o te la fan?
Puede que esta sea la última vez que hablo en el hemiciclo de la Cámara. Al acabar el año, dejaré en Congreso después de 23 años en el cargo durante un periodo de 36 años. Mis objetivos en 1976 fueron los mismos que hoy: promover la paz y la prosperidad mediante un respeto estricto a los principios de la libertad individual.
Opinaba que el trayecto seguido por EEUU en la última parte del siglo XX nos llevaría a una gran crisis financiera y nos sumiría en una política exterior que nos extralimitaría y socavaría nuestra seguridad nacional.
Para alcanzar los objetivos que buscaba, el gobierno tendría que haber disminuido en tamaño y ámbito de actuación, reducido el gasto, cambiado el sistema monetario y rechazado los costes insostenibles de ser la policía del mundo y expandir el Imperio Estadounidense.
Los problemas parecían ser abrumadores e imposibles de resolver, pero desde mi punto de vista, con solo seguir las limitaciones que ponía la Constitución al gobierno federal habría habido un buen punto de partida.
En muchos sentidos, según la sabiduría popular, mi carrera entrando y saliendo del Congreso, de 1976 a 2012, ha conseguido muy poco. Ninguna legislación con mi nombre, ningún edificio o carretera federal con mi nombre, gracias a Dios. A pesar de mis esfuerzos, el gobierno ha crecido exponencialmente, los impuestos siguen siendo excesivos y continúa el prolífico aumento de regulaciones inabarcables. Las guerras son constantes y se libran sin autorización del Congreso, los déficits aumentan hasta el infinito, la pobreza se extiende y la dependencia del gobierno federal es ahora peor que en cualquier momento de nuestra historia.
Todo esto con una mínima preocupación por los déficits y los derechos no presupuestados que el sentido común nos dice que no pueden continuar mucho más tiempo. Un gran, pero nunca mencionado, acuerdo bipartidista permite el bien guardado secreto que mantiene en marcha el gasto. Un bando no renuncia a un penique en gasto militar, el otro no renuncia a un penique en gasto social, mientras que ambos bandos apoyan los rescates y subvenciones a la banca y la élite de grandes empresas. Y el gasto continúa y la economía se debilita y continúa la espiral descendente. Mientras el gobierno continúa enredando, nuestras libertades y nuestra riqueza arden en las llamas de una política exterior que nos hace menos seguros.
El mayor obstáculo para el cambio real en Washington es la resistencia total a admitir que el país está en quiebra. Esto ha hecho inevitable el compromiso, solo para acordar un aumento en el gasto, ya que ningún bando tiene ninguna intención de recortar el gasto.
El país y el Congreso seguirán divididos, ya que no “queda botín a repartir”.
Sin este reconocimiento, los gastadores en Washington continuarán la marcha hacia un precipicio fiscal mucho mayor que el previsto para este próximo enero.
He pensado mucho acerca de por qué a los que creemos en la libertad como solución nos ha ido tan mal a la hora de convencer a otros de sus beneficios. Si la libertad es lo que afirmamos que es (el principio que protege todas las decisiones personales, sociales y económicas necesarias para la máxima prosperidad y la mejor oportunidad para la paz) debería de venderse fácilmente. Pero la historia ha demostrado que las masas han sido bastante receptivas a las promesas de autoritarios que se cumplen pocas veces o nunca.
Si el autoritarismo lleva a la pobreza y la guerra y a menos libertad para todos los individuos y está controlado por los intereses especiales de los ricos, el pueblo debería estar reclamando libertad. Indudablemente había un sentimiento suficientemente fuerte por mayor libertad en el momento de nuestra fundación que motivó a quienes estaban dispuestos a luchar en la revolución contra el poderoso ejército británico.
Durante mi estancia en el Congreso, el apetito de libertad ha sido bastante débil, la comprensión de su significado, mínima. Pero la buena noticia es que, comparado con 1976, cuando llegué por primera vez al Congreso, el deseo de más libertad y menos gobierno en 2012 es mucho mayor y está creciendo, especialmente en la América popular. Decenas de miles de jóvenes y estudiantes en edad universitaria están dando la bienvenida con gran entusiasmo al mensaje de la libertad.
Tengo unas pocas ideas respecto de por qué el pueblo de un país como el nuestro, una vez el más libre y próspero, permitió que se deterioraran las condiciones hasta el grado en que lo han hecho.
