"¿Por qué está fracasando España?", Mariano Guindal

Por qué fracasan los países? Dos profesores tratan de responder a esta sugerente pregunta, Daron Acemoglu, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), y James A. Robinson, de la Universidad de Harvard. La respuesta es que la riqueza de las naciones no radica en los seres humanos, ni en la geografía, ni tan siquiera en la educación, ni en su historia; la solución está en las instituciones. Pero además, la clave está en determinar si respetan la propiedad privada, la libertad de elección, la participación ciudadana y la igualdad de oportunidades, desde el momento en que se cumplen estos requisitos, la riqueza llega sola.

En España este debate ha estallado con una enorme virulencia a raíz del llamado caso Bárcenas. Este escándalo ha permitido visualizar que no solamente sufrimos una grave crisis económica, lo más grave es que atravesamos una terrible crisis institucional.

De la primera saldremos a trancas y barrancas, pero hasta que no superemos la segunda no volveremos al bienestar que disfrutábamos antes de los años de la burbuja. “Lo nuestro es una crisis de modelo, que sólo podremos superar con un cambio generacional”, confiesa en privado un destacado secretario de Estado.

Esto es de lo que de verdad se habla en las tertulias y cafés, incluido el Congreso de los Diputados. Charlas que no se retransmiten al público por la radio o la televisión. Ésta es la preocupación que inquieta en los despachos y los consejos de administración de las grandes empresas. Cada vez es más fuerte el convencimiento de que el caso Bárcenas ha sido la gota que ha rebosado el vaso. Un asunto que tiene que servir de catarsis para iniciar una regeneración moral que debe empezar por una nueva ley de financiación de los partidos políticos y continuar con los agentes sociales. “Una segunda transición”, si no fuese porque este término quedó quemado tras utilizarlo José María Aznar, uno de los grandes protagonistas del régimen de 1977 que hoy se nos cae encima.

Los innumerables casos de corrupción que amenazan la convivencia no son aislados. Tienen sus orígenes en la transición de la dictadura a la democracia.

Cuando murió el general Franco hace 37 años, tuvimos que inventarnos de la noche a la mañana un conjunto de partidos políticos, sindicatos y patronales. Fueron construidos de arriba hacia abajo. Primero se constituía la cúpula y después se intentaban buscar las bases. Un ejemplo claro fue la UCD, presidida por Adolfo Suárez. Como cuento en mi libro El declive de los dioses (editorial Planeta), el partido centrista fue financiado por las empresas eléctricas, a las que se compensaba con continuas subidas del recibo de la luz.

Pero no fue el único. Al PSOE de Felipe González le financió la socialdemocracia alemana con el fin de frenar al PCE, que a su vez apoyaban los países del Este, y especialmente la Rumanía de Nicolae Ceausescu. De ahí escándalos como el caso Flick o los pagos del general Gadafi al PSA de Rojas Marcos, por citar sólo a los más conocidos. Los bancos, y sobre todo las cajas de ahorros, financiaron a todos, incluidos patronales y sindicatos.

En un principio esto resultaba lógico, porque la democracia es un sistema muy caro y nadie parecía dispuesto a financiarla. Las organizaciones eran muy débiles y las campañas electorales muy caras. Nada es gratis. El problema vino después, cuando los recaudadores se hicieron codiciosos y los dirigentes se taparon unos a otros. La política se convirtió con el tiempo en una magnífica profesión para forrarse.

Así fue como surgieron los casos Filesa, Malesa y Time Export que sacudieron las estructuras internas del PSOE hasta límites inimaginables. Esto hace aún más incomprensible que veinte años después haya saltado el caso Campeón, por hablar sólo del último escándalo.

En el PP el problema de la financiación ilegal arranca del caso Naseiro, pasa por Gürtel y termina, de momento, en los sobresueldos
en dinero negro. En Catalunya y Euskadi las cosas no han sido diferentes, por no hablar de Valencia, Galicia o Andalucía.

27-I-13, Mariano Guindal, lavanguardia