entrevista a André Glucksmann, Der Spiegel, 3-IX-12

3 septiembre 2012
Der Spiegel Hamburgo
oresseurop

Finanzas degradadas, sociedades desestabilizadas, proyecto comunitario debilitado: la enfermedad que afecta a la UE desde hace algunos años tiene múltiples vertientes. A la vuelta de las vacaciones, importantes citas esperan a los dirigentes y a los ciudadanos europeos. Der Spiegel ha pedido al intelectual francés que se pronuncie sobre las posibilidades para lograr un nuevo impulso.

SPIEGEL: Sr. Glucksmann, a la luz de las experiencias del siglo XX que usted ha vivido intelectual y existencialmente como pensador antitotalitario, ¿vuelve a sentir de nuevo temor por el futuro de Europa? 

Glucksmann: Nunca he creído que tras el fin del fascismo y del comunismo se hubiesen acabado ya todos los peligros. La historia no se detiene. Tras la desaparición del Telón de Acero, Europa no ha salido de la historia, aun cuando en ocasiones parezca sentirse ese deseo. Las democracias están muy dispuestas a ignorar u olvidar las dimensiones trágicas de la historia. Vistas así las cosas, yo digo: sí, lo que ahora está pasando es bastante inquietante. 

SPIEGEL: La Comunidad Europea, desde sus inicios hace sesenta años, ha estado siempre en la cuerda floja, yendo de crisis en crisis. Los reveses pertenecen a su modo normal de funcionamiento. 

Glucksmann: La conciencia de crisis caracteriza a la modernidad europea. De ello se puede sacar la enseñanza general de que Europa no es una nación, no es una comunidad en el sentido nacional de la palabra que haya crecido orgánicamente. Tampoco se puede compararla con las ciudades-Estado griegas de la Antigüedad, que pese a sus enfrentamientos y rivalidades formaban una unidad cultural. 

SPIEGEL: También une a los Estados de Europa una comunidad cultural. ¿Existe algo así como un espíritu europeo?

Glucksmann: Las naciones europeas no se parecen, por lo tanto no se puede fundirlas. Lo que las une no es una comunidad, sino un proyecto de sociedad. Hay una civilización europea, un pensamiento occidental.

SPIEGEL: ¿Qué la caracteriza?

 

Glucksmann: Desde los griegos, de Sócrates, pasando por Platón, a Aristóteles, la filosofía occidental ha ido heredando dos principios fundamentales: el hombre no es la medida de todas las cosas, no es inmune al fracaso y el mal; y sin embargo es responsable ante sí mismo por todo lo que hace y deja de hacer. La aventura de la humanidad es una creación humana, de arriba abajo. Dios está ausente de ella.

SPIEGEL: Falibilidad y libertad, por lo tanto, pero estos fundamentos de la historia del espíritu europeo, ¿no bastan para establecer una unión política duradera?

Glucksmann: Europa no representa una unidad nacional, ni siquiera en la cristiana Edad Media. La cristiandad siempre estuvo dividida: romana, griega, luego protestante. Un Estado federal europeo, una confederación europea, es una meta lejana que permanece en la abstracción del concepto. Empeñarse en ello me parece un esfuerzo mal planteado. 

SPIEGEL: ¿Persigue la Unión Europea una utopía política e histórica?

Glucksmann: A los padres fundadores europeos les gustaba evocar el mito carolingio. A un premio europeo se le ha dado el nombre de Carlomagno. Pero ya sus nietos dividieron el Imperio. Europa es una unidad en la fragmentación o una fragmentación en la unidad, como usted quiera, pero en ningún caso una comunidad, ni religiosa ni lingüística ni moral.

SPIEGEL: Y sin embargo existe. ¿Qué deduce de ello?

Glucksmann: La propensión de la Unión Europea a las crisis es una manifestación característica de su civilización. No se constituye por su identidad, sino por su alteridad. Una civilización no se fundamenta por necesidad en lo mejor que entre todos se anhela, sino en la exclusión del mal, en hacer del mal un tabú. La Unión Europea es históricamente una reacción defensiva contra el espanto.

SPIEGEL: ¿Una unidad de naturaleza negativa, que deriva de la experiencia de dos guerras mundiales?

Glucksmann: Ya en la Edad Media rezaban y cantaban los creyentes en sus letanías: Señor, protégenos de la peste, del hambre y de la guerra. Quiere decir: la comunidad no existe para lo bueno, sino contra lo malo.

