"Mosaico sirio (3): los kurdos", Tomás Alcoverro

Una relación difícil y ambigua con Damasco

La minoría kurda cree que El Asad la protege más que la reprime | Los kurdos no confían en los rebeldes sirios: temen que impongan una islamización y arabización acusadas

Tenía 20 años, se llamaba Barzán y era militante del Partido Democrático de los Kurdos de Siria. Un día de primavera, en 2004, se inmoló prendiéndose fuego en la plaza central de Alepo. La policía había matado a su hermano unos días antes en Qamishli, durante unos disturbios que dejaron 48 muertos. La reyerta arrancó en un partido de fútbol entre el equipo kurdo de Qamishli y el árabe de Deir Ez Zor. Luego se extendió a la calle. La policía disparó contra la multitud y provocó la matanza. Los jóvenes kurdos de toda la región se rebelaron. Utilizaron las redes sociales para movilizar a miles de personas contra Bashar el Asad. Los notables, sin embargo, frenaron la revuelta independentista. Temían verse superados por aquel movimiento de rabia popular y aprovecharon la fiesta del Newroz, el año nuevo kurdo -que precisamente se celebra hoy- para restablecer la calma y renovar su lealtad al presidente de la república.

Aquel año fue crucial en las difíciles relaciones entre el régimen baasista de Damasco y los kurdos. Esta minoría, que ronda el 8% de la población, no es árabe. Aunque hay algunos cristianos, casi todos son suníes.

Hace un año, al principio de las revueltas, hubo en el Kurdistán sirio -que ocupa el noroeste del país- algunas protestas contra El Asad pero no prosperaron. La mayoría parece que defiende el diálogo con el régimen y una transición pacífica.

Los kurdos viven, sobre todo, en la región de la Jezira, al este de Alepo, y en el pintoresco barrio de las laderas del monte Qasiaum, que domina Damasco. Son descendientes de tribus indoeuropeas y fueron víctimas de la moderna Turquía de Atatürk, igual que los armenios, los siriacos y los jacobitas. Huyeron a la vecina Siria en busca de refugio.

El panarabismo del Baas, como ocurrió en Iraq -alimentado por la idea de la umma o comunidad religiosa del islam-, ha sido contrario al reconocimiento de su identidad cultural y nacional, de su lengua y de su historia.

Los kurdos, dispersos en varios estados de Asia Menor, fueron un juguete en manos de las potencias coloniales del siglo XX.Su integración a Siria no ha sido fácil porque no han renunciado a sus aspiraciones nacionales. Este nacionalismo se agudizó después del triunfo de sus vecinos del norte de Iraq, que consiguieron un amplio autogobierno tras la caída de Sadam Husein.

El régimen de El Asad los ha captado para la Administración y las fuerzas armadas. Hoy hay kurdos en la Guardia Republicana y en las unidades militares de élite que, a veces, se han empleado en represiones contra los Hermanos Musulmanes de la mayoría suní, como ocurrió en 1982 durante el aplastamiento de la rebelión en Hama. En la política siria destacó durante muchos años el kurdo Jaled Bagdaache, secretario del Partido Comunista.

La ambigüedad que mantienen frente al régimen, a pesar de haber sufrido su represión, estriba en que les sirve de escudo ante los peligros de arabización y acusada islamización de las fuerzas que podrían conquistar el Estado. De ahí que no confíen en los rebeldes. Temen, además, que, en caso de victoria, cedan a las presiones de Turquía, opuesta a una región autónoma kurda en Siria. Ankara no ha resuelto el encaje de sus propios kurdos y no quiere que tengan más ejemplos a seguir como el iraquí.

Damasco, por el contrario, aún sin dar autonomía a los kurdos, sí que toleró durante muchos años que el PKK, la organización terrorista que lucha por la independencia del Kurdistán turco, operara desde su territorio. Una larga lista de agravios históricos, que se remontan a 1920, cuando el mandato francés segregó Antioquía de Siria para entregarla a la joven república de Atatürk, justificaban esta actitud. Turquía, además, había construido grandes presas en el Éufrates que disminuyeron el caudal de agua que llegaba a Siria.

Abdullah Öcalan, por todo ello, obtuvo el permiso de Damasco para instalar sus bases en el libanés valle de la Beqaa. Allí lo visité una vez con motivo del Newroz. Lo encontré en el campo de Bar Elias, donde reinaba una gran camaradería entre jóvenes de ambos sexos vestidos de milicianos.

Turquía a punto estuvo de atacar Siria en 1998 y, a cambio de una mejora de las relaciones, Öcalan fue expulsado.

Bashar el Asad, que hoy anda falto de apoyos, ha querido congraciarse con la comunidad kurda reconociendo la nacionalidad siria a miles de kurdos apátridas. Esta había sido durante lustros una de sus más apremiantes reivindicaciones a Damasco.

21-III-12, T. Alcoverro, lavanguardia