de 1967: en el documento de constitución del MDL, tras analizar las formas específicas de opresión de la mujer en los terrenos psicológico, económico y sexual, se definía esta organización como “parte de un movimiento radical más amplio que se mueve en la dirección de una sociedad socialista y libertaria (…) ya que la liberación de la mujer supone una liberación, una realización y una felicidad generales no sólo para las mujeres, sino también para los hombres”.

De acuerdo con ello, estaba abierto también a los varones, a diferencia de la mayoría de los grupos feministas posteriores, Sus objetivos de lucha, definidos en el mismo documento se centraban en: la información sobre los métodos anticonceptivos, la liberalización y la legalización del aborto, la acción institucional en la escuela y la contestación de los mitos institucionales que perpetúan la opresión de la mujer, la crítica a las normas legales discriminatorias y la propuesta de nuevas leyes de iniciativa popular, y la lucha contra toda relación autoritaria de carácter machista (29).

Dentro de este conjunto de objetivos, la actuación del MLD se dedicó inicialmente al tema del aborto, cuya legalización fue definida a través de una combinación de acciones directas y acciones institucionales. En 1971 comenzaba la recogida de firmas en apoyo a un proyecto de ley de iniciativa popular, a la vez que Matilde Macciocia, militante del MLD, iniciaba una campaña de autodenuncia pública, seguida más tarde por varios centenares de mujeres (30). Tal combinación de acciones fue apoyada desde 1972 por el PR, tras un acuerdo del Congreso anual a favor de la “lucha por la liberalización del aborto (…) entendida como tentativa concreta de apoyo de todos los radicales a la política de liberación de la mujer, objeto de un doble y salvaje sistema de dominación, la dominación de clase y la dominación de una sociedad basada en la prentendida ‘superioridad’ de los pretendidos ‘valores’ propios del ‘hombre’ con respecto a la mujer” (31. Por fin, en 1973, Loris Fortuna, presentó un proyecto de ley de despenaliza

ción parcial del aborto, que en opinión del MLD resultaba “un útil punto de partida para la batalla a favor de la liberalización”, y el PR incluía el tema del aborto en su primera lista de ocho referéndums. Al año siguiente, una vez alcanzado el triunfo definitivo en el tema del divorcio, la lucha por el aborto pasaría a primer plano gracias a alas acciones de desobediencia civil protagonizadas por el Centro Italiano Sterilizzazione e Aborto (CISA), a las que nos referiremos más adelante.

Pero no eran sólo las mujeres quienes a comienzos de los años 70, y con el apoyo del PR, empezaban su lucha independiente. también los homosexuales comenzaron a organizarse en 1971 en torno a la revista Fuori, surgida a partir de grupos homosexuales de Turín y Milán, y que representó el punto de partida el Frente Unitario Omosessuali Rivoluzionari Italiani. El primer congreso de este grupo, celebrado en 1972, decidió presionar a los partidos de izquierda para que abrieran un debate sobre la homosexualidad, y reclamar de los órganos de expresión un tratamiento objetivo y sin distorsiones de esta problemática. Aunque los primeros grupos del FUORI se crearon al margen del PR, pronto empezaron a colaborar con éste: ya el 1 de mayo de 1962 algunos grupos homosexuales habían participado junto con las feministas del MLD en una manifestación en la plaza de San Pedro a favor de la liberación sexual; y en los meses siguientes esta colaboración se intensificó, hasta que en el congreso del FUORI de octubre de 1974 se ap

robó la federación al PR, como respuesta al apoyo material y político suministrado por éste desde el comienzo del movimiento homosexual, y como demostración del carácter político de la lucha por una sexualidad libre: “La homosexualidad - declaraba el líder del FUORI, Angel Pezzana - puede representar, si se asume en el seno de un proyecto político, una auténtica liberación para todos”.

Junto a las diversas luchas en defensa de una “sexualidad laica y libertaria”, el antimilitarismo representó en los años 1967-74 el segundo gran terreno de acción radical. Tras las detenciones en Lilán en 1966 de los radicales que distribuían octavillas antimilitaristas, los primeros congresos del nuevo PR incluyeron en sus mociones propuestas concretas sobre el tema: así en 1968, el PR se comprometía a “promover un movimiento antimilitarista capaz de determinar el alejamiento de las masas de las instituciones militares uy de los mitos nacionales y nacionalistas a través de la lucha contra los organismos militares, sus alianzas internacionales, su lógica de expansión y de prepotencia con respecto a las instituciones y exigencias civiles, y el espíritu autoritario que presuponen y defienden” (32).