Libertad, propiedad privada y contratos voluntarios aplicables generan riqueza. En nuestra primera historia éramos muy conscientes de esto. Pero en la primera parte del siglo XX nuestros políticos promovieron la idea de que los sistemas fiscales y monetarios tenían que cambiar si teníamos que realizar un gasto interno y militar excesivo. Por eso el Congreso nos dio la Reserva Federal y el impuesto de la renta. La mayoría de los estadounidenses y muchos cargos públicos estuvieron de acuerdo en que sacrificar cierta libertad era necesario para llevar a cabo algunas ideas que se afirmaba que eran “progresistas”. La democracia pura se convertía en aceptable.
No se dieron cuenta de que lo que estaban haciendo era exactamente lo contrario de lo que los colonos estaban buscando cuando se independizaron de los británicos.
Algunos se quejan de que mis argumentos no tienen sentido, debido a la gran riqueza y mejor nivel de vida para muchos estadounidenses en los últimos 100 años, incluso con estas nuevas políticas.
Pero el daño a la economía de mercado y a la divisa ha sido insidioso y constante. Llevó mucho tiempo consumir nuestra riqueza, destruir la divisa y socavar la productividad y llevar a nuestras obligaciones financiera a un punto de no retorno. La confianza a veces dura más de lo que merece. La mayoría de nuestra riqueza depende hoy de la deuda.
La riqueza de la que disfrutábamos y que parecía inacabable, permitió que se olvidara la preocupación por el principio de una sociedad libre. Mientras la mayoría de la gente creía que la abundancia material duraría eternamente, parecía innecesario preocuparse por proteger una economía productiva competitiva y la libertad individual.
Este olvido llevó a una era de redistribución por el gobierno doblegándose ante todos y cada uno de los intereses creados, excepto los de los que solo querían que les dejaran en paz. Por eso hoy el dinero en política sobrepasa al dinero que va actualmente a investigación y desarrollo y a esfuerzos productivos empresariales.
Los beneficios materiales de convirtieron en más importantes que la comprensión y promoción de los principios de la libertad y el libre mercado. Es bueno que la abundancia material sea un resultado de la libertad, pero si solo nos preocupa el materialismo, los problemas están asegurados.
La crisis llegó porque se ha acabado la ilusión de que la riqueza y la prosperidad durarían eternamente. Como se basaba en la deuda y en una pretensión de que la deuda se podía ocultar mediante un sistema monetario fiduciario fuera de control, estaba condenada al fracaso. Hemos acabado con el sistema que no produce lo suficiente ni siquiera para financiar la deuda y sin ninguna comprensión esencial de por qué es fundamental una sociedad libre para invertir estas tendencias.
Si no se reconoce esto, la recuperación perdurará mucho tiempo. Continuará habiendo un gobierno mayor, más gasto, más deuda, más pobreza para la clase media y una confusión más intensa por los intereses especiales de la élite.
Sin un despertar intelectual, el punto de inflexión lo producirá la ley económica. Una crisis del dólar pondría de rodillas al actual sistema fuera de control.
Si no se acepta que el gran gobierno, el dinero fiduciario, ignorar la libertad, la planificación económica centralizada, el estado del bienestar y el belicismo causaron nuestra crisis, podemos esperar una marcha continua y peligrosa hacia el corporativismo e incluso el fascismo con aún más pérdidas de nuestras libertades. La prosperidad para una gran clase media, se convertirá, sin embargo en un sueño abstracto.
Este continuo movimiento no es diferente de que hemos visto en cómo se gestionó nuestra crisis financiera de 2008. El Congreso ordenó primero, con apoyo bipartidista, rescates para los ricos. Luego vino la Reserva Federal con su interminable flexibilización cuantitativa. Si no se tiene éxito a la primera, se intenta de nuevo: QE1, QE2 y QE3 y sin resultado intentamos QE eternamente, es decir hasta que también fracase. Todo esto tiene un coste y déjenme asegurarles que retrasar el pago ya no es una opción. Las reglas del mercado extraerán su libra de carne y no va ser bonito.
La crisis actual provoca mucho pesimismo. Y el pesimismo se añade a una menor confianza en el futuro. Los dos se alimentan entre sí, empeorando la situación.
Si no se entiende la causa subyacente de la crisis, no podemos resolver nuestros problemas. Los asuntos de la guerra, el bienestar, los déficits, el inflacionismo, el corporativismo, los recates y el autoritarismo no pueden ignorarse. Pero solo expandiendo estas políticas no podemos esperar buenos resultados.