SPIEGEL: Aún hoy se conjura el "la guerra, nunca más" como lo que da sentido a Europa, su razón de ser. ¿Es válido todavía ese fundamento cuando el fantasma de la guerra se ha disipado en Europa?

SPIEGEL: La guerra de los Balcanes en la antigua Yugoslavia, las agresiones provocadas por los rusos en el Cáucaso, no ocurrieron hace tanto. La Unión Europea se fundó contra tres males: el recuerdo de Hitler, con el Holocausto, el racismo y el nacionalismo extremo; el comunismo soviético en la Guerra Fría; y por último, contra el colonialismo, del que muchos Estados de la Unión Europea tuvieron que despedirse dolorosamente. Estos tres fundamentos diferentes condicionaron una visión común de la democracia, una idea-guía civilizadora de Europa.

SPIEGEL: ¿Falta hoy un nuevo desafío unificador?

Glucksmann: No sería difícil encontrarlo si Europa no actuase con tan poca cabeza. La pieza central en la decisión de unirse fue el establecimiento, a principios de los años cincuenta, de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), la primera asociación económica supranacional en el campo de la industria pesada: Lorena y el Ruhr [sendas regiones fronterizas francesa y alemana], la unión de la industria pesada como medio para impedir la guerra. Una pieza análoga sería hoy en día, como sabe todo el mundo, una unión europea de la energía. En vez de eso, Alemania ha emprendido su cambio de rumbo energético en solitario. La dimensión europea sigue excluida. Todos negocian por su cuenta con Rusia sobre el petróleo y el gas, Alemania llegó a un acuerdo para la construcción del oleoducto del Mar Báltico pese a la oposición de los polacos y de Ucrania, Italia participa en el proyecto del gasoducto South Stream, que atravesará el Mar Negro.

4 septiembre 2012
Der Spiegel Hamburgo
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Europa atraviesa una crisis de confianza y debe hacer frente a un cuestionamiento de su fundamento democrático. De cara a estos desafíos, el intelectual francés considera que hay que reforzar la solidaridad en el seno de la UE y construir una comunidad con más empuje en el exterior.

SPIEGEL: La Unión Europea no ha perdido su fuerza de atracción: nadie abandona la Eurozona voluntariamente.

Glucksmann: Nadie hace el mal voluntariamente, decía Sócrates. Lo interpreto así: el mal se produce cuando la voluntad flaquea. No me parece que dar con soluciones y caminos en la actual crisis económica requiera un esfuerzo sobrehumano. Los dirigentes de la UE siempre dan con ellas, en cada ocasión.

SPIEGEL: De cumbre en cumbre de Bruselas, separadas por lapsos cada vez más cortos. Las supuestas soluciones no aguantan.

Glucksmann: Lo que falta es una perspectiva global. El porqué de la Unión Europea, su razón de ser, se ha perdido. Siempre se encuentra una posibilidad de mejorar las instituciones europeas y de adaptarse a lo que requiere la situación. Eso puede uno dejárselo a la inventiva de políticos y juristas. El desafío se sitúa en otro plano, y muy bien puede que con él esté en juego la supervivencia: si las viejas naciones europeas no se unen y actúan sin fisuras, se irán a pique.

SPIEGEL: ¿No lo comprenden bien los líderes europeos, sin embargo?

Glucksmann: ¿Por qué actúan entonces con las miras de un pequeño Estado? Con la globalización, la cuestión del tamaño es una necesidad absoluta. La señora Merkel percibe sin duda que el destino de Alemania se decide también en el patio trasero de Europa. Por eso, tras algunas vacilaciones, se ha decidido por la solidaridad, con moderación. Sin embargo, también ha permitido que Alemania, Francia, Italia y España estén divididas entre sí en la crisis. Si nuestros Estados se dejan separar bajo la presión de las fuerzas del mercado, caerán, cada una por su lado y todos juntos.

SPIEGEL: ¿Opina usted que la idea de que en Europa todos vamos en el mismo barco, de que Europa es una "comunidad de destino", no se ha impuesto todavía realmente?

