Oleg Kashin

Fractura de mandíbula, de las dos piernas, heridas en la cabeza, estado de coma, dos operaciones quirúrgicas... Estas son, de momento, las consecuencias del apaleamiento sufrido el pasado sábado por Oleg Kashin, un reportero del diario ruso Kommersant que había estado informando sobre la tala de un bosque, al nordeste de Moscú, por el que pasará una autopista hacia San Petersburgo. El caso de Kashin dista de ser una excepción. Según denuncian los periodistas rusos, en lo que va de año han sido asesinados ocho colegas y otros cuarenta han sido agredidos y han sufrido heridas de diversa consideración. Llueve sobre mojado. En la memoria colectiva permanecen aún asesinatos de periodistas como el de Anna Politkovskaya, hace cuatro años. Pero hay muchos más. Desde el 2000 se han producido en Rusia decenas de asesinatos de reporteros, 19 de los cuales siguen sin resolverse.

En una carta dirigida al presidente Dimitri Medvedev, cientos de periodistas y directores de diarios rusos le reclaman protección para los profesionales de la información, argumentando que al protegerles se defiende "el derecho de la sociedad a hablar y ser escuchada", así como el derecho de los lectores a la información. No podemos estar más de acuerdo. Cuando oscuros intereses tratar de silenciar a la prensa de modo tan expeditivo, las primeras víctimas pueden ser los periodistas. Pero tras ellas llega el turno de los lectores, privados de una información libre.

11-XI-10, lavanguardia

La Fiscalía rusa anunció ayer la reapertura de la investigación por el brutal apaleamiento que sufrió un periodista independiente en el 2008. Mijail Beketov, director del semanario Jimkinskaya Pravda,sufrió una brutal paliza que le produjo graves daños cerebrales y le dejó postrado en una silla de ruedas. Tuvieron que amputarle parte de la pierna izquierda y cuatro dedos. Beketov se ha convertido en un símbolo de la lucha contra los planes del Gobierno para construir una autopista de peaje a través del bosque de Jimki, una ciudad dormitorio de Moscú. La reapertura del caso se produce días después de que dos desconocidos atacasen a otro periodista, el reportero del diario Kommersant Oleg Kashin, que también escribió sobre el bosque de Jimki. El caso de Kashin ha reavivado la preocupación por el alto número de agresiones sin resolver contra los profesionales de la información. El presidente ruso, Dimitri Medvedev, en un acto sin precedentes, ha prometido encontrar a los culpables. Desde el año 2000, 19 periodistas en Rusia han sido asesinados, pero sólo uno de los casos se ha resuelto. Además del caso de Beketov, el Comité de Investigación de la Fiscalía ha pedido también reabrir el caso de un periodista del periódico Novaya Gazeta asesinado en el 2000. Kashin salió ayer del coma inducido al que fue sometido tras la paliza del pasado 6 de noviembre.

12-XI-10, lavanguardia

La plaza de servicios rituales

Este artículo fue escrito por el periodista ruso Oleg Kashin tres días antes de recibir una brutal paliza por parte de dos desconocidos con una barra de hierro camuflada en un ramo de flores junto a su domicilio en Moscú, a escasos metros del Kremlin. De 30 años de edad, Kashin había ejercido como periodista para los diarios Komsomolskaya Pravda y Kommersant, en los que se había destacado como un periodista crítico con el régimen. Kashin, quien recientemente había sido amenazado por la organización juvenil oficialista, salió el pasado viernes del coma. 

 

El 31 de octubre se celebró en la Plaza Triumfálnaya la primera concentración de la opositora plataforma, “Estrategia-31”, perseguida por las autoridades. La policía llevó al creador de la “Estrategia-31” a la concentración por la fuerza. El corresponsal de El Poder Oleg Kashin considera que así puede considerarse concluida la operación de las autoridades de liquidación de la “Estrategia-31”.


Contado a terceros, todo esto debe de sonar curioso, como una especie de chiste. Hace casi dos años, Eduard Limónov [fundador del Partido Nacional-Bolchevique Ruso, miembro de la coalición opositora Otra Rusia, N.T.] exigió que le permitieran celebrar concentraciones los días 31 en la Plaza Triumfálnaya. Durante dos años no se lo habían permitido. Ocupaban la plaza con cualquier cosa: campañas de donación de sangre, conciertos, carreras, incomprensibles “festejos invernales”... Por último, la llenaron de obras y la vallaron: que no se pueden hacer concentraciones aquí, que no. Limónov y quienes habían apoyado su “Estrategia-31 sólo conseguían los porrazos de antidisturbios y los furgones policiales. Ya se había convertido en un ritual: las personas llegan a la plaza, les dan una paliza y las meten en autobuses policiales, y así hasta la próxima. La rosa es una flor, el ciervo un animal, el gorrión un pájaro, el 31 en la Triumfálnaya el OMON [nombre genérico por el que son conocidos los cuerpos especiales de la policía rusa, N.T.] disuelve la concentración en defensa de la libertad de concentración. Y así durante dos años.