Todos afirman apoyar la libertad. Pero demasiado a menudo es la libertad para uno y no para otros. Demasiados creen que debe haber límites a la libertad. Argumentan que la libertad debe estar dirigida y gestionada para conseguir justicia e igualdad, haciendo así aceptable recortar mediante la fuerza ciertas libertades.
Algunos deciden qué y cuáles de estas libertades van a limitarse. Son políticos cuyo objetivo en la vida es el poder. Su éxito depende de conseguir el apoyo de los intereses especiales.
La gran noticia es que la respuesta no se encuentra en más “ismos”. Las respuestas se encuentran en más libertad que cuesta mucho menos. Bajo estas circunstancias, baja el gasto, aumenta la producción de riqueza y mejora la calidad de vida.
Solo este reconocimiento (especialmente si nos movemos en esta dirección) aumenta el optimismo que es beneficioso en sí mismo. Se requiere su seguimiento con políticas sensatas que deben ser comprendidas y apoyadas por el pueblo.
Pero hay buenas evidencias de que la generación que está madurando en la actualidad apoya moverse en la dirección de una mayor libertad y autoconfianza. Cuanto más conocido se haga este cambio en dirección y sus soluciones, más rápida será la vuelta al optimismo.
Nuestro trabajo, para los que creemos en un sistema diferente del que hemos tenido durante los últimos 100 años y nos ha llevado a esta crisis insostenible, es ser más convincentes respecto de que hay un sistema maravilloso, sencillo y moral que proporciona las respuestas. Tenemos un toque del mismo en nuestra primeria historia. No tenemos que renunciar a la idea de avanzar en esta causa.
Funcionó, pero permitimos a nuestros líderes concentrarse en la abundancia material que genera la libertad, ignorando esa misma libertad. Ahora no tenemos ninguna de ambas, pero la puerta está abierta, para una respuesta, debido a la necesidad. La respuesta disponible se basa en la Constitución, la libertad individual y la prohibición del uso de la fuerza pública para proporcionar privilegios y beneficios a todos los intereses especiales.
Después de más de 100 años, afrontamos una sociedad bastante diferente de la que pretendían los Fundadores. En muchos sentidos, sus esfuerzos por proteger de este peligro a las generaciones futuras usando la Constitución han fracasado. Los escépticos, en el momento en que se redactó la Constitución en 1787, nos advirtieron de posible resultado actual. La naturaleza insidiosa de la erosión de nuestras libertades y la tranquilidad que nos daba nuestra gran abundancia, permitieron que el proceso evolucionara hacia el peligroso periodo en el que nos encontramos.
Hoy afrontamos una dependencia de la generosidad del gobierno para casi cualquier necesidad. Nuestras libertades se restringen y el gobierno funciona fuera del estado de derecho, protegiendo y recompensando a quienes lo compran o coaccionan para satisfacer sus reclamaciones. He aquí unos pocos ejemplos:
El excesivo gobierno ha creado tal lío que plantes muchas preguntas:
Demasiada gente ha puesto demasiada confianza durante demasiado tiempo en el gobierno y no la suficiente en sí misma. Por suerte, muchos se están haciendo ahora conscientes de la gravedad de los enormes errores de las últimas décadas- La culpa la comparten ambos partidos políticos. Muchos estadounidenses reclaman ahora escuchar la simple verdad de las cosas y quieren que se termine la demagogia. Sin este primer paso, las soluciones son imposibles.
Buscar la verdad y encontrar las respuestas en la libertad y la autoconfianza promueve el optimismo necesario para restaurar la prosperidad. La tarea no es tan difícil si la política no se interpone.
Nos hemos permitido meternos en este lío por diversas razones.
Los políticos se engañan respecto de cómo se produce la riqueza. Se tiene una confianza excesiva en el juicio de políticos y funcionarios. Este reemplaza a la confianza en una sociedad libre. Demasiadas personas en altos puestos de autoridad se han convencido de que solo ellas, armadas con el poder arbitrario del gobierno, pueden producir justicia, facilitando la producción de riqueza. Esto siempre resulta ser un sueño utópico y destruye riqueza y libertad. Empobrece a la gente y recompensa los intereses especiales que acaban controlando ambos partidos políticos.
No sorprende que mucho de lo que pasa en Washington está motivado por el partidismo agresivo y la búsqueda del poder, siendo mínimas las diferencias filosóficas.
