Sèrbia segueix profundament ancorada en els seus deliris nacionals (incompatibles amb la UE)

A priori, la sorprendente elección del nacionalista Tomislav Nikolic a la presidencia de Serbia puede suponer un serio revés para la reconciliación de los Balcanes, así como para las aspiraciones europeas de un país azotado por la crisis económica.

Mientras la OTAN bombardeaba a los serbios en 1999, Nikolic era colaborador del presidente Slobodan Milosevic, que fue juzgado en La Haya por crímenes de guerra. Luego fue un destacado ultranacionalista hasta que en 2008 moderó su discurso. Ahora se ha beneficiado de un paro situado en el 24%, una economía estancada y una ciudadanía desmovilizada, como demuestra que el domingo, en la segunda vuelta de las presidenciales, sólo votara el 46,6%.

Las elecciones se plantearon como un plebiscito a favor o en contra de la Unión Europea. El derrotado Boris Tadic era un firme partidario del ingreso y para facilitarlo hace un año entregó a La Haya al exgeneral serbobosnio Ratko Mladic, acusado de genocidio por la masacre de Srebrenica, entre otras atrocidades. Hace sólo dos años, Nikolic calificó a Mladic de “héroe nacional”.

Junto a su discurso moderado, sin embargo, Nikolic mantiene sus raíces nacionalistas y quiere recuperar la soberanía sobre Kosovo. La Unión Europea sólo admitirá en su seno a Serbia si normaliza sus relaciones con este pequeño Estado musulmán.

La dualidad de Nikolic se debe a que, para ganar, ha contado con el apoyo de sus antiguos camaradas ultranacionalistas del Partido Radical, dirigido por Vojislav Seselj, otro de los acusados en el Tribunal Penal Internacional para la ex-Yugoslavia de La Haya.

Los radicales serbios son nacionalistas extremistas y de carácter panserbio y cetnik, que durante las guerras que acompañaron la desintegración de Yugoslavia formaron unidades de carácter criminales como las Águilas Blancas, la Guardia de Voluntarios Serbios y las Boinas Rojas.

El sueño de Nikolic, que en noviembre de 1995 había declarado ser miembro del movimiento cetnik, continúa siendo la formación de una gran Serbia. Cuando empezaron las guerras en 1991 Nikolic hizo una proclamación en la que se decía que “los skipetaros –designación despectiva de los albaneses– que no se han registrado como ciudadanos de Serbia tienen que ir a Albania, y los croatas tienen que ponerse de acuerdo con Italia y Hungría para repartirse el territorio que les quedará en el futuro”.

En el 2003 ya había recalcado: “No entablaremos relaciones diplomáticas con Croacia mientras tenga las fronteras actuales”.

La Constitución serbia da más poder al primer ministro que al presidente, pero la cohabitación entre el nacionalista Nikolic y el europeísta Tadic puede ser ahora muy difícil.

Las elecciones parlamentarias del pasado día 6 las ganó el Partido del progreso de Nikolic, pero Tadic pudo formar gobierno con el apoyo de los socialistas. Ahora, el presidente Nikolic ha de encargar a un líder político la formación de un gobierno y no parece que vaya a ser Tadic. Muy hábilmente, el dirigente socialista Ivica Dacic se ha desmarcado ya de su antiguo socio y aspira a recibir el encargo de Nikolic.

El Partido Socialista con sus 44 escaños parlamentarios –Partido del Progreso tiene 73 y Partido Democrático, 67– es el fiel de la balanza que puede sostener en el poder tanto al partido de Tadic como a los radicales de Nikolic. La futura incorporación de Serbia a la Unión Europea depende de esta aritmética.

El pasado marzo Serbia adquirió el estatuto de candidato al ingreso en la Unión Europea. Las negociaciones con Bruselas está previsto que se inicien el año próximo.

22-V-12, R, Estarriol, lavanguardia