"Mosaico sirio (1): las iglesias cristianas", Tomás Alcoverro

Los patriarcas temen un nuevo calvario.

El régimen alauí ha protegido a las minorías cristianas, algo que un Estado de confesión islámica difícilmente hará

Tres patriarcas tiene Damasco, el grecoortodoxo, el grecocatólico melquita y el siriaco católico. Los tres gozan del histórico título de patriarcas de Antioquía y de todo el Oriente.

Alrededor de ellos, de las sedes de estos tres patriarcados, entre las murallas de la vieja Damasco, junto a las puertas de Bab Tuma (de santo Tomás), Bab al Saghir (pequeña) y Bab Kisan (de Kisan), se establecieron los cristianos. La calle Larga por la que, según la tradición, atravesó san Pablo está cuajada de iglesias, conventos y capillas. Llega hasta el bazar cubierto de Mahat Baha, con sus tiendecitas de tejidos, de tapices, de artesanos musulmanes, anticuarios, comerciantes de tapices, plata y vidrio soplado. La calle de Bab Tuma divide el vecindario cristiano, formado por pequeñas casas de fachadas modestas, que a veces esconden amenas viviendas con su patio interior florecido, ceñido de habitaciones en torno a un surtidor de mosaico con puertas de dovelas blancas y negras, ventanas o pequeñas galerías de celosía. Es el antiguo encanto de la ciudad recoleta. En las esquinas hay hornacinas de vírgenes con macetas de flores, esquelas de fallecidos con sus fotografías bajo la cruz. En el vecindario hay restaurantes de cocina árabe y occidental, bares en cuyas barras los jóvenes damascenos, hombres y mujeres, beben cervezas, whiskies y otras bebidas alcohólicas.

Mas allá de la puerta de Bab Tuma, el barrio moderno está muy animado con sus tiendas nuevas iluminadas.

En la periferia de la ciudad, el pobre suburbio de Tabade está también habitado por cristianos. A pocos kilómetros, Saydnaya y Maalula son lugares de peregrinación. Al norte de Damasco, alrededor de Alepo -víctima ayer de un atentado con coche bomba que mató a dos personas e hirió a 30-, están las ciudades muertas, antiguas poblaciones cristianas que florecieron con espléndidos monumentos, hoy en ruinas, como la basílica de san Simeón. En Latakia, en Tartus, hasta en Hama y en Homs, hay núcleos cristianos.

Esta tierra de Siria había sido, con la región de Antioquía, hoy llamada Antalia, en Turquía, uno de los centros más brillantes de los cristianos de Oriente.Hoy, la décima parte de la población siria es cristiana.

Un sacerdote contaba el otro día ante las cámaras de la televisión de Damasco que doce de las veintidós comunidades confesionales que tiene en Siria son de ritos cristianos. Los grecoortodoxos -la antigua iglesia bizantina- constituyen la mitad de todos los creyentes en Cristo, aunque es difícil saberlo con exactitud porque el censo no se basa, como en Líbano, en criterios de confesión religiosa.

Se considera a los grecoortodoxos los ciudadanos árabes más nacionalistas. A esta comunidad de relevante nivel social, pertenecían destacados intelectuales y políticos modernos como Michel Aflak, fundador del partido Baas. Son los cristianos sirios los que introdujeron en Oriente las ideas socialistas y abogaron por el Estado nacional ante la Umma islámica.

La segunda comunidad más importante es la armenia, dividida entre ortodoxos y católicos, y formada por los supervivientes del genocidio turco. Alepo ha sido su capital por antonomasia hasta que también, por las peripecias de los cambios políticos, muchos armenios emigraron a Líbano y Occidente.

La Iglesia grecocatólica, fomentada por los misioneros europeos de obediencia a Roma, es la tercera comunidad cristiana más numerosa. Suman más que los maronitas, cuyo poder es decisivo en Líbano, y que otras pequeñas y antiguas congregaciones como la siriaca, que aún emplea en su liturgia el arameo, la lengua de Cristo.

Aunque la Iglesia católica y romana, denominada en estos pueblos latina, cuenta con pocos feligreses, ejerce una notable influencia a través de sus colegios y de órdenes religiosas como la franciscana, cuyo convento damasceno está en el barrio de Bab Tuma. También influye la muy activa diplomacia vaticana, que trabaja para proteger a los cristianos, cada vez más vulnerables en estas regiones.

Ya en 1994 Jean-Pierre Valognes escribía en su excelente obra Vie et mort des chrétiens d'Orient que "la caída del poder alauí provocaría la vuelta al gobierno de la comunidad suní, penetrada de identidad musulmana, con su peculiar concepción de las relaciones comunitarias basada en el Corán. En este caso, la situación de los cristianos aún se agravaría más".

Los cristianos de Siria, desde los vecinos del Viejo Damasco hasta los de Uadi el Nasara (el río de los cristianos), cerca de Latakia, viven con angustia, si no con inquietud, estos tiempos amenazadores de revueltas y represiones sangrientas. Con el poder alauí habían preservado su libertad de culto, su identidad, aunque también fueron sometidos a su vigilancia y excluidos de la dirección del Estado. Esta es una situación que ya vivieron como dhimnís (protegidos) bajo el imperio otomano.

Es indiscutible que el régimen baasista, al que se adhirieron las minorías, ha mantenido un cierto equilibrio religioso. El estatuto personal de los cristianos puede romperse con la instauración de la charia, a la que aspiran las poderosas y radicales fuerzas musulmanas de los suníes, apoyadas por las represivas monarquías absolutas del Golfo, así como por las grandes potencias de Occidente.

Cuando los alauíes conquistaron el poder en 1963, los suníes se radicalizaron, derivaron hacia un integrismo que, lógicamente, choca con las minorías no musulmanas.

Los patriarcas de Damasco, a los que visité hace meses, temen que el final del actual régimen baasista sea el principio de un nuevo calvario para los cristianos, antiguos pobladores de estas tierras y sal del Oriente.

19-III-12, T. Alcoverro, lavanguardia