La ignorancia económica es común. El keynesianismo sigue prosperando, aunque hoy afronta refutaciones sanas y entusiastas. Los creyentes del keynesianismo militar y doméstico continúan promoviendo desesperadamente sus políticas fracasadas, mientras la economía languidece en un sueño profundo.
Los defensores de todos los decretos del gobierno emplean argumentos humanitarios para justificarse.
Los argumentos humanitarios se usan siempre para justificar las órdenes del gobierno relacionadas con economía, política monetaria, política exterior y libertad personal. Se hace así para hacer más difícil oponerse. Pero iniciar la violencia por razones humanitarias sigue siendo violencia. Las buenas intenciones no son excusa y son igual de dañinas que cuando la gente utiliza fuerza con malas intenciones. Los resultados son siempre negativos.
El uso inmoral de la fuerza es el origen de los problemas políticos del hombre. Tristemente, Muchos grupos religiosos, organizaciones seculares y autoridades psicópatas apoyan la fuerza iniciada por el gobierno para cambiar el mundo. Incluso cuando los objetivos deseados son bienintencionados (o especialmente cuando son bienintencionados) los resultados son desalentadores. Los buenos resultados pretendidos nunca se materializan. Los nuevos problemas creados requieren incluso más fuerza pública como solución. El resultado neto es institucionalizar la violencia iniciada por el gobierno y justificarla moralmente por razones humanitarias.
Es la misma razón fundamental por la que nuestro gobierno usa la fuerza para invadir otros países a voluntad, planifica centralizadamente la economía en el interior y regula la libertad personal y las costumbres de nuestros ciudadanos.
Es bastante extraño que, salvo que uno tenga una mente criminal y ningún respecto por otra gente y sus propiedades, nadie afirma que sea permisible ir a la casa de un vecino y le diga cómo comportarse, qué puede comer, fumar y beber y cómo debe gastar su dinero.
Aun así, raramente se pregunta por qué es moralmente aceptable que un extraño con una placa y una pistola pueda hacer lo mismo en nombre de la ley y el orden. Cualquier resistencia se encuentra con fuerza bruta, multan, impuestos, arrestos e incluso prisión. Esta se hace más frecuentemente cada día sin una orden de registro adecuada.
Limitar el comportamiento agresivo es una cosa, pero legalizar un monopolio público para iniciar la agresión solo puede llevar a agotar la libertad junto con el caos, el enfado y la quiebra de la sociedad civil. Permitir esa autoridad y esperar un comportamiento santo de los funcionarios y los políticos es una quimera. Tenemos ahora un ejército en pie de funcionarios armados en la TSA, CIA, FBI, Pesca y Vida Salvaje, FEMA, Hacienda, Cuerpo de Ingenieros, etc. que supera las 100.000 personas- Los ciudadanos son culpables hasta que se demuestre su inocencia en los inconstitucionales tribunales administrativos.
El gobierno en una sociedad libre no debería tener autoridad para entrometerse en actividades sociales o en las transacciones económicas de los individuos. Tampoco el gobierno debería entrometerse en los asuntos de otras naciones. Todo lo pacífico, aunque sea polémico, debería permitirse.
Debemos rechazar la idea de la restricción previa en la actividad económica igual que hacemos en el área de la libre expresión y la libertad religiosa. Pero incluso en estas áreas el gobierno está empezando a utilizar una aproximación por la puerta de atrás de la corrección política para regular la expresión: una tendencia peligrosa. Dese el 11-S la monitorización de la expresión en Internet es ahora un problema ya que no se requiere autorización.
La Constitución establecía cuatro delitos federales. Hoy los expertos no pueden siquiera ponerse de acuerdo en cuántos delitos federal hay ahora en los códigos: la cantidad asciende a miles. Ninguna persona puede abarcar la enormidad del sistema legal (especialmente el código fiscal). Debido a la mal aconsejada guerra contra las drogas y la interminable expansión federal del código penal tenemos más de 6 millones de personas bajo suspensión penitenciaria, más de las que nunca tuvieron los soviéticos y más que ninguna nación hoy, incluyendo a China. No entiendo la complacencia del Congreso y la voluntad de continuar con su obsesión por aprobar más leyes federales. La leyes de sentencia obligatoria asociadas con las leyes sobre drogas han agravado nuestros problemas con las prisiones.
El registro federal tiene ahora 75.000m páginas de largo y el código fiscal tiene 72.000 páginas y se amplía cada día. ¿Cuándo empezará la gente a gritar “ya basta” y a reclamar que el Congreso pare y desista?