Las marchas antimilitaristas realizadas anualmente a partir de 1967, con participación de radicales, anarquistas, pacifistas y no violentos se vieron acompañadas en 1968 por una acción internacional protagonizada por cuatro radicales, entre ellos Pannella, que en septiembre se presentaron en la capital de Bulgaria, Sofía, y repartieron allí octavillas de protesta contra la intervención soviética en Checoslovaquia y contra los pactos militares. El objetivo prioritario pasó a ser poco después, tras la celebración de un primer Congreso antimilitarista en 1969, la defensa de la objeción de conciencia: en este año se creó la Lega per il riconoscimento dell’obiezione di coscienza, que fomentó las primeras declaraciones colectivas de objeción de conciencia por motivos políticos, y no por motivos religiosos (cono habían hecho los Testigos de Jehová y otros objetores de los años precedentes=. La combinación de la lucha institucional y la acción directa alcanzó su momento culminante en 1972: en marzo, el vicesecretario nacional del PR, Roberto Cicciomessere, prendió fuego a su cartilla militar y fue encarcelado junto a otros objetores; en septiembre, ochenta radicales firmaron un documento en el que se negaban a pagar una parte de sus impuestos equivalente al porcentaje del presupuesto nacional dedicado al Ministerio de Defensa; y el 1 de octubre, Marco Pannella y Alberto Gardin iniciaban una huelga de hambre para conseguir la discusión en el Parlamento de una ley de objeción de conciencia. Tras treinta y ocho días de huelga, el Parlamento comenzó el debate sobre el proyecto de ley del diputado democristiano Marcora, aprobado finalmente el 15 de diciembre. aunque suponía un paso adelante, la nueva ley no satisfizo por completo a los radicales, que en respuesta a las limitaciones de la misma, crearon a comienzos de 1973 una Lega degli obiettori di coscienza (LOC), con el fin de reunir a todos los antimilitaristas no-violentos en defensa de los siguientes objetivos: “Impedir las discriminaciones entre los objetores, propagar la posibilidad de sustituir el servicio militar por el servicio civil, actuar para que el servicio sustitutivo no sea militarizado, y sea gestionado fundamentalmente por los objetores, poner en evidencia las contradicciones de la ley, preparar otra sostenida por al más amplio apoyo posible …” (33).

la lucha por el divorcio, y más tarde la defensa de la objeción de conciencia, colocaron en segundo plano otro de los temas clásicos de la acción radical: el anticlericalismo, concretado desde 1967 en la denuncia del Concordato. En el Congreso de 1968 se habían acordado comenzar una campaña nacional para la celebración de un referéndum abrogativo del Concordato, en cuanto existieran los mecanismos legales - en concreto la ley sobre el referéndum, - que lo hicieran posible. Por ello, en 1971 se constituyó, con el apoyo de otros sectores laicos, en especial liberales y republicanos, la Lega Italiana per l’abrogazione del concordato (LIAC). Su objetivo era presionar para que el Parlamento fuera informado de las negociaciones del Gobierno con el Vaticano sobre la renovación del texto concordatario, y comenzar la recogida de las firmas necesarias para el referéndum. Pero los resultados fueron escasos en esta ocasión: no se alcanzaron las firmas exigidas, la LIAC desapareció a finales de año, y habría que esperar a 1977 para lograr el medio millón de firmas requeridas para la celebración de un referéndum,.

A pesar de estos éxitos, sólo alterados por el fracaso de la campaña anticoncordatoria, la vida del Partido Radical se mantenía con grandes dificultades y en medio de un notable aislamiento con respecto a los demás partidos o grupos de la izquierda italiana. En 1966 y 1967 los radicales habían trabajado en diversas ocasiones junto a representantes de las nuevas corrientes de contestación cultural y política de características neo-libertarias, en especial con provos o situacionistas como Valcarenghi, Taschera o Sanguinetti; pero el movimiento estudiantil italiano se produjo al margen de del PR y sin ninguna participación significativa del mismo. Ante esta contestación estudiantil masiva, los radicales descubrieron no sólo las semejanzas entre ambas posturas - la crítica al inmovilismo y el autoritarismo dominantes en Italia, al burocratismo de los partidos clásicos, etc. - sino también las divergencias existentes entre ellas. Como señaló Gianfranco Sapadaccia en un informe previo al Congreso de 1968, a juicio de los radicales la contestación global de los estudiantes corría el peligro de caer en los mismos vicios de la izquierda tradicional: “Abstracción, maximalismo, revolucionarismo verbal, sectarismo, dogmatismo”. Frente a ella, el PR defendió la pervivencia de las luchas por objetivos concretos, únicos capaces de provocar la aparición de movimientos auténticamente masivos:

“El PR es consciente - afirmaba la moción del Congreso de dicho año - de que el sentimiento bastante difundido en amplios sectores de esta nueva izquierda, según los cuales la transformación de las estructuras de la sociedad pasa exclusivamente a través de una solución definitiva y global, que se realizará por medio de un enfrentamiento frontal contra el sistema, corre el peligro de inmovilizar a estas fuerzas en una perspectiva ilusoria y en una praxis extremista que les aleje de los graves problemas del país. considerados - como por la vieja izquierda - cuestiones secundarias y superestructurales, lo que les apartará de un contacto real con las masas”.