SPIEGEL: No en la práctica. La globalización trae consigo el caos global; ya no hay un policía mundial, como Estados Unidos lo fue durante mucho tiempo. Los actores quizá no estén deseando ir a la guerra, pero tampoco tienen la mejor voluntad los unos hacia los otros. Cada uno va a lo suyo. En este desorden anárquico Europa debe afirmarse y plantar cara ofensivamente a los riesgos. La Rusia de Putin, que quiere reconquistar parte de lo que ha perdido, es una amenaza. China, un Estado esclavista burocrático, es una amenaza. El islamismo militante es una amenaza. Europa debe aprender a pensar de nuevo mediante las categorías intelectivas ligadas a la idea de enemigo. Eso no lo ve Jürgen Habermas, por ejemplo, cuando piensa que un cosmopolitismo bienintencionado podría unir a todos en una ciudadanía mundial.

SPIEGEL: Europa es para buena parte del mundo un faro de la libertad y de los derechos humanos.

Glucksmann: Ideales y valores no componen todavía verdaderas perspectivas. Las naciones europeas podrían perfectamente tener a su disposición un pluralismo de los valores que resultaría atractivo; no basta exponerlos como en un catálogo. Mejor sería aceptar los desafíos en común. Europa permanece en un estado de indecisión, que muchas veces llega a ser de hipocresía. Hay dos maneras posibles de rehuir los desafíos: mirar a otra parte, hacer como si no pasase nada; o el fatalismo, encoger, indefensos, los hombros como si no se pudiese hacer nada en cualquier caso. El gran estudioso de la historia universal Arnold J. Toybee clasificaba el desarrollo de las culturas según su capacidad de reaccionar apropiadamente a los desafíos. Europa, ¿está dispuesta a enfrentarse a su destino? Hay razones para dudarlo.

SPIEGEL: ¿Se debe a un liderazgo deficiente?

Glucksmann: Más que eso. Se trata también de un desfallecimiento de los intelectuales, una indiferencia de la opinión pública, un aislacionismo. Fíjese en las elecciones en Europa: ¿qué papel desempeña la política exterior, el lugar de Europa en el mundo? La UE se ha dado hace años una alta representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Catherine Ashton, y ha puesto a su disposición varios miles de funcionarios. ¿Dónde está, qué hace, quién se entera? El siglo XXI será el siglo de los grandes continentes, que se entenderán los unos con los otros, o no. Si Europa no entra en esa dimensión, retrocederá al siglo XIX. Orientamos nuestras actuaciones políticas todavía solo conforme a lejanos recuerdos: Europa, el continente del pesar y la nostalgia.

SPIEGEL: ¿Cómo se podría entonces reavivar la corriente de energía espiritual? Entre los pensadores alemanes y franceses imperó durante mucho tiempo una relación de recíproca fascinación, podría decirse, desde la Revolución Francesa hasta los movimientos estudiantiles de 1968.

Glücksmann: Había una curiosidad, que nacía de la rivalidad y la competencia. Se observaban unos a otros con detalle y se conocían bastante bien. La distancia intelectual ha aumentado claramente en los últimos decenios. Siempre ha habido diferencias en la manera de pensar. Hegel ponía al París de la Ilustración como ejemplo del "reino espiritual de los animales" que es la representación que uno hace de sí mismo. Los franceses debatían e insultaban, amaban la disensión y la polémica. Sus discusiones tenían algo en común con el periodismo y el espectáculo, no tanto con la seriedad académica. Los alemanes trabajaban en grandes sistemas explicativos, buscaban el reino de la sabiduría como compensación de la inexistente unidad de política y religión. Hoy predomina una depresión intelectual en ambos países. La intelectualidad como clase social ya no existe entre nosotros, aquí y allá carece de cohesión. Desapareció en la posmodernidad.

SPIEGEL: Quien quiere escapar de los grandes desafíos, ¿tampoco necesita "grandes relatos"?

Glucksmann: Así lo presupone el fin de los sistemas y de las ideologías constatado por Lyotard, sí. Pero el propio posmodernismo, presuntamente no ideológico, es también una ideología. Para mí, su encarnación es el movimiento de los indignados, la indignación como protesta moral que se basta a sí misma. La forma es el contenido. Me recuerda a Oskar Matzerath, de El tambor de hojalata de Günther Grass: grito, toco el tambor, y el inaguantable mundo salta en pedazos.

SPIEGEL: ¿Una creencia infantil?

Glucksmann: Europa sigue siendo un parque de atracciones de las ideas. Pero el pensamiento está tan fragmentado, tan lastrado por los escrúpulos hacia sí mismo que huye del auténtico momento de la verdad. En ese sentido, se parece a la política como dos gotas de agua.