La libertad solo puede alcanzarse cuando se niega al gobierno el uso agresivo de fuerza. Para alcanzarla, hace falta algo más que hacerlo de boquilla.
Hay disponibles dos alternativas.
Una vez que el gobierno obtiene una concesión limitada para el uso de la fuerza para moldear las costumbres de la gente y planificar la economía, causa un movimiento constante hacia el gobierno tiránico. Solo un espíritu revolucionario puede invertir el proceso y negar al gobierno este uso arbitrario de la agresión. No hay término medio. Sacrificar un poco de libertad por una seguridad imaginaria siempre acaba mal.
El problema actual es un resultado de que los estadounidenses aceptan la opción nº 2, aunque los Fundadores intentaron darnos la opción nº 1.
Los resultados no son buenos. Como nuestras libertades se han erosionado, nuestra riqueza se ha consumido. La riqueza que vemos hoy se basa en la deuda y en una estúpida voluntad por parte de extranjeros de tomar nuestros dólares a cambio de bienes y servicios. Luego nos los vuelven a prestar para perpetuar nuestro sistema deudor. Es asombroso que haya funcionado tanto tiempo pero la pasividad en Washington a la hora de resolver nuestros problemas indica que muchos están empezando a entender la gravedad de la crisis mundial de la deuda y los peligros que afrontamos. Cuanto más continúe este proceso, más complicado será.
Muchos reconocen ahora que amenaza una crisis financiera pero pocos entienden que es, en realidad, una crisis moral. Es la crisis moral la que ha permitido que se socaven nuestras libertades y el crecimiento exponencial del poder público ilegal. Sin una clara comprensión de la naturaleza de la crisis será difícil evitar una marcha constante hacia la tiranía y la pobreza que la acompañaría.
En definitiva, la gente tiene que decidir qué forma de gobierno quiere: la opción nº 1 y la opción nº 2. No hay otra alternativa. Afirmar que hay una alternativa de una “pequeña” tiranía es como describir el embarazo como “un poco embarazada”. Es un mito creer que una mezcla de mercados libres y planificación pública económica centralizada es un compromiso digno. Lo que vemos hoy es un resultado de ese tipo de pensamiento. Y los resultados hablan por sí mismos.
Los estadounidenses sufren ahora una cultura de la violencia. Es fácil rechazar la iniciación de la violencia contra tu vecino pero es irónico que la gente arbitraria y libremente unja a cargos públicos con el poder de monopolio para iniciar la violencia contra el pueblo estadounidense, prácticamente a voluntad.
Como es el gobierno el que inicia la fuerza, la mayoría de la gente lo acepta como legítimo. Quienes ejercen la fuerza no tienen sensación de culpabilidad. Se cree por muchos que los gobiernos están justificados moralmente para iniciar fuerza supuestamente para “hacer el bien”. Creen incorrectamente que esta autoridad ha venido por el “consentimiento del pueblo”. La minoría, o las víctimas de la violencia del gobierno, nunca consintieron sufrir el abuso de los mandatos del gobierno, incluso cuando los dicta la mayoría. Las víctimas de los excesos de la TSA nunca consintieron este abuso.
Esta actitud nos ha dado también una política de iniciar la guerra para “hacer el bien”. Se afirma que la guerra está justificada para impedir la guerra por fines nobles. Es similar a que se nos dijo una vez de que “destruir una villa para salvar una villa” estaba justificado. El Secretario de Estado de EEUU dijo que la pérdida de 500.000 iraquíes, la mayoría niños, en la década de 1990, como consecuencia de bombas y sanciones estadounidenses, “valió la pena” para alcanzar el “bien” que proporcionamos al pueblo iraquí. Y ved qué problemas tiene hoy Iraq.
El uso de la fuerza pública para moldear el comportamiento social y económico en el interior y el exterior ha justificado a individuos que usan la fuerza bajo sus propias condiciones. El hecho de que la violencia por el gobierno se vea como moralmente justificada es la razón por la que la violencia aumentará cuando la gran crisis financiera golpee y se convierta también en crisis política.
Primero, reconocemos que los individuos no deberían iniciar violencia, luego damos la autoridad al gobierno. Finalmente el uso inmoral de la violencia pública, cuando las cosas van mal, se usaría para justificar un “derecho” del individuo a hacer lo mismo. Ni el gobierno ni los individuos tienen el derecho moral a iniciar violencia contra otro pero nos acercamos al día en que ambos reclamarán esta autoridad. Si no se invierte este ciclo, la sociedad se vendrá abajo.