 
Y de repente se la autorizaron. Se lo podría llamar milagro, se lo podría llamar victoria: Limónov intentaba conseguir el derecho a concentrarse en la Triumfálnaya y finalmente lo consiguió. Y aquí empieza el chiste: lo consiguió pero, por alguna razón, le vuelven a agarrar los antidisturbios y vuelven a llevarle, ya no al autobús enrejado, sino tras los detectores de metal de la concentración autorizada, a la tribuna autorizada, con su autorizado micrófono. Le llevan a la fuerza, él no quiere, y, según sus palabras, con un ardid (¡la policía no le permite abandonar la concentración autorizada!) abandona la plaza Triumfálnaya. Fin del chiste.


No puedo demostrarlo pero no me puedo creer que llevar a la fuerza a Limónov a la concentración –¡toma, manifiéstate, cabrón!- fuera idea de los policías y mucho menos una improvisación. Ellos no saben hacer así las cosas, su cabeza funciona de otro modo. Traer, exactamente traer, agarrado por los pies y las manos, a Limónov a un mitin sancionado, rebajarle de la forma más humillante, dada la situación, no es un truco policial, sino político-tecnológico. De hecho, un truco muy acertado. No se tarda más de un minuto en arrastrar a Limónov tras los detectores de metal. Un minuto suficiente para que la “Estrategia-31” deje de existir. «Que Ludmila Alekséyeva [presidenta del Grupo Moscú Helsinki, una ONG que investiga los abusos de los derechos humanos en Rusia, N.T.] se tome una cápsula de cianuro», demanda Limónov, a través de Kommersant, a su socia en la “Estrategia”. «Que se la tome él», responde Alekséyeva. Ya no harán las paces. El 31 de diciembre no habrá nada en la plaza Triumfálnaya, y si hay algo, será algún espectáculo vergonzoso, sin relación alguna con lo que había estado sucediendo en la plaza hasta ahora los días 31.


Se deben señalar dos cosas que, aún siendo evidentes, resulta incómodo sacar a la luz. En primer lugar, el principal, por no decir el único, valor de la “Estrategia-31” residía precisamente en su carácter desautorizado. Puedo compartir mi propia experiencia: llevo medio año asistiendo a la Triumfálnaya los días 31 como particular, sin el pase de prensa. Asisto desde que he comprendido que, si el poder gasta en la represión de la “Estrategia” tantas fuerzas, dinero y reflexión, es que para el poder es importante que las personas no salgan a la plaza, lo que me ofende. Si el poder no se opusiera a la “Estrategia-31”, la “Estrategia-31 no valdría nada. Por cierto que, desde los tiempos de “las marchas de los disconformes”, muchos comentaristas leales al Kremlin acostumbran a extrañarse: ¿a qué vienen los antidisturbios, a qué vienen las prohibiciones? Autorizad a esos disconformes su maldita marcha: enseguida dejarán de  interesar a nadie y toda la escalada de la protesta se disolverá por sí sola. Limónov nunca lo reconoció abiertamente pero, está claro, su categórico rechazo al mitin autorizado no está causado porque las autoridades hubieran aceptado la presencia de 800 personas, mientras él hubiera querido más. Es listo, lo entiende todo. Eso es lo primero.