No es de extrañar, por tanto, que las relaciones del PR con los grupos surgidos de los movimientos de 1967-69, en su mayoría de estricta observancia marxista-leninista, fueran escasas y difíciles. Los radicales estaban abiertamente en contra del vanguardismo, de la ideologización excesiva, del revolucionarismo y de las formas organizativas leninistas de tales grupos; y éstos a su vez criticaban el reformismo, la dedicación a los derechos civiles y el olvido de los problemas económicos y sociales, y consideraban que estos rasgos de la acción radical eran el resultado del carácter pequeño burgués del PR. Los escasos intentos de acercamiento en los primeros años de la década de 1970 resultarían poco fructíferos: en concreto, cuando ante las elecciones de 1972 los radicales propusieron al grupo de Il Manifesto, escindido tres años antes del PCI, la elaboración de listas electorales de concentración de la nueva izquierda abiertas a todos los que quisieran desarrollar una batalla de oposición al régimen, la respuesta de Il Manifesto fue negativa por la falta de una plataforma anticapitalista y anti-reformista común. Sólo en 1974-75 los grupos extraparlamentarios perdieron la esperanza en un triunfo revolucionario a corto plazo, y comenzaron a definir una nueva estrategia más favorable a las luchas por reformas concretas (34); por ello, sería en estas fecha cuando organizaciones como Lotta Continua o Avanguardia operaia decidieron por fin colaborar en las iniciativas radicales, concretadas entonces en la recogida de firmas para la primera campaña de referéndums.

Tampoco eran muy estrechas las relaciones con la izquierda parlamentaria. Aunque algunos diputados o militantes de diversos partidos de izquierda intervinieron a título individual en las campañas impulsadas por los radicales, sus partidos tenían escaso interés en buscar la alianza o la colaboración con el PR. En respuesta, y salvo el acuerdo con el Partido Socialista para las elecciones regionales de 1970, en los demás procesos electorales el PR optó por la no presentación de candidatos, debido a su debilidad organizativa, y por el voto en blando o la abstención.

Junto al aislamiento, la precariedad organizativa del PR, que en los años 1967-72 sólo contaba entre 150 y 250 inscritos en todo el país, dificultaba el desarrollo de una actividad política permanente. La dedicación de los principales líderes del grupo romano a las luchas por el divorcio o la objeción de conciencia, reducía aún más las energías dedicadas a la actividad partidaria, de forma que - como reconoce el mismo Teodori - la utilización del término “partido” era una “ficción voluntaria”. Dentro del partido, las relaciones entre los dos grupos principales - la sección de Roma, en torno a Pannella, y la de Milán, animada por Carlo Oliva, Accame o Luca Boneschi - resultaban cada vez más difíciles ante la crítica de los milaneses a la falta de una estrategia política global del PR. En 1969, el grupo milanés se separó del partido, tras atacar la “teoría de la libélula” que a su juicio caracterizaba la acción del mismo. Ante estas dificultades, el Congreso de 1971 contempló un intenso debate entre quienes planteaban la posibilidad de cierre del PR (Como Pannella o Cicciomessere) y la mayor parte de los congresistas, entre ellos Mellini o Teodori, que defendían la existencia de condiciones objetivas en el país para dar un salto hacia adelante de carácter político-organizativo. El Congreso defendió la necesidad de un reforzamiento urgente del PR, concretado en la cifra de 1000 inscritos, sin la cual el partido “no podría mantener a pretensión o la esperanza de representar una dimisión válida de partido laico adecuado a la necesidad de las batallas contra el régimen”.

para conseguir este objetivo, y siguiendo una propuesta de Loris Fortuna, en 1972 se impulsó la entrada en el PR de militantes de otros grupos o partidos de izquierda: gracias a la posibilidad de la doble afiliación, socialistas y comunistas, libertarios y miembros de la nueva izquierda, liberales y republicanos, se inscribieron en el partido a la vez que se creaban nuevos grupos en Milán, Turín o Trieste, y aparecían nuevos dirigentes (como Ercolessi o Pezzano), que vendrían a sustituir al núcleo romano de líderes de los años 60. El Congreso de 1972 en Turín, considerado como el congreso de relanzamiento, pudo así asegurar la continuidad organizativa y plantearse nuevos objetivos: “En un sólo mes, más de setecientos compañeros han decidido hacer suyo el proyecto de refundación del partido laico para la edificación de una sociedad socialista y libertaria y para la renovación, la unidad y la alternativa de izquierda en Italia; la unidad de los más de mil trescientos inscritos se revela profunda y rica de casi todos los fermentos alternativos que nuestra sociedad incluye en estos momentos” (35).

El Congreso de Turín cerraba de esta forma una etapa en la vida del Partido Radical y abría el camino hacia una nueva fase en la que, gracias al desarrollo de la organización y a la utilización del referéndum como nueva forma de acción en defensa de los derechos civiles, las iniciativas radicales alcanzarían una repercusión decisiva en la vida política italiana.

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