Cuando urgen las necesidades, se deterioran las condiciones y los derechos se convierten en relativos ante las demandas y los caprichos de la mayoría. Entonces no es un gran salto para que los individuos asuman el uso de la violencia para obtener lo que reclaman que es suyo. Al deteriorarse la economía y aumentar las diferencias de riqueza (como ya está pasando), aumenta la violencia y los necesitados acuden a sí mismos para conseguir lo que consideran suyo. No esperarán a un programa de rescate del gobierno.
Cuando los cargos públicos obtienen poder sobre otros para rescatar los intereses especiales, incluso con resultados desastrosos para el ciudadano medio, no se sienten culpables por el daño que causan. Lo que nos llevan a guerras no declaradas que ocasionan muchas bajas, nunca pierden el sueño por la muerte y la destrucción que causaron sus malas decisiones. Están convencidos de que lo que hacen está justificado moralmente y el hecho de que muchos sufran sencillamente no puede evitarse.
Cuando los delincuentes callejeros hacen lo mismo, tampoco tienen remordimientos, creyendo que solo están tomando lo que es suyo con todo derecho. Todos los patrones morales se vuelven relativos. Ya sean rescates, privilegios, subvenciones o prestaciones públicas para algunos inflando la divisa, todo es parte de un proceso justificado por una filosofía de distribución forzosa de la riqueza. La violencia, o su amenaza, es el instrumento requerido y por desgracia preocupa poco a la mayoría de los miembros del Congreso.
Algunos argumentan que se solo les preocupa la “justicia” con quienes están necesitados. Hay dos problemas con esto. Primero, el principio usado es proporcionar una mayor cantidad de prestaciones a los ricos que a los pobres. Segundo, nadie parece estar preocupado sobre si es o no justo para los que acaban pagando las prestaciones. Los costes recaen normalmente sobre la clase media y se esconden al ojo público. Demasiada gente cree que las dádivas del gobierno son gratuitas, como crear dinero de la nada, y no hay ningún coste. Ese engaño se está terminando. Las facturas están venciendo y de eso trata la ralentización económica.
Tristemente, no hemos acabado acostumbrando a vivir con el uso ilegítimo de la fuerza por el gobierno. Es la herramienta para decir a la gente cómo vivir, qué comer y beber, qué leer y cómo gastar su dinero.
Para desarrollar una sociedad verdaderamente libre, el asunto de iniciar fuerza debe entenderse y rechazarse. Conceder al gobierno incluso una pequeña cantidad de fuerza es una concesión peligrosa.
Nuestra Constitución, que estaba pensada para limitar el poder y abuso del gobierno, ha fracasado. Los Fundadores advertían de que una sociedad libre depende de un pueblo virtuoso y moral. La crisis actual refleja que sus preocupaciones estaban justificadas.
La mayoría de los políticos y expertos son conscientes de los problemas que afrontamos pero dedican todo su tiempo a tratar de reformar el gobierno. La parte triste es que las reformas sugeridas casi siempre llevan a menos libertad y la importancia de un pueblo virtuoso y moral o se ignora o no se entiende. Las nuevas reformas sirven solo para socavan más la libertad. El efecto combinado nos ha dedo esta constante erosión de la libertad y la expansión masiva de la deuda. La pregunta real es esta: si buscamos libertad, ¿deberíamos de poner el máximo énfasis en reformar el gobierno o en tratar de entender qué significa “un pueblo virtuoso y moral” y en cómo promoverlo? La constitución no ha impedido que la gente reclame dádivas tanto para ricos como para pobres en sus esfuerzos por reformar el gobierno, ignorando al tiempo los principios de una sociedad libre. Todas las ramas de nuestro gobierno están hoy controladas por individuos que usan su poder para socavar la libertad y reforzar el estado de bienestar y guerra (y frecuentemente su propia riqueza y poder.
Si la gente está descontenta con el rendimiento del gobierno debe reconocerse que el gobierno es meramente un reflejo de una sociedad inmoral que rechazaba un gobierno moral de limitaciones constitucionales del poder amor por la libertad.
Si este es el problema, ningún retoque de miles de páginas de nuevas leyes y regulaciones hará nada para resolver el problema.
Es evidente que nuestras libertades se han limitado severamente y que la aparente prosperidad que aún tenemos no es más que riqueza restante de un tiempo anterior. Esta riqueza ficticia basada en la deuda y que se beneficia de una falsa confianza en nuestra divisa y crédito, desbaratará nuestra sociedad cuando venzan las facturas. Esto significa que la consecuencia completa de nuestras libertades perdidas aún no se ha sentido.