 
En segundo lugar, concentrarse en defensa de la libertad de reunión y concentración no tiene en Rusia ningún sentido porque la libertad de reunión y concentración en Rusia en absoluto necesita ser defendida. Si se hiciera una lista de las concentraciones y manifestaciones no celebradas a causa de las autoridades o reventadas por las autoridades, en esa lista, salvo las acciones de la “Estrategia-31” y, en gran medida su copia, por no decir parodia, el “Día de la ira”, no habría nada. En el ayuntamiento de Moscú no hay y nunca ha habido una larga cola de políticos opositores que quieren concentrarse pero no les dejan. Más aún: precisamente en los últimos, reconocidamente antidemocráticos, años en Rusia, y ante todo en Moscú, se ha conformado una estable cultura de actividades políticas en la calle. Precisamente en los últimos años sobre el mapa de Moscú han aparecido, sin ningún edicto particular, varios Hyde parks fijos, y no solamente las incómodas plaza Bolótnaya y el paseo de Tarás Shevchenko, sino también los ideales, desde el punto de vista de la logística, monumento a Griboyédov en el bulevar Chistoprudny y la plaza Púshkinskaya (al igual que el monumento de Pushkin que, en su momento, se movió del bulevar Tverskoy al otro lado de la Tverskaya, el espacio de los mítines se trasladó este año del paseo Novopúshkinskiy al monumento de Pushkin y las fuentes; el paseo fue vallado por obras, mientras que al lado de Pushkin se reunían los participantes de la concentración de agosto en defensa del bosque de Jimki, y, hace muy poco, los activistas de “Solidaridad”, exigiendo la dimisión de Vladímir Putin). Los opositores presentan una solicitud, el ayuntamiento o la prefectura normalmente la reciben correctamente, y se celebra una concentración sancionada. Los policías limitan el espacio de la concentración con vallas metálicas y en las entradas colocan detectores de metal, no se ponen obstáculos a nadie: ni a los ciudadanos, que atraviesan los detectores (claro, hay que sacar de los bolsillos todo lo metálico, pero así realmente es más seguro), ni a los organizadores con su equipo de sonido. El equipo bien se carga en una camioneta, o bien (como suele hacerse en Chístye Prudý donde hay una elevación al lado del monumento) se coloca sobre alguna elevación, y los oradores pronuncian sus discursos. Luego todos se van.


Se ha convertido en un mecanismo repetido, un ritual, una tradición. Pero con un matiz: normalmente esas concentraciones son aburridas y no suelen reunir a más de un centenar de participantes. Hay, claro, excepciones, como fue el ya mencionado mitin dedicado al bosque de Jimki, pero son muy escasas. Incluso el PCFR [Partido Comunista de la Federación Rusa], tradicionalmente orgulloso de sus masivas manifestaciones de primero de mayo y de noviembre [en conmemoración de la Revolución de octubre, N.T.], para mantener esa asistencia necesita traer a Moscú autobuses de manifestantes desde la región de Moscú y otras regiones, de lo contrario también los comunistas tendrían unos poco convincentes centenares concentrados. En Rusia, parece que simplemente no hay nadie ni hay nada por lo que concentrarse en serio. Da mucha lástima reconocerlo, pero ni hay políticos que pudieran llevar tras de sí a las personas, ni ideas que permitieran la aparición de nuevos políticos, ni personas a las que importe exigir algo con tanta fuerza como para que tiemblen los muros del Kremlin. «Cada uno tiene su vida, cada uno tiene algo propio. No saldrán de su jaula, no quieren hacerlo.» Parece que todos están conformes con todo. Incluso los periodistas: yo, por ejemplo, estoy ahora escribiendo sobre la defunción de la “Estrategia-31”, lo que significa que tengo algo de que escribir, y, ¿qué más, estrictamente hablando, necesita un periodista?


El principal capital simbólico de Eduard Limónov es el odio patológico e irracional que experimenta hacia el el Kremlin. Ese odio garantiza a Limónov que una acción en la calle organizada por él nunca será permitida. Limónov es la garantía en persona de que van a aparecer antidisturbios con porras. Los antidisturbios, por otra parte, son la única posibilidad de romper el rutinario, aburrido, impotente y no interesante para nadie ritual de las concentraciones. La suma de ambos factores fue la que garantizó el éxito de la “Estrategia-31”, pero ambos justamente no estaban en manos de los organizadores de la “Estrategia” sino en las del Kremlin. “El director del carrusel, un mayor del GULAG, se dedica a hacer girar al caballo: el carrusel giraba tan entretenidamente que nadie se daba cuenta de que gira por la mera voluntad del director del carrusel”. Habiendo autorizado la concentración, el Kremlin convirtió la carroza de la “Estrategia-31” en una calabaza (puede que precisamente a eso, y no al Halloween, estuviesen aludiendo los provocadores de las organizaciones juveniles pro-kremlin que deambulaban por la Triumfálnaya disfrazados de calabazas: una concentración autorizada en la Triumfálnaya se hizo indistinguible de otras concentraciones autorizadas: detectores de metal, la camioneta-tribuna, aburridos oradores. Ludmila Alekséyeva, que aceptó ponerse ante el autorizado micrófono, parece que no lo entendió. Limónov lo había entendido siempre y por eso se resistía tanto a estar en esa concentración autorizada. Un buen chiste, ¿verdad?

 Oleg Kashin es un periodista ruso 

 Traducción para www.sinpermiso.info: Antonio Airapétov, 14-XI-10