Pero esa ilusión se está acabando ya. Invertir una espiral descendente depende de aceptar una nueva aproximación.
La expectativa de un movimiento de educación en el hogar en rápida expansión desempeña un papel importante en las reformas revolucionarias necesarias para construir una sociedad libre con protecciones constitucionales. No podemos esperar que un sistema escolar controlado por el gobierno federal proporcione la munición intelectual para combatir el peligroso crecimiento del gobierno que amenaza nuestras libertades.
Internet proporcionará la alternativa al complejo de medios de comunicación y gobierno que controla las noticias y la mayoría de la propaganda política. Por eso es esencial que Internet siga libre de regulación pública.
Muchas de nuestras instituciones religiosas y organizaciones seculares apoyan una mayor dependencia del estado apoyando la guerra, el bienestar y el corporativismo e ignoran la necesidad de un pueblo virtuoso.
Nunca creí que el mundo o nuestro país pudieran ser más libres gracias a los políticos, si el pueblo no tuviera ningún deseo de libertad.
Bajo las circunstancias actuales, lo más que podemos esperar conseguir ene l proceso político es utilizarlo como podio para llegar a la gente para alertarle acerca de la naturaleza de la crisis y la importancia de su necesidad de asumir responsabilidades para sí misma, si es la libertad lo que verdaderamente buscan- Sin esto, es imposible un sociedad libre protegida constitucionalmente.
Si es verdad esto, nuestro objetivo individual en la vida tendría que ser para nosotros buscar la virtud y la excelencia y reconocer que la autoestima y la felicidad solo provienen de utilizar nuestra capacidad natural, de la manera más productiva posible, de acuerdo con nuestro propio talento.
La productividad y la creatividad son la verdadera fuente de satisfacción personal. La libertad, y no la dependencia, proporciona el entorno necesario para alcanzar estos objetivos. El gobierno no puede hacer esto por nosotros, solo se interpone en el camino. Cuando se implica el gobierno, el objetivo se convierte en un rescate o una subvención y estos no pueden proporcionar una sensación de logro personal.
Alcanzar poder legislativo e influencia política no debería ser nuestro objetivo. La mayoría del cambio, si ha de venir, no vendrá de los políticos, sino más bien de los individuos, familia, amigos, líderes intelectuales y nuestras instituciones religiosas. La solución solo puede venir del rechazo del uso de la coacción, la compulsión, las órdenes del gobierno y la fuerza agresiva, para moldear el comportamiento social y económico. Sin aceptar estas restricciones, inevitablemente el consenso sería permitir al gobierno ordenar la igualdad económica y la obediencia a los políticos que consigan el poder y promover un entorno que asfixie las libertades de todos. Así que se trata de que los individuos responsables, que buscan la excelencia y la autoestima teniendo confianza en sí mismos y siendo productivos, se convierten en las verdaderas víctimas.
¿Cuáles son los mayores peligros que afronta hoy el pueblo estadounidense e impiden el objetivo de una sociedad libre? Son cinco.
Por suerte, hay una respuesta a estas muy peligrosas tendencias.
Sería un mundo maravilloso se todos aceptaran la sencilla premisa moral de rechazar todos los actos de agresión. La respuesta a esa sugerencia es siempre: es demasiado simple, demasiado idealista, poco práctico, ingenuo, utópico, peligroso e irreal luchar por ese ideal.
La respuesta a eso es que durante miles de años la aceptación de la fuerza del gobierno para dirigir al pueblo, sacrificando la libertad, se consideró moral y la única opción disponible para alcanzar la paz y la prosperidad.
¿Qué podría ser más utópico que ese mito, considerando los resultados, especialmente viendo las matanzas patrocinadas por el estado que se estiman en cientos de millones para casi todos los gobiernos durante el siglo XX? Es hora de reconsiderar esta concesión de autoridad al estado.
Nunca se ha dado nada bueno de conceder el poder de monopolio del estado para usar la agresión contra el pueblo para moldear arbitrariamente el comportamiento humano. Ese poder, cuando queda sin controlar, se convierte en la semilla de una horrible tiranía. Este método de gobernanza se ha probado adecuadamente y los resultados dicen que la realidad dicta que intentemos la libertad.
Debería intentarse el idealismo de la no agresión y el rechazo de todo uso ofensivo de la fuerza. Se ha abusado a lo largo de la historia del idealismo de la violencia aprobada por el gobierno y este ha sido la fuente principal de pobreza y guerra. La teoría de una sociedad basada en la libertad individual ha existido durante mucho tiempo. Es ahora de dar un paso valiente y permitirla realmente avanzando en esta causa, en lugar de dar pasos atrás como a algunos les gustaría que hiciéramos.
Hoy el principio de habeas corpus, establecido cuando Juan Sin Tierra firmó la Carta Magna en 1215, está bajo ataque. Hay todas las razones para creer que con un esfuerzo renovado con el uso de Internet podamos por el contrario avanzar en la causa de la libertad divulgando un mensaje no censurado que serviría para limitar la autoridad del gobierno y desafiar la obsesión por la guerra y el bienestar.
Estoy hablando de un sistema de gobierno guiado por los principios morales de la paz y la tolerancia.
Los Fundadores estaban convencidos de que no podía existir una sociedad libre sin un pueblo moral. Escribir leyes no puede bastar por sí solo si el pueblo decide ignorarlas. Hoy el estado de derecho escrito en la Constitución tiene poco significado para la mayoría de los estadounidenses, especialmente los que trabajan en Washington DC.
Benjamin Franklin afirmó que “solo un pueblo virtuoso es capaz de libertad”. John Adams coincidía: “Nuestra Constitución se hizo para un pueblo moral y religioso. Es completamente inadecuada para el gobierno de ningún otro”.
Un pueblo moral debe rechazar toda violencia tratando de moldear las creencias o costumbres del pueblo.
Una sociedad que abuchea o ridiculiza la Regla de Oro no es una sociedad moral. Todas las grandes religiones defienden la Regla de Oro. Los mismos principios morales que se requiere que cumplan los individuos deberían aplicarse a todos los cargos públicos. No pueden excepcionarse.
La solución definitiva no está en manos del gobierno.
La solución recae en todos y cada uno de los individuos, con la guía de familia, amigos y comunidad.
La primera responsabilidad para cada uno de nosotros es transformarnos con la esperanza de que otros nos sigan. Esto es más importante que trabajar por cambiar el gobierno, es menos importante que promover una sociedad virtuosa. Si podemos lograr esto, entonces el gobierno cambiará.
No significa que la acción política o tener un cargo no tenga valor. A veces sí empuja a la política en la dirección correcta. Pero lo cierto es que cuando se busca el cargo para el agrandamiento personal, el dinero o el poder, se convierte en inútil, si no en dañina. Cuando la acción política se realiza por las razones correctas, es fácil de entender por qué debería evitarse el compromiso. También queda claro por qué el progreso se alcanza mejor trabajando con coaliciones, que juntan a la gente, sin que nadie sacrifique sus principios.
La acción política, para ser verdaderamente beneficiosa, debe dirigirse a cambiar los corazones y mentes de la gente, reconociendo que es la virtud y la moralidad del pueblo lo que permite que florezca la libertad.
La Constitución o más leyes por sí mismas no tienen ningún valor si las actitudes del pueblo no cambian.
Para alcanzar la libertad y la paz, tienen que superarse dos poderosas emociones humanas. La número uno es la “envidia”, que lleva al odio y la lucha de clases. La número dos es la “intolerancia” que lleva a políticas prejuiciosas y críticas. Estas emociones deben reemplazarse con una mucha mejor comprensión del amor, la compasión, la tolerancia y la economía del libre mercado. La libertad, cuando se entiende, aúna al pueblo. Cuando se intenta, la libertad es popular.
El problema que hemos afrontado durante años ha sido que los intervencionistas económicos están influidos por la envidia, mientras que los intervencionistas sociales están influidos por la intolerancia de costumbres y estilos de vida. La incomprensión de esa intolerancia en un respaldo de ciertas actividades, hace que muchos legislen patrones morales que deberían solo establecerlos por personas que tomen sus propias decisiones. Ambos bandos usan la fuerza para ocuparse de estas emociones equivocadas. Ambos son autoritarios. Ninguno defiende el voluntarismo. Ambas opiniones tendrían que rechazarse.
He llegado a una firme convicción después de estos muchos años tratando de explicarme “la simple verdad de las cosas”. La mejor alternativa para lograr la paz y la prosperidad para le máxima cantidad de gente en todo el mundo, es seguir la causa de la LIBERTAD.
Si creéis que este mensaje merece la pena, divulgadlo por todo el territorio.